Un satélite acogedor (parte3) / Una amistad inigualable (parte1)

Lo magnífico era que al parecer me estaba protegiendo. Luego de un rato el monstruo desistió y regresó a su posición original; aparentando ser nada más que rocas decorativas. Mientras tanto la rara criatura defensora empezó a deformarse, como si fuera plastilina, sin moverse de su sitio, adoptó una figura plasta y de reluciente plateado.

Yo no sabía ni qué pensar. Me quedé ahí, sin decir palabra, mirando ese ser, esperando a que pasara algo alucinante o sorpresivo. ¿Qué otra impresión podría esperar, que empezara a hablar? Bueno, no pronunció palabras pero…

-¿Cuántas veces más crees poder escapar de esas criaturas?... -fueron las palabras que creí escuchar después de un rato.

-¿Qué… dijiste? -fue lo que dije en respuesta intentando no mascullar.

Estaba realmente anonadado, creo incluso que temblaba, ahí, entablando conversación con un alienígena.

-Que cuántas veces más esperas que te salve...

Esa vez lo supe: sus palabras se formaban en mi cabeza, en mi mente, sin llegar a ser siquiera un sonido audible; lo noté porque sentí como un cosquilleo, como un hormigueo en mi cerebro, cerca de la coronilla. Además, tales palabras se confundían con mis pensamientos.

-¿Te acuerdas de mí?... yo te salvé de... -dijo cuando una repentina transfiguración dejó ante mis ojos a aquel pulpo-cíclope que me atacó mucho tiempo atrás. Di un traspié por el sobresalto y casi me caigo. ¿Que acaso no pudo decirme un nombre o una descripción envés de recordarme la razón de mi reclusión? 

-¿Fuiste tú? -pregunté. De pronto había recordado que, mientras corría, un alarido retumbó en el bosque y de ahí no supe más. No sabía si ese ser podía leer mis pensamientos, pero mentalmente le estaba dando las gracias, luego lo hice verbalmente. 

-¿Qué eres tú?

-Simplemente soy otro ser viviente más, como habrás notado ya... no tengo una forma física determinada, por lo que tomo las formas ajenas... observa... 

Por un momento no entendí qué quería que mirara; toda su masa se estiró hacia arriba dejando una figura vertical parecida a un poste.

Pero lo entendí al rato siguiente, cuando comenzó a adquirir una forma antropomorfa, segundos después se dibujaron en su rostro mis facciones, tenía mi misma postura, mi talla e incluso el brazo robótico. Yo estaba en plenitud frente a mí, con la pronunciada excepción de que era de un plateado brillante. Entonces esta criatura imitadora habló, pronunciando las palabras por primera vez:

-¿Ves?... lamento asustarte. Tu especie tiene una particular manera de comunicarse, pero para tu suerte soy muy versátil. ¿Dónde están tus compañeros? 

Era raro hablar ahora conmigo mismo, y más aún responder esa pregunta en apariencia inocente. Me causó pena, pues, tener que responder implicaba aceptar nuevamente esa realidad tan maldita que se vio atenuada por la maravilla de aquel lugar. Entonces mi respuesta más explícita y breve fue:

-Estoy solo.

-¿Quieres que te acompañe?...

Y he ahí el final de la historia. No me disgustaba la nueva compañía, después de todo estaba interesada en ayudarme. Además tenía una actitud totalmente diferente a la de los anteriores seres con los que topé.

III

Una amistad inigualable

Al principio Zaxo se opuso rotundamente a aceptar a mi invitado, pero por alguna razón cedió, y no estoy seguro de por qué (quizá era evidente su inocuidad). 

Tener su compañía era bastante agradable, era alegre, feliz, sin rastro de negatividad alguna. Era como un niño, o niña, que ignorante del sufrimiento inherente a la vida, siempre resalta su contento. Yo quería enfatizar su cualidad infantil y por eso le pedí que adquiriera tal forma.

-¿Qué es un infante? -me preguntó cuando se lo propuse. Decir que era un yo más pequeño no iba a servir, fue entonces que recordé el primer modo en el que se comunicó conmigo.

-Tú puedes ver lo que pienso ¿cierto?

-Sólo con tu permiso.

-Te lo permito -dije y tuve que llevar mi memoria e imaginación a la imagen de una niña, la primera y única en la que habría pensado: mi hija Dina, muerta a sus trece años por obra de la naturaleza.

-De acuerdo -me respondió y en pocos segundos tenía la viva imagen de mi hija ante mí.

Aunque era de un plateado reluciente en mi mente la veía como siempre la vi: cabello castaño y ondulado, su piel canela, sus ojos marrones; además de todo su estilo habitual de prendas de un único color. Había resucitado, era lo que pensaba de manera inconsciente, pero siempre consciente del mal que me causaría esa idea si la dejaba apoderarse de mí. No obstante, su figura fuera de mis pensamientos me llenó de nostalgia. ¿En qué rayos estaba pensando? ¿no había ya muerto su añoranza por el duro peso de la realidad? Bueno, la mente es extraña. 

Así pues fui conociendo poco a poco a Xem (fue un nombre aleatorio con el que estuvo de acuerdo, ni siquiera sé si signifique algo), y ella o él me fue conociendo. Le mostré las fotos de paisajes terrestres que había encontrado antes, los libros y varios otros objetos. Le enseñé muchas cosas sobre la nave y las bitácoras.

La primera vez que leí un libro para ella resultó imprescindible explicar lo cierto y lo falso, aunque se confundía en ciertas partes. No obstante, seguía la continuidad de la historia a la perfección. Luego comprobé lo increíble de su versatilidad: aprendió a leer sin que yo me propusiera enseñarle. 

Aunque hubiese dejado de lado las bitácoras por un largo periodo de tiempo, nunca abandoné mis ansias de explorar. Así, mientras Xem se veía entusiasmada empezando otro libro, yo sobrevolaba nuevos suelos cubiertos de densa vegetación. 

En un día cualquiera la adversidad nos golpeó repentinamente cuando Zaxo notificó la escasez de combustible. En ese momento estábamos justo sobre unas montañas de rocas rojizas en cuya cumbre nos vimos obligados a aterrizar. Probablemente el hecho de que una única carga de combustible haya durado un año, de doscientos cincuenta días enteros, hizo que me hiciera la vaga idea de que éste era inagotable. 

Pero ese breve aviso en la pantalla de que quedaba menos del 1% me lanzó nuevamente a la realidad. Mi aventura estaba llegando a su fin ya, y yo debía de encontrar un lugar seguro para quedarme ahí por el indefinido tiempo que llegase a vivir.

Mientras tomaba una determinación apareció en el recinto la pequeña Xem; cargaba un libro de cubierta verde en una mano, en la cabeza un gorro negro y mostraba un rostro de aparente confusión. 

-¿Qué pasó, por qué aterrizamos...? -preguntó mirando hacia afuera con desconcierto- ¿... y aquí?

-Bueno, resulta que no nos podremos mover mucho a partir de ahora.

-¿Por qué?

-Eso que nos mantiene a flote se está acabando.

-¿Qué es eso? ¿magia? Yo pensé…

-La magia, para que entiendas bien, no existe fuera de las páginas que has leído. Es un concepto imaginario, nada más.

-Ah... ¿Qué vamos a hacer ahora?

-No nos queda más que buscar un lugar en el que nos podamos establecer.

Xem estaba sentada a mi lado, en la silla que antes ocupaba mi compañero, mirando la consola con un evidente interés. Yo en cambio veía los lejanos parajes, a las faldas de la montaña en la que estábamos, pensando en cuán amarga era la situación, pensando que cualquier lugar que escogiera podría ser bueno.

Sin más precedentes puse la nave en marcha. No pasó mucho antes de llegar a una amplia explanada de suelo amarillento, únicamente poblada por lo que parecía troncos violeta que se alzaban en espiral. Obviamente aquel paraje no estaría en una lista de lugares posibles pero…

-Yo pensé que ibas a elegir un lugar más agradable.

-Sí, lo haré pero antes... ven conmigo.

bajé de la nave guiando a Xem hasta la parte posterior, donde se situaba el tanque.

-Por lo poco que sé supongo que gran parte de los líquidos que fluyen en este lugar servirían de combustible, pero... Zaxo descubre el tanque.

Una vez manifestado el ingente depósito subí por una escalera hasta llegar a la tapa circular que se abría con mi huella dactilar, luego extraje una porción con una varilla de oro y se la mostré a Xem.

-¿Conoces algún río, mar o lago con estas características? -le pregunté.

Ella tomó el fluido violeta en sus dedos y lo examinó con minuciosidad. 

-¿Es esta la magia que nos mantuvo a flote? Se siente raro, además, los humanos tienen unos órganos sensitivos tan extraños -señaló luego de olfatear y saborear la pizca de combustible.

-Si, ya lo creo, pero dime…

-Bueno, la verdad es que sí he visto una sustancia de similares características, pero sólo una vez y ya hace mucho…

-¿Dónde? -supliqué.

-Eh, era un lago con una isla pequeña en el centro, tiene un árbol en ella y sus hojas relucen con este color. Tiene el mismo olor, mismo sabor y… -expuso pacientemente, pero yo estaba entusiasmado.

-¡Bien! ¿Puedes guiarme de algún modo?

-No es muy lejos de donde nos vimos la primera vez.

-¡Genial! Vamos.

Sea como sea estaba decidido a llegar allí, aunque me tocase ir caminando con un barril en mi espalda. El detalle preocupante era que ya estábamos un poco alejados de ese sitio. Pero era la única esperanza así que no esperé más para ir allá.

Con éxito logramos llegar a una alta elevación desde la cual podíamos avistar la gran cascada que antaño había visto, incluso podía divisar la neblina ascendiendo con constancia. 

Tuve que aterrizar obligatoriamente por las continuas prevenciones de Zaxo. Era imprudente seguir volando con el presente riesgo de una caída inminente.

Tomé una siesta para recargar energía, según Xem el lugar estaba algo alejado aún y no quería fenecer en plena ejecución de la faena. También preparé la mochila, previamente, con unas cuantas cosas, y luego nos pusimos en marcha. Dejamos a Zaxo en el borde de un bosque de árboles poco altos, copas en campana y hojas grises.

El camino que tomamos iba en dirección a la arboleda con los árboles colosales, después giraba hacia un bosque en su totalidad diferente: los troncos subían en vertical, pero las ramas, carentes de hojas, descendían hasta tocar el suelo y enredarse con las ramas cercanas. Tenían la apariencia de enormes patas de arañas o algo parecido. 

El aspecto del lugar era siniestro; desde que comenzamos a caminar entre las espeluznantes ramas enrevesadas tuve la sensación de que seríamos golpeados, raptados o quizá devorados por los monstruos latentes de aquel sombrío lugar.

La única compañía de Xem me hacía entender que estaba seguro, desde el inicio fue protectora conmigo. Además permanecía inmutable a mi lado, sonriente, como si visitara la morada de un amigo.

El momento de poner a prueba la protección que Xem me brindaba no tardó en llegar, bueno, quizá un par de horas. El hecho fue que de un momento a otro el tema de conversación fue sobre arañas, acaso era lo único en que pensaba debido a la apariencia espeluznante de aquellos árboles.

-¿Ocho ojos? Ocho patas te creo, pero, ¡ocho ojos! Me parece exagerado -consideró-. Además de eso la telaraña, simplemente increíble.

-No te miento, mira mis pensamientos un momento y toma su forma -sugerí y la imagen de chica de Xem se transfiguró en la de una gran araña, exactamente la misma en la que había pensado.

-Sorprendente, se siente genial, extraño pero genial -opinó examinando con entusiasmo cada una de sus extremidades-. Creo que me quedaré así por un rato.

-No por favor, ya estoy bastante angustiado con el sencillo hecho de  caminar por este lugar.

-No deberías temer, te aseguro que no habrá criaturas peligrosas por un largo tramo, antes viví cerca de este sitio…

-Espera, ¿entonces sí habrá? -cuestioné.

-Bueno, más o menos… hay algo que debes saber y que te contaré, escucha: fue ya hace mucho tiempo, antes incluso de que dominara la transformación; vivíamos allá, donde los árboles se ven más altos -indicó con una pata delantera, y fue cierto, más adelante los mismos árboles entre los que pasábamos se hacían más y más altos, pero aquellos poseían hojas amarillas-. Había muy pocos habitantes en el lugar pero vivíamos en armonía…

-¿Había más... de tu clase? Es decir tus padres, hermanos, ¿no?

Con nada más que silencio me dijo que no.

No quise incomodar con otras preguntas similares que tuve en la mente en ese instante, y las hubiera hecho pero era difícil interpretar su silencio, pues nunca me dio señales que indicaran tribulación alguna. Luego de un prolongado silencio me respondió:

-La verdad es que nunca conocí a alguien a quien llamar papá o mamá -compartió-. Desde que tengo uso de conciencia, o acaso más antes, no he visto a otro ser con mi habilidad, mis características u otra semejanza. He sido siempre singular. Bien, repentinamente nuestra comunidad se vio invadida por una banda de estos sujetos…

Al decir "estos sujetos" adoptó la forma uno de ellos; era como una bestia, pero su piel era de apariencia rocosa, en su cabeza alargada destacaban tres cuernos enormes, en su cara había tres ojos, cuatro orificios nasales y una boca tan grande que por poco tocaba los cuernos laterales, además tenía un lomo cornudo y seis patas huesudas. Luego continuó:

-Eran demasiado grandes, fuertes y atroces, tantos que no pudimos defendernos, se establecieron ahí por la abundante vegetación, también devoraron a los valientes que trataron de luchar… en realidad luché, pero desistí al ver las pérdidas.

-Qué tragedia has vivido…

-Sí, pero ahora -empezó a decir con tranquilidad- me gustaría una venganza -anunció con un talante tétrico.

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