Capítulo 148

Puse los ojos en blanco y volteé a ver a Mateo, que se enderezaba en su puesto y revolvía su cabello con una mano.

—No, parce, aleje eso de mí, —aleteó una mano—. Nosotros ahorita nos tenemos que ir.

—¡No!, ¡Mateo, yo pensaba que tú aguantabas! —se burló Pablo—. Tú no aguantas es ná… —siguió repartiendo a los demás.

A Mateo se le notó que no le importó el comentario de Pablo, al contrario, se acomodó en su silla y se relajó.

Me di cuenta que me gustaba el Mateo ebrio: era muy tranquilo (aunque siempre lo era), pero se mostraba muy relajado y cariñoso. No era de esos problemáticos que se les suelta la lengua.

Le comencé a acariciar con una mano su cabello liso y él soltó una sonrisita de satisfacción (sabía que le encantaba que lo hiciera).

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