CAPÍTULO 5

Mi corazón late deprisa al escuchar aquello, porque quizá tengamos alguna oportunidad. Así que camino hacia él y tomo su rostro entre mis manos, para acercarlo a mí. Rozo sus cálidos labios contra los míos, después los atrapo en un dulce beso muy delicado, cargado de todo mi arrepentimiento y mi anhelo por él. Siento mis lágrimas caer una tras otra sobre mis mejillas, es el beso más tierno que le he dado. 

¿Por qué esta vez no me toca? ¿Por qué sigue ahí como una estatua helada?

Se separa de mí, acabando con todo mi orgullo, arrasando por completo con mi seguridad.

—No, Ava… Esto ya no puede ser, lo único que conseguimos es lastimarnos. —Niega y se aleja, dándome la espalda.

—Pero… ¿Y entonces? —Me sorbo la nariz, porque mi voz ha sonado terriblemente destrozada. 

—Desde hoy seremos dos compañeros de trabajo, solo hagamos como que nunca nos conocimos. ¿Aceptas? —Me observa con total seguridad y severidad en su mirada.

Jadeo fuerte, estoy enfadada. 

—¿Cómo puedes pedirme tal cosa? Jamás me habría imaginado todo esto. —Me llevo una mano al pecho. 

—Es lo mejor para nosotros. Ya estoy exhausto, ya no quiero seguir con esto —suspira, se le nota que está harto de mí.

Asiento levemente y luego niego sintiéndome molesta.

—Siempre has estado harto de mí, era de suponer que en cualquier momento ibas a confesarme todo esto... ¿Y qué si no quiero ser tu asistente? ¿Qué vas a hacer, ponerme otra trampa? No sabes perder, eso es. —Me cruzo de brazos—. ¿Sabías que puedo denunciarte por esto? Y lo voy a hacer. 

—Es sencillo, deberás pagarme cincuenta mil euros. Y en cuanto a la denuncia o demanda, nadie te hará caso, firmaste sin leer. Yo no tengo nada que perder. 

Me río de indignación y tomo mi cartera con violencia.

—¡¿Por qué tienes que hacerme esto, Derek Lindemann?! ¡Eres un desgraciado! —grito y zapateo muy enojada. Sin embargo, de inmediato me detengo, porque ya no quiero ser más así. Respiro profundo y me acomodo el cabello, mientras veo que él frunce el ceño. Entraré en su juego a ver qué sale de todo esto—. Está bien, se hará como diga, señor…

Hoy es jueves y debo regresar al trabajo. Me tomé la molestia de arrojar a la basura todas botellas de licor, los cigarrillos que fumaba de vez en cuando debido al estrés y mi ropa demasiado reveladora. Ahora quiero ser un buen ejemplo de verdad para mi niña, verme y ser toda una mujer decidida, que sabe lo que quiere y para donde va.

—Buenos días, chicas… —dejo sobre la mesa el desayuno que consta de frutas picadas, jugo de naranja y tostadas de pan con ajo, mis favoritos.

—¿Qué es todo esto? —Clarissa se lleva una mano a la boca, la pelinegra se ve conmocionada.

—Jesús… —Ahora es Elena quien se une a la mesa. 

—Bendigan al señor, porque esto es un milagro. —Mary me da un beso en la mejilla.

Rodeo la mesa mientras sonrío y tomo mi lugar.

—Solo quiero hacer las cosas bien de ahora en adelante, es todo… —Bebo un sorbo de zumo de naranja, me ha quedado delicioso.

—Por algo se empieza, amiga. Y empezaste muy bien. Mira qué delicia, mmm y bien dulce... —Mary llena su plato de tostadas y fruta. Está algo pasadita de kilos, pero se ve hermosa así. No nos preocupa siempre y cuando no aumente más y aquello afecte su salud.

Todas nos reímos a carcajadas debido a su comentario. Cómo adora la comida esta mujer.

—Bueno… —Termino mi desayuno—. Debo irme, llegaré más temprano de ahora en adelante. Si me disculpan…

Las chicas sonríen y me desean suerte.

Salgo de la casa y camino hacia la calle principal para tomar un taxi, pero un hombre mayor y vestido de una forma bastante elegante me llama por mi apellido.

—Señorita Moore. —Se acomoda el saco.

—¿Disculpe? —Doy un paso atrás, siempre he sido muy desconfiada con las personas desconocidas.

—Perdone si la tomé por sorpresa. El joven Derek me ha enviado para que la lleve a la oficina. Mucho gusto, mi nombre es Javier, soy uno de sus choferes. 

El hombre extiende la mano y la tomo algo dudosa, observando el Porsche negro estacionado frente a nosotros. Ahora lo recuerdo, en alguna ocasión vi ese auto. 

—Muy bien. —Asiento despacio.

—Adelante, señorita. —Él, muy amable abre la puerta y entro para luego tomar asiento.

—Gracias, Javier.

Le sonrío y él cierra la puerta, después rodea el auto y se sube para arrancar.

Me pregunto el porqué Derek hace esto. «Quiere portarse como lo haría un jefe amable, el cual no te conoce», mi, mente me lo recuerda y tuerzo la boca, recordando aquello de “Hagamos como si nunca nos hubiésemos conocido”. Verdaderamente no entiendo a Derek.  Me tiene muy confundida, a estas alturas ya no sé qué pensé del él. Es como si se tratara de otro hombre. 

Después de aproximadamente unos treinta minutos, entro a la oficina y veo que no ha llegado, por lo que me pongo manos a la obra y comienzo a organizar la agenda y responder las llamadas que entran unas tras otras. Hago todo con cautela y voy anotando las cosas que me piden y se las transmito a mi jefe.

—Buenos días. —Derek entra y cierra la puerta detrás de sí.

—Buenos días. —Me levanto de inmediato.

Cuando veo su rostro impertérrito y su mirada sin una pizca de cariño, siento ganas de llorar. Me duele su actitud, a veces tengo ganas de salir corriendo lejos para no verlo, porque me lastima esa inmensa indiferencia. Por Dios, últimamente ando muy sensible.

—¿Agenda del día? —Deja el maletín a un lado y toma asiento. Levanta la mirada y ubica mis ojos entre los suyos con desdén—. ¿Señorita?

Eso se ha sentido terrible. No creo que logre soportar toda esta situación. En cualquier momento me voy a venir abajo y quedaré sin esperanzas. 

—S-sí… —Hago todo lo posible por salir de aquel letargo y tomo la tableta entre mis manos—. Desayuno con los señores Scott de Canadá, al medio día almuerzo con el señor De Vineyard, de Italia; después, firma de contrato con Maxwell y por la tarde reunión con gerencia… Ah, también debe revisar estos contratos y planos que los arquitectos han enviado.

Tomo el voluminoso ruple de carpetas y las dejo sobre su escritorio.

—Muy bien. —Me observa detenidamente y luego desvía su rostro hacia las carpetas que ahora abre.

—¿Necesita algo más? Anoté algunos recados de mediana importancia, ¿quiere que se los diga o lo hago después? —Me siento extraña al hablarle así, pero debo hacer el esfuerzo por acostumbrarme.

—Después, por ahora revisaré todo esto para asistir al desayuno. Trata de terminar lo que tengas pendiente y alista tus cosas. En media hora debemos ir a... —Mira su Rolex y arruga el entrecejo.

Se me hace raro que yo vaya, pero enseguida recuerdo una de las reglas para ser una buena asistente: “No cuestionar a tu jefe”.

—Bien. Entonces iré por los demás planos que tiene que revisar. Vuelvo en un momento. ¿Desea un café? —Tuerzo la boca, creo que estoy siguiendo lo que leí en aquella columna de internet al pie de la letra, la cual hablaba acerca de las asistentes. , la cual hablaba de cómo ser la asistente perfecta.

—Sí, por favor. —Asiente con la cabeza gacha mientras estudia cosas de arquitectura que no entiendo en lo absoluto.

—Con permiso… —Camino con prisa y salgo de allí.

Recuesto mi espalda sobre la puerta y dejo salir todo el aire que estaba reteniendo en los pulmones. Sé que puedo hacerlo, solo debo acostumbrarme.

Camino hacia la oficina del encargado del área de arquitectura, porque según la secretaria me dijo, debo recoger esos planos, ya que también es mi deber.

Toco la puerta dos veces y espero a que me abran.

—¡Hola! ¿Eres Ava? —Un hombre abre y puedo ver que tiene una sonrisa bastante agradable, aparte de ser muy apuesto.

Tiene la misma estatura de Derek, casi dos metros. Su cabello está algo corto y es de color castaño, tiene bonitos ojos marrones, nariz respingada y labios rellenos. Su rostro es casi tan perfecto, pero no tanto como el de Derek. Es  insufrible que mi mente se la pase comparándolos a todos con él, quien termina aplastándolos de inmediato y saliendo victorioso como el más perfecto para mí.

—Sí... ¿y tú eres Fredd? —El hombre asiente y me tiende la mano, la cual estrecho de inmediato—. Mucho gusto. 

—El gusto es mío. —Sonríe ampliamente—. Pasa por favor y toma asiento.

Me cede el paso y entro a su oficina, la cual tiene un toque original. Hay adornos muy masculinos, cuadros con diplomas y uno que otro baloncito de fútbol americano por aquí y por allá.

—Linda oficina... —Observo el lugar con interés.

Fredd busca algo en las estanterías. Lo escucho reír.

—Gracias, me lo dicen muy seguido. —Se gira y toma asiento frente a mí, con algunos rollos y carpetas entre las manos.

—Estos son los que faltaban. Si Derek tiene algún problema házmelo saber de inmediato. —Me los entrega con cuidado.

—Muy bien. Gracias Fredd. —Le sonrío amablemente y me levanto.

—¿A dónde vas a almorzar hoy? —Se aclara la garganta.

Arrugo el entrecejo debido a su repentina pregunta.

—Creo que hoy mi jefe y yo iremos a un almuerzo de negocios.

Asiente levemente y sonríe de nuevo.

—Entonces te invito otro día. Nos vemos pronto, Ava.

—Hasta pronto. Seguro que sí… —Le devuelvo una sonrisa también, antes de salir de su oficina.

Me he olvidado del café, después iré por el. Voy de regreso con los rollos y carpetas entre las manos. Abro la puerta con dificultad, pero antes de entrar me tropiezo con algo y caigo de bruces contra el suelo. Todo lo que traigo entre las manos se esparce, hasta que veo uno de los rollos chocar contra unos filosos tacones de aguja de color negro. Levanto la vista y ubico rápidamente a Derek, está recostado sobre el borde del escritorio. Casi pegado a él hay una mujer rubia despampanante. Tiene labios gruesos y provocadores, melena rubia abundante y unas curvas muy pronunciadas que dan inicio a mis nuevas desgracias…

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