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El día avanza más rápido de lo que quisiera.

No hay sol pleno, solo una luz opaca que se filtra entre las copas de los árboles, como si el cielo también dudara de mostrarse completo. El bosque entero tiene ese tono contenido que precede a las tormentas: no una hecha de agua y rayos, sino de decisiones.

Comemos algo sencillo, casi sin hablar. Un pedazo de carne fría, un trozo de pan duro, un sorbo de agua que sabe a río y a piedra. No es una comida para disfrutar, es combustible. Lo suficiente para que el cuerpo recuerde que sigue siendo materia, no solo voluntad.

Ashen termina primero. Siempre termina primero. Limpia las manos en un trozo de tela y luego aviva un poco las brasas con la punta de una rama, más por costumbre que por necesidad. No vamos a quedarnos lo suficiente como para encender el fuego de nuevo.

—Cuando salgamos de aquí —dice, sin mirarme todavía—, esta cueva dejará de ser refugio. Será un punto más en el mapa. Nada más.

Sé lo que quiere decir: no habrá regreso fácil.
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