CAPÍTULO CIENTO NOVENTA
Cuando Emily vio de quien se trataba, exhaló todo el aire que sus pulmones estaban aguantando. Una sonrisa se extendió por sus labios rojo y deslizó el botón de contestar, que automáticamente en la pantalla apareció una niña de ojos verdes brillante y flequillo negro como la noche. Tenía los labios pintados de rojos, ya que le había sacado el labial a Emily.
—¡Mami! ¡Mami! —gritó Ada con voz chillona—. ¿Dónde estás? —hizo un puchero—. Te extaño.
Ada le había pedido a su abuela que le marcara a su mamá, ya que la extrañaba mucho. Los niños estaban en la sala de estar siendo supervisados por Marie y Alex.
Emily caminó hasta el barandal del malecón, y apoyó su espalda en las barras de metal blanco. Luego levantó su celular a la altura de su cara para que la cámara la enfocara y le sonrió a la inquieta de su hija.
—Estoy haciendo trámites —contó dulce—. Pero pronto volveré a la casa, pequeña. Quizás para el almuerzo.
Ada frunció el ceño.
—¿En el agua? —preguntó d