Sin dejar de abrazarme, me llevó hasta una de las paredes de cristal, arrinconándome en ella. Allí me besó en los labios con desesperación, a la vez que sus dedos descendían hábilmente por mis caderas, hasta colarse entre mis piernas. Gemí en su boca cuando hizo mi ropa interior a un lado e introdujo un dedo en mi interior.
—Parece que me deseas tanto cómo yo a ti —musitó con una pequeña sonrisa.
Enterré los dedos en su húmedo cabello y jadeé con fuerza, mientras sentía la caricia de su pulgar en mi clítoris.
—Mi señor...
Sin dejar de penetrarme con su largo dedo, sus labios abandonaron los míos y descendieron despacio por mi mandíbula, a lo largo de mi cuello, hasta alcanzar mi clavícula. Eché la cabeza hacia atrás y cerré los ojos, comenzando a vislumbrar mi orgasmo en la lejanía.
No obstante, de repente sus movimientos se detuvieron y yo volví a la tierra. Abrí los parpados y lo miré con mala cara. Mis labios se fruncieron en un puchero.
—Te has vuelto realmente exigente