"Dios mío, qué frío", murmuré, tirando de la bufanda hasta casi cubrir completamente la nariz mientras observaba el paisaje inglés pasar por la ventana del coche. El cielo estaba completamente nublado, en una tonalidad grisácea que prometía nieve en cualquier momento, y los campos se extendían infinitamente a ambos lados de la carretera, salpicados por pequeñas casas de piedra que parecían haber salido directamente de un cuento de hadas.
"¿Estás bien abrigada?", preguntó Nate, echándome un vistazo rápido antes de volver a prestar atención a la carretera. "Puedo subir la calefacción."
"No, está bien", respondí, acomodándome mejor en el asiento del copiloto. "Es que aún no me he acostumbrado a este frío de diciembre aquí. En Brasil, diciembre es verano, playa, un calor que derrite el asfalto."
"¿Y lo echas de menos?"
"A veces", admití, observando una pequeña iglesia medieval que apareció a lo lejos. "Pero hay algo en este paisaje que es... mágico. Parece que estoy dentro de una película