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Amelia abrió sus ojos, dándose cuenta de que no había dormido bien. Había tenido pesadillas, sueños raros donde ella desandaba un camino, y terminaba en una iglesia donde estaba un hombre que se parecía mucho a Zack diciéndole algo, y la miraba con una luz muy especial en sus ojos.

No era un hombre que se parecía a Zack. Era Zack.

Era el mismo sueño que había tenido la noche que despertó de vuelta a sus dieciséis.

Se sentó, y se dio cuenta de que estaba sola en una amplia cama, de un colchón de exquisita calidad. La habitación estaba completamente a oscuras, pues las cortinas bloqueaban la luz muy bien. Sin embargo, ella no estaba notando estos detalles, como lo suaves que eran sus sábanas, o la pintura colgada en la pared que le había regalado una amiga pintora y que ahora valía más o menos un cuarto de millón de dól

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