—Esa es mi historia. Gracias por escucharme —dijo Reese. Su voz temblaba un poco al final.
Terminó la transmisión en vivo y soltó un suspiro profundo.
Se sentía como si acabara de correr una larga y dura maratón.
Ahora era el turno de Bianca.
De regreso en la rueda de prensa, la sala estalló en ruido.
Todos los reporteros comenzaron a gritar preguntas al mismo tiempo.
—Señorita Scott, ¿tiene alguna prueba de lo que dijo Reese? ¿Cómo podemos creerle sin evidencia?
—Su profesora apoyó la versión de la tía. ¿Qué tiene que decir al respecto?
Se acercaron con los micrófonos listos, esperando su respuesta.
Bianca no se inmutó. Observó al público y las cámaras que parpadeaban sin descanso.
Y con tono firme, dijo:
—Por supuesto que tengo pruebas.
La sala quedó en silencio otra vez. Todos la miraban, expectantes.
Bianca esbozó una pequeña sonrisa. Levantó el brazo e hizo un gesto suave, invitando a alguien a acercarse.
Los reporteros giraron la cabeza para ver hacia dónde señalaba.
Una mu