Sin deseos

Llegar a Londres vía aérea , trajo varios inconvenientes a Carlisle, que tuvo que lidiar con una intransigente Eleanor que no tenía intenciones de ayudar con su equipaje y mucho menos dirigirle la palabra. Pero lo que llegó a colmarle la paciencia fue que la aerolínea había perdido una de sus maletas… La suya. Para colmo de males, Londres les daba la bienvenida habitual… llovía a cantaros y la fila de espera para los taxis era kilométrica. A pesar de la tan “amena bienvenida”, Carlisle prefirió mojarse hasta los huesos a soportar la cara de pocos amigos de su esposa. Con que ganas se fumaría un cigarrillo para serenarse. Desde la noticia de la recuperación exitosa sus padres, había estado callada y taciturna, y prácticamente había actuado como si Carlisle no estuviera. Suspiró mientras se arrebujaba bajo el abrigo. Tenía razón cuando pensaba que al volver a Inglaterra también volverían los problemas.

Después de una hora, mojado hasta las medias, un taxi aparcó y junto al conductor sub
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