04

—No me digas eso, es mi vida y por lo tanto, mis decisiones. Lo que yo decida no debe importarte y si te comenté sobre lo que voy a hacer, no era para pedirte consejo o para que te metas en mis asuntos y opines si está bien o no. Con razón estás sola, eres aburrida —replicó la persona en un tono desafiante.

—¿Sabes qué? No pienso seguir perdiendo el tiempo con una persona tan infantil. Porque eso es lo que eres, te comportas como una niña inmadura —le respondió la muchacha, enojada, antes de irse a su habitación.

—¡Al menos yo estoy dispuesta a salir adelante, en cambio tú crees que por tener un título universitario, tu suerte va a cambiar de la noche a la mañana! —exclamó, agitada, sin cesar la discusión.

No recibió una respuesta de su parte, lo cual era lo que buscaba. Así que se resignó y volvió a tumbare sobre su cama, liberando el aire sonoramente. Masculló entre dientes el nombre de su compañera.

...

Era una amplia oficina con tonalidades oscuras que definían un ambiente de trabajo adecuado, marcando la esencia masculina de aquel magnate tan exigente y meticuloso. Había un enorme escritorio y sobre este había papeles esparcidos, bolígrafos y otras tantas cosas, además de una laptop abierta en la que el hombre ubicado sobre su cómodo asiento no dejaba de discar.

—Esto debe ser una broma —dijo Steven, haciendo acto de presencia. Era una persona muy cercana a Hasan.

Hasan alzó la cabeza y se quedó mirándolo, a la espera de que le dijera qué rayos estaba ocurriendo. Pero ya tenía la leve sensación de qué se trataba de su imagen nuevamente acorralada en la primera plana de algún periódico importante.

—Steven, no me digas qué es lo que estoy pensando ahora mismo —le expresó, lleno de frustración, mientras dejaba su asiento para rodear el escritorio y colocarse frente a su amigo.

—Es justo lo que estás pensando, Hasan —le afirmó y luego le entregó aquel periódico para que viera con sus propios ojos lo que allí se encontraba escrito sobre su persona.

—Mierda, eso no puede ser cierto. ¿Otra vez esta m*****a gente escribiendo falsedades sobre mí? —empezó a decir, apretando con fuerza el papel entre sus manos. Estaba completamente indignado al ver toda la mentira que se escribía sobre él.

Parecía que ya no podía ni siquiera salir a beber algunas copas porque la prensa siempre estaba acechando para conseguir cualquier cosa de su parte e incluso inventar luego una historia a raíz de alguna fotografía irrelevante.

"Hasan, el apuesto empresario, capturado besando a una desconocida dentro de un bar."

Adjuntas se encontraban las fotografías en la primera plana.

—Ya te dije, cualquier cosa que hagas, ellos lo van a escribir e inventarán lo que sea con tal de ganar dinero y la atención de las personas —le recordó su amigo, lamentándolo también.

El gran costo de ser tan reconocido y adinerado. Porque todos querían saber siempre sobre cada uno de esos pasos, lo que hacía y lo que dejaba de hacer. Todo, absolutamente todo.

Bufó.

Hasan se pasó una mano por la cabeza, estaba muy enfadado.

—Haz que eliminen esto, no quiero ver mi nombre allí. Amenaza a toda esa gente, porque los voy a demandar si continúan difamándome así. ¿De acuerdo?

—Sí, lo haré. Pero es imposible que se elimine por completo, estás en varios diarios también.

—¡Maldición!

Lo primero que encontró sobre el escritorio, lo cogió y luego lo aventó al suelo hasta que se hizo añicos.

Steven se marchó, sabía que debía dejarlo a solas en ese momento en que se encontraba fuera de sí, entendible ya que se debía a ese motivo; a nadie le gustaba hablar de cosas falsas sobre sí mismos, y esta no era la primera vez que pasaba algo así.

Hasan comenzó a sentir que la cabeza le palpitaba ferozmente, algo que sucedía a menudo cuando el estrés era superior y ya no podía manejarlo más. Tenía una junta en media hora y una reunión importante que debía atender a las 7:00 de la noche, pautada a esta hora debido a que eran empresarios importantes de Corea.

A toda costa, intentaba olvidar ese incidente y centrarse en el trabajo si quería que las cosas salieran como quería. Había estado trabajando muy duro todas esas últimas semanas para la llegada de los empresarios coreanos y esa m*****a información distorsionada no iba a arruinar su buen estado.

Candace, la tímida asistente que había contratado hace menos de un mes, ingresó con su caminar extraño y la cabeza gacha. No le agradaba la extrema docilidad con la que se manejaba la muchacha.

Ni siquiera podía creer cómo es que algo pasó entre ellos. Definitivamente, estaba demasiado pasado de copas como para saberse en la realidad y con la cabeza fría, que al final terminó acostándose con ella.

—¿Ahora qué quieres, Candace? No es un buen momento para ninguna de tus tonterías, así que espero que sea algo realmente importante —espetó hastiado.

—Oh no, señor, no es una tontería. Yo vengo a hablarle sobre un asunto importante —declaró, pareciendo bastante asustada.

—¿Es que quieres hablar sobre lo que pasó esa noche? —elevó una ceja.

—Sí, siento que le debo una disculpa por lo que pasó. No he podido dormir de tanto pensar en la noche que pasamos juntos —dijo mientras se quedaba con la cabeza abajo y mirando fijamente un punto.

—¿Sabes una cosa, Candace? Odio cuando las personas me hablan y no me miran a los ojos, así que levanta la cabeza y mira, es una orden —le exigió.

Ella obedeció.

Tenía unos lindos ojos verdes que casi no destacaban porque usaba unos enormes y feos anteojos sobre su pequeña cara.

—Disculpe.

—No te preocupes tanto, lo que pasó esa noche no tiene la mínima importancia para mí, ¿de acuerdo? —expresó con indiferencia—. Espero que tú también opines lo mismo. ¿Has venido a declararte ahora?

Ella tragó duro. Su jefe era demasiado insensible. Ella solo quería retirarse de su oficina, era una tonta por haber ido y querer sacar el asunto a colación; él tenía toda la razón, lo que sucedió ese día no era importante. No tenía ningún significado en la vida de ambos, aunque ella sinceramente empezó a sentirse distinta desde que aquel hombre la tocó.

Ahora no le quedaba de otra que guardarse esa ilusión y reservar esa emoción que nacía por alguien que sí estuviera a su alcance y no un imposible como Hasan Al-Saeed.

Inalcanzable.

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