No entendiste muy bien porque estaba tan misterioso y mucho menos porque había tantos aperitivos en la sala. Me preguntaste mil veces que cual era la sorpresa y yo seguía negándome a responderte; a pesar de que me intentaste sacar la información a punta de besos y cosquillas. Parecíamos dos niños chiquitos discutiendo por toda la casa para que el otro hablara.
Te paraste con tus brazos en jarra y me miraste seria. —Ya no me están gustando nada tus sorpresas... primero la bendita llave, y ahora esto. No puedo más de la curiosidad.— Dijiste haciéndote la enfadada y solo pude reírme.
Te veías tan adorable.
—No seas impaciente cariño, mi sorpresa debe de estar por llegar ya.— Dije mirando el reloj y como llamándolo, el toco el timbre. —Abro yo.— Anuncie antes de que tú salieras corriendo a la puerta.
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