LIBRO I: Capítulo 5 - Las reglas

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Esta vez Patria despertó de golpe, no hubo sueños ni voces, sólo una necesidad de hacerlo. Inmediatamente se puso alerta al recordar que el general de la DETT era quien la tenía cautiva en su casa. La obscuridad se había marchado y ahora toda la habitación se encontraba iluminada por los rayos de sol que entraban a través de la ventana. La habitación era sencilla sin muchos muebles, con una cama de latón que hacía un poco de ruido al moverse, un armario de color blanco que cubría toda la pared lateral, la puerta para entrar al baño, una ventana en el respaldo de la cama y un pequeño sofá al lado. Sobre éste se encontraba sentado el general completamente vestido con su uniforme de la DETT esperando, a que ella despertara, sin decir ni una palabra.

Patria notó que sus ropas estaban secas por completo y que ya no eran las mismas. Ahora, en lugar de llevar el uniforme de la escuela vestía una playera que le quedaba cómo vestido mientras que su cuerpo se encontraba completamente cubierto por una suave manta.

―¿Usted me cambió? ― Fue lo primero que le dijo cuando sus miradas se encontraron.

―No iba a dejar que se durmiera con la ropa empapada ¿o sí?, eso me hubiese causado más problemas― comenta con el mismo tono frío de siempre.

Ella ya no respondió nada. Ni siquiera se puso a pensar en que él, posiblemente, ya había visto su cuerpo desnudo y que en verdad llevaba tanto tiempo en ese lugar que ya había visto más de lo que ella hubiese querido. Así que no valía la pena reclamo nada al respecto.

―Gracias ― le respondió.

―No es nada― contestó en tono normal sin expresar ningún tipo de calidez.

El general se puso de pie y se acercó a Patria que yacía sobre la cama. Él ahora, con la luz de la mañana, notó que sus ojos eran entre verdes y marrones, que su cabello era negro, liso y más largo de lo que pensaba y que tenía una boca carnosa que le pareció bastante atractiva. El intercambio de miradas duró por un breve momento mientras ambos trataba de adivinar qué pensaba el otro; él rompió la conexión.

―La tengo que dejar de nuevo― habló con su voz grave y agradable que le molestaba a Patria― no quisiera pero tengo que ir a trabajar, ¿cree que pueda controlarse? ― Preguntó.

―No soy una salvaje como para que me diga eso ― fue su respuesta inmediata.

―Lo digo porque ya no se encuentra en el búnker y ahora si pueden descubrirla y…

―No quiere meterse en problemas… lo entiendo― completó ella con una frase que sabía era como la que el general le diría.

―Debe entender que soy un hombre solo, y que cualquier sospecha de que alguien está dentro de la casa puede alerta a los vecinos. Nos separa un jardín entre casa y casa pero el patrullaje de la DETT pasa cada hora, sobre todo ahora con más frecuencia, ¿entiende? ― se justificó.

―¿Entonces? ¿Qué hará?

Él se sentó al lado de la cama y con ese rostro duro que albergaba sus ojos azules la miró― no debería decir esto pero ¿cuál es su nombre? ― Preguntó.

―¿Cuál es el suyo? ― Respondió ella.

―¿Siempre es así de necia?

―Y usted de duro.

Hmmmmm, hizo el general y luego suspiró― Mi nombre es el general Edevane, Ioan Edevane.

Patria se quedó un momento en silencio mientras la mirada del general la observaba con detenimiento― me llamo Patria Nomdedeu.

―Señorita Nomdedeu, le voy a dejar ciertas reglas antes de irme. Necesito que las recuerde a la perfección y las aprenda antes de que me vaya. Si no lo hace regresará al búnker.

― Los de la DETT aman las reglas.

―Por eso prosperamos más que BOR― contestó y se puso de pie para que con su imponente altura y cuerpo diera por sentado que él, ahí, era la figura de autoridad― con la píldora que le estoy dando pronto podrá moverse mejor, sus costillas están sanando, la temperatura ha bajado y sus piernas recuperan movimiento, así que debe prometerme que no se moverá de aquí hasta que yo por mis propios medios la saque.

Patria lanzó una breve sonrisa que más bien pareció un mueca. Se imaginó escapando de ese lugar, que no conocía, vistiendo un camisa que le quedaba como un vestido corto y viéndose como una completa loca atravesando el desierto.

―Le pido me confirme.

―Esta bien― aceptó.

―Le voy a pedir también que no haga ruido en todo el día, nada, ni un sonido, no debe llamar la atención.

―De acuerdo.

―No debe bajar a explorar la casa, sólo quédese en esta habitación. Soy bastante pulcro y ordenado y me daré cuenta si usted desobedece esa regla.

―¿Qué le hace pensar que yo no soy igual? ― Respondió Patria.

―Créame señorita Nomdedeu ni siquiera pasaremos tanto tiempo juntos como para que yo logré conocerla a esa profundidad―respiró― confirme que no saldrá de la habitación.

―No lo haré― contestó ella porque no tenía otra opción.

―Cuando obscurezca no encienda la luz de la habitación, yo lo haré en el momento en que regrese. Si usted la enciende y yo aún no he llegado se levantarán sospechas de un robo y en minutos tendremos a la policía aquí.

―Entendido.

―Y por último no debe asomarse por la ventana, por razones que son obvias después de haberle dicho las otras reglas.

A pesar de que Patria accedió a todas las reglas no dejaba de pensar que estaba en un cárcel, cuyo cuidador no era nada más ni nada menos que el segundo al mando de la DETT y que en cualquier momento podía cambiar de opinión y ejercer su derecho sobre ella como ciudadano de Mur. Aún así, no sabía cuánto tiempo pasaría ella escondida ahí o bajo el cuidado del General Evedane, así que no le quedaba más que obedecer, coger energías y cuando estuviera perfecta tratar de escapar hacia Bor.

―No sé que tipo de alimentación tenga, pero antes de irme le subiré avena, es lo único que tengo para comer así que espero le guste.

―Gracias― agradeció Patria.

―El plato puede dejarlo aquí dentro, trataré de regresar a buena hora para cenar, le pido que se tome la píldora, le curará.

―O me dormirá por horas― replicó ella.

―Como lo quiera tomar señorita. Ahora me tengo que ir, le pido de favor que siga las reglas con mucho ímpetu y al pie de la letra, si lo hace no nos meteremos en problemas y más rápido usted se irá de aquí.

El general abrió la puerta de la habitación y Patria se levantó un momento apoyando los codos sobre el colchón de la cama. Logró ver un largo pasillo alfombrado antes de que cerrara la puerta.

Volteó a su alrededor para ver si tenía algo con qué comunicarse con el exterior pero al parecer el general había tomado todas las precauciones necesarias para que eso no fuese posible.

Quería saber dónde estaba, en qué parte de Mur, ¿qué había pasado con la guerra?, ¿por qué no se escuchaba nada?, ¿qué día era? El general regresó a la habitación con un plato con vasta avena y una vaso grande con agua y se los dejó sobre la mesa de noche que se encontraba al lado de la cama.

―Regresaré a las seis con algo para cenar, yo siempre como avena sencillo y fácil pero esta vez me esforzaré en traer algo más.

―Gracias― volvió a agradecer Patria con la esperanza de recibir un “de nada” o “no hay de qué”, pero como siempre el general calló y cerró aún más las cortinas de la habitación.

―¿Me repite las reglas? ― Le pidió con su voz grave mientras la miraba a lo ojos.

―No prender la luz, no abandonar la habitación, no bajar las escaleras de la casa, no asomarme por la ventana― repitió Patria con un tono de voz como si estuviera regañada.

―Y no hacer ruido― le recordó él, ignorando la forma en que le habló.

―No hacer ruido.

―No confío en usted señorita Nomdedeu pero debido a la situación no me queda de otra así que “confío en usted”.

―Como a mí no me queda otra que confiar en usted― respondió Patria con la misma mirada de desafío que siempre le mostraba al General.

―Perfecto, entonces me voy ― Ioan se puso de pie mientras caminó hacia la puerta―la píldora se encuentra en el cajón.

Patria iba a decir un “gracias” pero recordó los desplantes que siempre le hacía así que guardó silencio y sólo asintió con la cabeza.

―Hasta luego― le dijo y cerró la puerta al salir. Un suave click indicó una sola cosa, el General Edevane la había encerrado bajo llave, una señal de que no confiaba en ella en absoluto.

Patria se quedó en silencio mientras escuchas al General saliendo de su casa. Cuando ya no escucho ni un ruido mas, suspiró ―al menos ya me habla― se dijo en voz alta mientras observaba la avena que le había dejado sobre el plato.

Podría ser que el General Edevane no fuera del todo amigable, pero al menos se había tomado la molestia de saludarla y refugiarla de cualquier peligro al que pudo estar expuesta y eso se lo agradecería el resto de su vida, por más corta o larga que fuese.

Patria como un poco de la avena que se encontraba en el plato y al sentir el delicioso sabor a canela y azúcar supo que estaba viva, que iba a sobrevivir y regresar a Bor para ver a su familia; lo único que necesitaba era seguirle el juego al general y sobre todo, las reglas. 

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