Dave apenas había dado un paso cuando una voz áspera lo llamó desde atrás.
—Señor —dijo Franklin, mirándolo directamente—.
Su abuelo pidió que acompañara a la señorita Scott al desayuno. Vi la puerta abierta, así que entré.
Franklin recorrió con la mirada el cuerpo de Dave. Él ya estaba vestido, y la puerta entreabierta dejaba claro que acababa de regresar.
—¿No pasó la noche en su suite, señor?
—Sí —respondió Dave con frialdad.
—Y la señorita Scott… —Los ojos de Franklin se movieron hacia la puerta del dormitorio.
Dave frunció el ceño al notar hacia dónde miraba. Su expresión se volvió sombría.
—Probablemente sigue dormida.
Franklin suspiró.
—Señor, conoce las reglas de la familia. Su abuelo nos espera en el comedor. Si la señorita Scott llega tarde, podría traer problemas.
La familia Evans tenía muchas normas, y una de ellas era desayunar a las seis en punto. No había margen para retrasos.
Dave no se había ausentado ni una vez desde que era niño.
—Bianca aún no forma parte de