La oficina de Nate estaba silenciosa excepto por el sonido suave de las teclas del computador y el ruido distante del movimiento en el escritorio. Habíamos estado trabajando por casi dos horas revisando un proyecto crucial para una reunión con inversionistas la próxima semana, y la concentración necesaria debería haber hecho todo profesional y objetivo.
Debería.
Pero había una tensión en el aire que ninguno de nosotros estaba comentando. Era como si la fiesta de la Bellucci hubiera creado una corriente eléctrica invisible entre nosotros, algo que hacía que cada mirada accidental, cada momento en que nuestras manos casi se tocaban al manejar los documentos, estuviera cargado de significado.
Las paredes de vidrio de la oficina no ayudaban en nada. Podía ver empleados pasando por el pasillo, algunos lanzando miradas discretas en nuestra dirección, como si estuvieran tratando de adiv