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Incapaz de concentrarse completamente en el libro que había estado leyendo durante casi una hora, Enza lo cerró con un suspiro. Decir que estaba preocupada por el jeque era ridículo; lo que la preocupaba era su regreso. Había partido con una determinación feroz, y ahora que sabía de lo que era capaz, temía un baño de sangre. Apartando los oscuros pensamientos que casi le impedían respirar, Enza se levantó de la cama y se dirigió por el pasillo para echar un vistazo a la habitación del niño. Profundamente dormido, Hamil le dio un breve momento de consuelo con esa hermosa imagen. Cerró la puerta y luego sucumbió a un paseo en medio de la noche. Apretando su delgada chaqueta contra ella, sintió una extraña opresión en el pecho cuando llegó a una puerta de madera muy oscura. Enza se mordió el labio, reprimiendo su curiosidad antes de que la llevara a cometer un error. Dio la vuelta y regresó por donde vino. No podía conciliar el sueño por varias razones. Ya no podía adaptarse a los cambia
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