PRIMERA PARTE: CAPÍTULO UNO

PRIMERA PARTE: DONDE TODO INICIÓ

DOS AÑOS ANTES

CAPÍTULO UNO

Emily se apuró en llegar a su casa, por lo que corrió por las aceras de cemento en medio de la noche oscura que no tenía estrellas ni luna.

Sabía que, si no llegaba antes de las once de la noche a su casa, su destino iba a ser tremendamente cruel e injusto.

Respiró hondo cuando abrió la reja blanca. «¡Maldita sea!» Había llegado cinco minutos después de la hora señalada. Sentía que los pulmones le iban a colapsar, pero se dijo a sí misma que todo iba a estar bien, después de todo cinco minutos no era gran tiempo atrasado.

Además, ahora tenía un motivo por el cual sonreír.

Resulta que hace una semana atrás el Señor Reeves, jefe de recurso humanos, la contactó por email para asistir a una entrevista de trabajo en la Compañía Preston S.A.

La entrevista había sido un fiasco, porque se retrasó a causa de aquel choque imprevisto que tuvo en la entrada de la empresa con un apuesto joven, que para colmo derramó su café en la bella camisa blanca que Aiden llevaba esa mañana, en compensación, lo invitó a tomarse un café, pero ese encuentro solo se había convertido en varias citas que ahora la tenía con las hormonas alborotadas porque estaba ilusionada con seguir conociéndolo.

No tenía trabajo, más que las horas que cumplía en el restaurante familiar, pero al menos ahora tenía un motivo por el cual ver la vida de colores.

Hoy había sido su quinta cita.

Una cita que terminó en el departamento de su nuevo pretendiente desatando la pasión y la atracción que tuvieron desde el primer encuentro, mientras ella le gemía al oído y le rasguñaba la espalda al ritmo de las penetraciones suaves y delicadas de su amante.

Abrió la puerta y se alegró que todo estuviera oscuro en medio de las penumbras, pero sus ánimos decayeron cuando la luz de la pequeña sala de estar se prendió y el lugar se iluminó.

El corazón se le aceleró al punto de querer arrancar de su caja torácica y agachó la cabeza cuando Livia, sentada en el sillón para uno, la acuchillo con aquellos ojos mieles despiadados.  

—Mamá lo siento mucho —susurró la chica tratando de buscar la compasión de su madre.

Pero Livia hacía mucho tiempo que le tenía un resentimiento imposible de revertir. Emily era producto de una aberración que cada vez que la miraba, le recordaba a Livia el peor día de su vida, que incluso cuando nació solo quería darla en adopción, pero su difunto esposo lo impidió diciéndole que la cuidaría como su hija de sangre.    

—¿Dónde estabas? —habló calmadamente, pero esa voz solo la utilizaba cuando la iba a humillar de la peor forma.

—Hoy tenía una entrevista de trabajo en la compañía Preston S.A —mintió, porque si le contaba que estaba saliendo con un hombre y que para colmo decidió perder la virginidad con él en su quinta cita, sería peor su calvario y castigo.

—¿Y tú entrevista duraba hasta esta hora de la noche o qué?

Emily se mordió la mejilla interna y Livia entrecerró los ojos. La madre de las hermanas Harper, tenía un agudo sentido de la intuición o más bien una informante traicionera que siempre quería ver a Emily caer, sin embargo, la joven selló sus labios guardando aquel secreto que tan solo conocía su amiga más leal, o eso es lo que creía.

—Emily Harper te hice una pregunta y me gusta que me contesten de inmediato. No que se queden divagando en estupideces como una tonta —repitió Livia con más ímpetu, sacándola de todos sus pensamientos. Un pequeño escalofrió le recorrido la columna vertebral. Odiaba que su madre la tratara como si fuera una simple cucaracha de alcantarilla.  

—No —respondió firme—. Solo me distraje por el centro de la ciudad y…

No alcanzo a decir nada más, porque el rostro de Emily se volteó hacia el norte con la fuerte bofetada que le pegó su madre. Ella tragó saliva y se llevó su mano derecha a la mejilla que ahora la tenía roja y pulsátil. No era primera vez que la golpeaba de esa forma, pero algo dentro de ella se rompía cada día más con los desprecios que recibía de su propia madre.

—¡¿CREES QUE ME VAS A VER LA CARA DE ESTÚPIDA EMILY? ERES UNA MENTIROSA, PORQUE SÉ QUE ESTABAS CON UN TIPO ACOSTANDOTE COMO UNA PUTA —Livia gritó histérica y la volvió a golpear en la cara, que la piel cada vez le dolió más, pensando quien podría haber sido tan vil para irle con los chismes—. ERES UNA INÚTIL QUE NO SIRVES PARA NADA MÁS QUE PERDER EL TIEMPO ¡ME DAS VERGÜENZA QUE SEAS MI HIJA!

—Mamá, pero ¿que hice ahora? —un sollozo se le escapó de la garganta herida—.  Nunca te pido nada, soy la que más ayuda en la casa y…

—¡No te compares con la santa de tu hermana, que ella es la única que me ha dado algo de alegría! —rujió Livia casi marcándosele las venas en el cuello por la ira contenida—. Ella es una bendición para mi vida, no como tú, que solo me he llevado decepciones tras decepciones. Eres una buena para nada, solo para darme más y más dolores de cabeza. ¿Al menos dime que conseguiste esa entrevista? Porque necesitamos dinero, ya que esta tarde a llegado la notificación de que nos van a embargar la casa.

Emily se aturdió con esa noticia que la dejaban en la nada. Abrió los ojos casi como si se le fueran a salir de sus cuencas sorprendida.

Sabía que su madre era una derrochadora de dinero. Le gustaba ir a los casinos y al club de golf junto a su hermana para ver si así cazaba algún tipo con fortuna que pudiera mantenerlas.

Ellas presumían de tener una gran vida llena de lujos. Vida que tan solo era una ilusión porque no podían costearse, ya que el dinero que ganaban solo alcanzaba para los alimentos y las necesidades básicas para el hogar.

—¿Cómo sucedió mamá?

—Lo que escuchaste, por tu m*****a ineptitud es que la casa será rematada para pagar todas las deudas que debemos desde que murió tu padre.

—¡Pero mamá! ¡¿Cómo fue posible?! —Emily alegó furiosa apretando sus puños al costado de su definido cuerpo curvilíneo—. Esta es la única herencia que nos dejó papá. Él puso todo el sacrificio para tenernos bien y mira lo que ha causado la mala administración que tienes.

—¿Crees que con lo poco que me daba es el nivel de vida que merecía? Tu padre era bueno, pero un estúpido pobre que nunca me dio la vida que debí tener.

—¡Mamá deja de ser una superficial, tú eres la única culpable de este lío! Y el restaurante... ¿Qué hiciste con esa propiedad?

Livia la volvió a golpear en la cara por insolente. El labio de Emily se rompió y percibió el sabor metálico en su lengua. Sangre. Otra vez tendría una herida y un moretón en su mandíbula. Algo dolió dentro de ella, porque más que los golpes físicos, eran los golpes del alma que la dejaban devastada emocionalmente.

—Si trabajaras en el restaurante como se debe, ahora no estaríamos con estas deudas que prácticamente nos ahogan. Esto pasa por que eres una vaga de porquería —Le sacó en cara su madre con la doble intención cruzándole en sus ojos maliciosos y sin responder que el restaurante también estaba a punto de quebrar.  

—¿Qué? —Emily no se detuvo en decirle las verdades a la cara—. ¿Quieres que me acueste con los clientes por dinero? ¿en qué mundo vives mamá? ¡Deja de sugerir eso, porque jamás lo haré, aun cuando quedemos sin nada!

—No estaría mal Emily. Fea al menos no eres y tengo varios amigos míos que pagarían una buena cantidad de dinero por ti.

A Emily se le revolvió el estómago y le dieron ganas de vomitar.

Otra vez era lo mismo.

Su madre haría lo imposible por arruinarle la vida, por eso la sangre le hervía por la poca consideración que le tenía su propia familia, ya que Livia quería que su hija se la pasara día y noche atendiendo a los borrachos del restaurante y ojalá sirviéndoles más íntimamente.

Pero Emily había estudiado administración en comercio exterior con mucho esfuerzo, una carrera noble que le permitiría abrir más sus horizontes y ahora que ya estaba titulada con tan solo veintidós años, ella creí que tenía un futuro prometedor, sin embargo, su madre ya tenía sus propios planes para ella.

—Mañana volverás a donde perteneces, que es con las ratas —sentenció su madre decidida a volverla su esclava, que Emily se desanimó aún más.

—No quiero seguir discutiendo contigo, mamá —dijo agotada de lo mismo—. Estoy muy cansada. Es mejor que mañana hablemos de la situación crítica que nos aqueja. Cuando ambas estemos más tranquilas, ahora me voy a la cama. 

Emily se giró para irse a su cuarto, tenía mucho que pensar y ya no quería discutir con su madre ni tampoco recibir golpes, pero Livia no se dio por vencido. Era como su pasatiempo favorito hacerla sufrir, por eso le enterró las uñas en su tonificado brazo hasta dejarle rasguños rojos.

—¡No seas una mal educada Emily, yo no te he criado así! —escupió cada palabra con indignación y luego le apretó las mejillas a su hija, marcándole los dedos en su piel blanca. La zarandeó y la chica gimió de dolor.

—¡Ya basta mamá, me haces daño! ¡Por favor detente!

Intentó soltarse con las pocas fuerzas que le quedaban, pero su madre la empujó tan fuerte que Emily terminó tropezando y cayendo al suelo. Las rodillas le dolieron y las manos se le magullaron con raspones, pero sin serle suficiente Livia le dio una patada en el estómago con su tacón de aguja, que le hizo arder todo el vientre.

Los ojos de Emily se llenaron de lágrimas al igual que dos charcos de aguas, y luego el correazo impacto en su piel. Ella no supo de donde su madre había sacado aquel cinturón de cuero que siempre usaba para torturarla, pero lo único que atinó hacer fue a taparse el rostro para que no se lo marcara más con tonos violáceos, mientras que el cuero era impactado una y otra vez en sus brazos, espaldas y piernas.

Emily rogó y rogó, pero su madre no se detuve jamás, hasta que la dejo media inconsciente y sangrando en el frío suelo de aquella sala de estar, sola y envuelta con su propia miseria.

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