CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO TRES

Emily solo rogaba por una luz que brillará en medio de la oscuridad, pero Livia detestaba a su hija menor, que en vez de ayudarla la lanzó a los brazos de ese ser detestable. El tipo asqueroso atrapó a Emily en sus robustos brazos y ella tragó saliva con dificultad.

—Puedes usarla —Le dio permiso Livia poniendo sus manos en la cintura—. Tómalo como compensación por el agravio que te causo mi hija.

El tipo que se creía macho, sonrío con descaro y la comenzó a tocar delante de todos los borrachos que veían esto como un espectáculo del peor de los burdeles.

—¡Suéltame! —gritó Emily con todas sus fuerzas, mientras se removía en los brazos de aquel animal.  

Ella lo escupió cuando el tipo repugnante le rasgó el top dejándola tan solo con el sostén de encaje, el tipo se limpió con el antebrazo la cara, y luego levanto la mano para pegarle.

Emily cerro los ojos con fuerza y espero, pero el golpe nunca llegó.

Abrió los ojos y una sensación de alivio le recorrió el cuerpo cuando vio la espalda del hombre que la cubría. Una espalda ancha que la conocía bastante bien. Aiden estaba ahí afirmándole el brazo al tipo e interponiéndose entre ellos, defendiéndola, a ella que era una desconocida de un par de días.

—Aiden —susurró Emily en un hilito de voz. El joven escucho su angustia y se llenó más de ira.

—¡NO LA VUELVAS A TOCAR, MALDITO HIJO DE PUTA! —rujió Aiden y luego lanzó un puñetazo en la mandíbula, que hizo que el tipo se desestabilizara.

El joven empresario de la compañía Preston S.A. cuando llegó al lugar, desde ya el ambiente le pareció repugnante, el olor a alcohol, orina y suciedad no lo soportaba, pero todo había empeorado cuando vio todo lo que ocurrió; como esa señora maltrataba a su pequeña rosa y luego la vendía como si fuera un pedazo de carne inservible.

Lo vio todo, y no reaccionó de inmediato, pero los gritos de Emily lo habían sacado del shock que le había producido la escena sacada de una película de psicópatas.

No pensó en nada más, que solo machacar los huesos al tipo que se prestaba para esta bajeza, por eso lo volvió a golpear en la nariz, que esta vez el hueso crujió y se la reventó en sangre, el tipo aulló de dolor e intento devolvérselo, pero Aiden era experto en artes marciales que le hizo una llave y lo azotó en el piso dejándolo inconsciente.

No se iba a detener a ver si estaba bien o no, ahora solo importaba su Emily.

Se giró y ella estaba pasmada temblando, con el corazón latiéndole en los oídos. Nunca nadie la había defendido con tanta fiereza, a excepción de su padre, que ahora estaba en los cielos, por eso en un arrebato corrió a los brazos del joven y se escondió en su pecho abrazándole.

—Em —susurró Aiden con pesar al ver las decenas de moretones y heridas que tenían en su cuerpo, pero la abrazó haciéndole mimos en su cabello largo, mientras la joven lloraba en su pecho—. ¡Maldita sea! Esto no va a volver a ocurrir, te lo prometo mi pequeña rosa.

Ella esnifó y su madre aplaudió el espectáculo con entusiasmo, que Emily decidió alejarse del cálido cuerpo del joven, avergonzada por depender de alguien más.

No quería que Aiden tuviera problemas por su culpa, ya suficiente había hecho por ella.

El joven empresario se sacó la chaqueta y se la puso en los hombros. Emily temblaba de miedo, pero agradeció el gesto ya que con eso tapaba un poco su desnudez. Ella olió aquel perfume tan varonil que se impregnaba en la chaqueta y una deliciosa sensación le recorrió el cuerpo al recordar las caricias infernales que habían tenido la tarde anterior en el departamento de Aiden.

—¡Qué bonito gesto! —se burló la cruel mujer—. Pero no puedes irrumpir, así como así en mi propiedad y creerte su príncipe azul.

—¡Joder señora! Emily es una mujer, no una niña y no tiene por qué pedirle permiso para todo —alegó un Aiden enfurecido que apretaba sus puños a los costados. Tan solo tenía ganas de golpear a alguien más para desquitar la ira que crecía en medio de su pecho—. Además ¿sabe que la puedo denunciar de violencia intrafamiliar? Lo que usted hace con Em es ilegal. ¡Maldita sea!  

—Hazlo y veremos quien sale perdiendo —lo amenazó.

Livia hace tiempo que tenía amenazada a Emily de que, si la denunciaba a las autoridades, ella diría que su hija era una ladrona y que por eso la había golpeado, para darle una lección. Quizás se llevaría una multa, pero en su cabeza maquiavélica estaba decidida incluso llevar a Emily para que se pudriera en la cárcel.  

—Aiden… por favor, no más —susurró Emily tomándolo del brazo.

Sus ojos se unieron en un baile de complicidad que ningún pudo apartar los ojos del otro, pero nuevamente Livia los interrumpió como la inoportuna que era. Siempre arruinaba las cosas bonitas, y una de esas cosas fue Emily que soporto largos años de maltratos y humillaciones, pero eso pronto iba a cambiar, porque sin darse cuenta Livia haría una propuesta que iba a ser el pase de libertad para su hija menor.

—Te la vendo —lo desafió Livia alzando el mentón delante de todos los que miraban y algunos jadeos de las personas que eran espectadoras se escucharon—. Ella puede complacerte y servirte como se te antoje. Sera obediente ante ti.

Aiden corto la conexión e hizo una mueca de desagrado en su rostro.

¿Acaso eso era legal en pleno siglo XXI, vender a las personas como si fueran unos simples esclavos?

¿Dónde estaban los derechos humanos?

¿Cómo era posible?

Esa mujer estaba demente y no tenía escrúpulos de nada ni tampoco conciencia por su propia hija, un ser que era de su sangre, sin embargo, antes de responder miro a Emily con una compasión que nunca antes había sentido por nadie.

Vio en aquellos ojos oscuros la misma tristeza que le consumía el alma.

Emily agachó la cabeza avergonzada y dolida por las palabras de la persona que la parió y que la vio nacer, y dos grandes lágrimas recorrieron su rostro, lágrimas que cayeron al sucio suelo. Se rompió la piel de sus manos con sus propias uñas sintiéndose insignificante. No tenía idea de porque había nacido en una familia como esa. Su madre y su hermana eran especialistas en hacerle la vida imposible.

—Acepto su propuesta, señora.

Emily buscó la broma de mal gusto. Aiden no se veía como esos hombres que compraran mujeres, pero ahora estaba ahí defendiéndola y aceptando las bajezas de Livia.

—Eres estupendo querido, será un trato maravilloso —se felicitó Livia así misma, porque pensaba sacarle una buena cantidad de dinero. Hacer el negocio del siglo.

La mujer despiadada que se hacía llamar madre le señalo una puerta que daba a la pequeña oficina de aquel sucio lugar.

—Alex —llamó a su hermano—. Llévate a Emily al auto.

Alex puso su mano en la cintura de Emily, quien se sobresaltó, y luego le pidió que caminaran a la salida.

Emily le dio una última mirada a Aiden y salió de aquel lugar que le recordaba cada una de las torturas que había vivido desde que su padre falleció, hace exactamente diez años. De sus labios no se escuchó ningún lamento y caminó en presencia de todos, avergonzándose aún más, mientras Adele hacia la denuncia a las autoridades.

Había sido años de silencio, que la conciencia de la alemana no daba más, tenía su madre que ir a la cárcel, quisiera o no, aunque Emily se enojara con ella, esa señora tenía que pagar por aquel crimen tan horrible.

—Mi hermano seguro no te dejare sola, nunca. Confía en nosotros, por favor.

Alex le guiñó un ojo en complicidad y ella le dio una sonrisa triste, después de todo, nunca había tenido a donde ir, ni a quien acudir.

Esperó cerca del auto de Aiden, a esperar que es lo que le deparaba su cruel destino.

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