Amar una segunda vez
Amar una segunda vez
Por: Elika Larrea
PRÓLOGO

Emily bajó del taxi sintiendo aquel nudo en la garganta que no desaparecía. Frente suyo estaba el alto edificio de espejos en el cual se encontraba la persona que más amaba en todo el mundo.

Se limpió un par de lágrimas que rodaron por sus mejillas y respiró profundo. 

—Estaré bien —se dijo así misma y entró buscando al despacho del abogado que estaba en el sexto piso de aquel inmueble tan lujoso.

Sus hombros cabizbajos y su mirada perdida lo decían todo; su matrimonio se estaba rompiendo por una mentira y por una infidelidad que difícilmente podría perdonar algún día.

Cada que cerraba sus ojos veía, al que pronto iba a ser su exmarido, con aquella mujer que siempre le hizo la vida imposible desde que ella tenía recuerdos.  

Pero ya todo estaba dicho y escrito, por eso cuando se abrieron las puertas del ascensor, entró a la oficina con una sola meta fija en su mente y era huir de aquel lugar en el que ya no se sentía amada ni respetaba.

No estaba en condiciones de rogar, ni mucho menos de pedir perdón, ya que el que tenía que redimirse no era nada menos que su marido.

Por otro lado, Aiden no podía dejar de pensar en que su esposa era la primera mujer que le había jugado mal, después de todo lo que había hecho por ella. No podía creer que la muy m*****a lo había engañado con él, con su peor enemigo, con el tipo con el que siempre lo compararon desde que era un crío.

Sin embargo, todos los pensamientos erróneos que su marido estaba teniendo se esfumaron cuando la vio entrar por aquella puerta, tan pulcra y elegante como la conoció, a pesar de que siempre fue una chica humilde de clase media, Emily siempre se destacó por encima de las demás.

Era una mujer tremendamente atractiva de estatura media, cabello azabache largo y lacio que le llegaba hasta la cintura. Usaba flequillo y tenía unos ojos oscuros sumamente enigmáticos, que te hundían en un pozo sin fin. La piel de porcelana era su debilidad y más cuando aquella cremosidad se teñía de carmín cada que estaba excitada o avergonzada, que por un segundo recordó como la tuvo tantas veces debajo de su cuerpo gimiendo y retorciéndose de placer.  

—Buenas tardes —saludó Emily con esa voz raspada, porque la noche anterior había llorado todo lo que tenía que llorar, prácticamente se quedó dormida ahogándose con su propia sal, pero hoy en la mañana se había prometido así misma que no iba a derramar ninguna lágrima más por Aiden Preston Cox, el gran empresario que una vez la enamoró con detalles super románticos.

Aiden se levantó y le dio la mano. Una leve electricidad les recorrió la piel, como chispazos de corriente. La pasión seguía intacta, y el amor no se marchitaba, aun cuando ambos trataban de ahogar a las mariposas que revoloteaban en sus vientres cada que se tenían cerca.  

—Buenas tardes Em.

Ella tragó saliva al escuchar ese diminutivo tan íntimo y tomó asiento frente a él, tan segura como siempre, aunque por dentro sentía que las rodillas le flaqueaban y el corazón se le aceleraba con la mirada que su marido le daba.

Aiden siempre fue un tipo bien parecido de ojos verdes y cabello negro como la noche. Guapo, elegante y millonario, pero Emily no había mirado nada más que su personalidad. Ella se había enamorado de su amabilidad, de su compasión, de su ternura, por eso no entendía que después de dos años tuviera ese cambio de humor tan drástico, convirtiéndose en un hombre huraño, terco y engreído.

Ella lo amaba con todo su corazón, pero era una mujer que tenía dignidad y que sabía perder cuando las circunstancias no estaban a su favor.

—¿Tienes alguna duda, Em? —preguntó Aiden con aquella voz ronca que a Emily siempre le erizaba la piel.

Aiden en realidad esperaba que ella se arrepintiera, que luchara por lo suyo, por lo que habían construido juntos durante estos dos años, pero Emily estaba cansada de remar contra la corriente.

Es verdad que el joven empresario la había sacado del infierno y de los maltratos de su familia dándole la libertad que ella tanto anhelaba y por un tiempo fueron felices, pero luego de aquella noticia tan devastadora y de pillarlo en la cama con otra mujer, las fuerzas de Emily se desvanecieron poco a poco, hasta dejarla sin oportunidades que tomar, por eso estaba segura de su decisión.

Firmaría la demanda de divorcio y se iría muy lejos de Sídney.

Lejos de todo lo que una vez amó.

—Ninguna Aiden —contestó firme y algo brillo en sus ojos oscuros. Algo que se llama dignidad.

—¿Segura que no tienes nada que acotar o sugerir? —siguió su marido.

—¿Qué quieres que te diga Aiden? —Emily se cruzó de brazos y sus pechos resaltaron en aquel vestido ciruela entallado que llevaba tornándola aún más candente, a Aiden ese simple gesto le voló la cabeza y el arrepentimiento surgió—. ¿Quieres que te ruegue para que no me dejes? ¿o quieres que te pida otra oportunidad? O peor aún… ¿Quieres que sea yo quien te pida perdón?

Aiden sonrío con entusiasmo. Por fin veía a la joven salvaje de la cual se enamoró, pero no podía dar el brazo a torcer, ya que ella debía pagar por la traición que le contaron.

«Chismes» pensó.

Todo había sido por un chisme, pero el que tantas personas fueran testigos, dejaba en claro quien mentía y quien no, por eso deseaba con toda su alma, que su esposa le pidiera otra oportunidad. Si su esposa se arrepentía, él se la daría de inmediato y se olvidaría de todo lo que había sucedido para comenzar otra vez, por eso estaba tan seguro de sus palabras.

—Si me amas los harás, rogarás Em y me pedirás que vuelva contigo. 

Emily se echó a reír a carcajadas por el descaro de su marido. No era novedad que siempre había tenido ese juego de tira y afloja que cada que aparecía terminaban en una llamarada de pasión, reconciliándose, pero esta vez sería distinto.

—No lo haré Aiden —Ella se impuso—. No rogaré aun cuando me dejes en la calle sin nada.

Aiden frunció el ceño y apretó las manos, tornando a sus nudillos blancos. Odiaba la dignidad de su esposa, porque el orgullo jamás lo había podido quebrar y eso simplemente lo mataba y lo amaba a la vez. Ella era única y especial para él.

—Lo haré Emily Harper, te voy a dejar sin ningún puto dólar en el bolsillo —siguió tratando de buscar su arrepentimiento—. Mendigarás en las calles como la pobre que eres y me encargaré que nadie nunca te de trabajo en toda Australia. Puedo ser alguien muy cruel cuando me lo propongo. No juegues con tu suerte, querida esposa.

Emily chasqueó la lengua y sacudió su cabeza en negación. No iba a pelear con el necio de su marido.

—Hazlo, pero sigo teniendo mis dos manos buenas para salir a trabajar, tampoco eres el dueño del mundo —respondió ella con suficiencia—. Además, nunca me interesó tu dinero y por eso puedo valérmelas por mí misma sin ayuda de nadie. 

Aiden se levantó de la silla y esta cayó con un estruendo ruido al suelo. Golpeó la mesa con las manos, pero Emily no se sobresaltó ante su arrebato.  

—Esta me la pagarás Emily. Me la vas a pagar muy caro, si decides irte de mi lado.

—Aiden deja de hacer el ridículo. Debería ser yo la dolida y quien te reclamara todas las faltas de respeto que tuviste en nuestro matrimonio, después de todo fuiste tú quien me traicionó con…

Su esposa ni siquiera pudo repetir el nombre de aquella persona que ahora era quien caminaba al lado de su marido. 

Sin embargo, Aiden no lo soportó más, y rodeó la mesa. Tomó a Emily de la muñeca para levantarla del asiento y luego le puso la mano en la nuca para acercarla a sus labios. Sus alientos se unieron como uno y sus corazones se sincronizaron palpitando con toda la pasión que ambos sentían, pero el dolor les impedía reconciliarse. Sus cuerpos se estremecieron y las ganas de besarse resurgieron como las cenizas que ansían el fuego.

Pero una mentira y una traición, fueron suficiente ingredientes para que ahora estuvieran firmando la demanda de divorcio que los haría tomar caminos separados.

—¿Me amas, Em? —le preguntó su marido con la esperanza de apelar a su compasión y a Emily los ojos se le abnegaron de agua. Lo amaba como nunca amo a nadie, pero decidió mentir.

—No, ya no te amo.

Él sonrío con una melancolía arraigada en sus venas. Sabía que su amada esposa mentía.

—Entonces ¿porque lloras Em? ¿Por qué sufres por mí? —cuestionó Aiden pasando su pulgar por sus mejillas mojadas.

Emily no pudo controlar el nudo que se le colocaba en la garganta y finalmente las lágrimas brotaron como ríos caudalosos, soltando aquel sentimiento que le apretaba el pecho.

—Porque me rompiste el corazón, y ya no se puede reparar. Me has destruido Aiden. Has tomado todo de mí y luego me has abandonado como si no valiera nada, y para colmo me has traicionado.

Ella fue sincera y a él fue como si le hubieran pegado una patada en la boca de su estómago. Cerro los ojos con fuerza y Emily lo empujo lejos de su cuerpo. Tenerlo cerca le quemaba la piel, los huesos y el alma.

Estaba destrozada, pero no lo demostraría más.

Se dio vuelta y buscó la pluma fina que estaba sobre el escritorio, no quería seguir perdiendo tiempo en algo que su mismo marido había roto, pero Aiden no quería tampoco darse por vencido, por eso le quito el lápiz de las manos antes de que Emily pudiera firmar.

Era su última oportunidad.

Sus miradas se anclaron como una. Batallaron en un duelo de muerte. El verde de Aiden y el negro de Emily, eran una dualidad entre lo claro y lo oscuro. Entre el bien y el mal. Entre el cielo y el infierno. Ellos habían creado su mundo, pero ahora el mundo se partía en dos.

—Si firmas la m*****a demanda de divorcio, te vas a arrepentir —amenazó Aiden como última advertencia, pero ella estaba decidida a cumplir lo que el mismo exigió.

Por primera vez en la vida se iba a elegir a sí misma, ante que a los demás.

—Tú fuiste quien me pidió el divorcio, por favor deja de comportarte como un crío y asume las consecuencias de tus propios actos, que solo tu fuiste el culpable de este fracaso.

Aiden se mordió la lengua de rabia. Le había pedido el divorcio por un arrebato, por un rumor y porque la hermana de Em y su madre, le había metido mil cuentos en la cabeza, que lo hicieron desconfiar.

—Te voy a destruir Em.

Ella sonrió.

—Ya lo hiciste Aiden, por favor no alarguemos algo que ya está roto y es irreparable. Firmemos este acuerdo injusto y terminemos con la tortura de seguir viéndonos. No nos hacemos bien y nuestra relación se volvió tóxica.

Él no supo que argumentar y Emily firmó la demanda de divorcio.

A ella el corazón se le volvió un puño de apretado, pero cuando salió del despacho del abogado no miro atrás, porque ahora huiría y trataría de ser feliz con el secreto que llevaba hace un mes creciendo en sus entrañas.

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