CAPÍTULO DIEZ: Duele demasiado

Capítulo diez

Duele demasiado

Bruno nos guía hacia la entrada trasera, que va directo a los laboratorios sin necesidad de transitar por el hospital. Aun no entrego los papeles para comenzar a trabajar aquí. Al llegar al salón principal, observamos los cristales extendidos por el suelo. Tres hombres inconscientes se encuentran tendidos en el suelo. Con sigilo, cada uno nos acercamos a ellos.

Con mis dedos, intento palpar el ausente pulso carotídeo del sujeto. Una mancha de sangre con un agujero en el medio, se extiende por su pecho. Los chicos me hacen señas indicándome que los otros dos sujetos están tan muertos como este.

— ¿Son de los nuestros? —Inquiero en un susurro. Ambos asienten—. Tenemos que ir por mi padre.

Escuchamos el sonido del ascensor y nos lanzamos a escondernos detrás de un mostrador, antes de que alguien pueda vernos. En cambio, yo sí puedo verle: su rostro me parece familiar, pero no puedo reconocerle.

Siento a ambos chicos tensarse a mi lado. Ellos también le han visto.

— ¿Quién es? —Pregunto al oído de Bruno.

— Luigi Ferrara —sisea antes de que el susodicho dispare hacia nosotros.

Rápidamente, nos agachamos para cubrirnos.

Ahora le reconozco. nunca le conocí en persona, pero sé perfectamente de quién se trata: el hijo mayor de Biagio Ferrara.

— ¡Maldito traidor! —Espeta Enzo si alzar la voz y disparando al mismo tiempo.

Asomo lentamente la cabeza para ver al hombre escondido en el pasillo de las escaleras de emergencia. 

<< Necesito un señuelo >>

<< Piensa, Catarina. Piensa >>

Con una serie de disparos, logro acorralarle en una esquina. Mis hermanos solo imitan mis acciones. 

Una bala pasa cerca de nosotros y Enzo tira de mí para protegerme.

—  No pasa nada, chicos —susurro. Ambos fruncen el ceño a la vez.

— No es la primera vez que disparas, ¿verdad? —La pregunta de Enzo es casi una afirmación y mi silencio lo confirma.

— Necesitamos llegar al ascensor —comento. Me giro contemplando la escena. Entonces, la veo: una lámpara de pared justo encima de Luigi. Es lo suficientemente grande para noquearle, si le cae encima. Bajo la vista hacia mi arma. Necesitaré al menos, dos disparos para tumbarla—. Chicos, continuad acorralando a Luigi —ordeno—. Y en cuanto os diga, corred hacia el ascensor.

— ¿Qué pretendes? —Inquiere Bruno.

— Solo, confiad en mí —Me pongo completamente de pie y procedo a llevar a cabo mi plan. Acierto con dos disparos. La lámpara cae sobre la cabeza del sujeto, quien se desploma en el suelo al instante—. Ahora, corred.

Una vez todos dentro, marco el último piso: la oficina de Carlo Varone.

— ¡¿Te has vuelto loca?! —Exclama Bruno muy furioso—. Un error y habrías muerto. ¡¿Dónde tenías la cabeza, joder?!

Enzo no dice nada, pero está igual de cabreado que su primo.

— Deberíais saber algo, chicos —señalo mientras cargo mi arma—: Yo nunca fallo.

— Nos debes muchas explicaciones, Rina —sisea Enzo.

— ¿Me explicáis vosotros lo que hacéis? —Contrataco. Ellos se mantienen en silencio—. Ya. Eso pensé.

Con extrema cautela y pistola en mano, entramos en la oficina. 

Estaba completamente vacía, a excepción de mi padre.

Me niego a creer lo que ven mis ojos. Las lágrimas comienzan a empañar mi vista. Parpadeo rápidamente, en un intento de alejarlas. 

Trago saliva y me obligo a mantener los ojos abiertos. 

Mi padre se encuentra tendido en el suelo, con el pecho ensangrentado. Por unos instantes mis piernas flaquean, a punto de caer; pero uno de mis hermanos —no puedo distinguir cuál— me sostiene.

Carlo gime de dolor y entonces me devuelve a la realidad. Me lanzo a por él, para socorrerle. Inmediatamente, identifico el agujero de bala. 

— ¿En qué te ayudo? —Pregunta Bruno—. ¿Qué necesitas?

— Dame tu chaqueta —pido—. Ha perdido demasiada sangre —El líquido rojo brillante se encontraba bañando el pulcro piso de aquella oficina. Mi padre moría en mis brazos. Con la tela en mis manos, presiono su pecho para detener el sangrado—. ¡Id por la medicina de papá! La de emergencias.

— No sé dónde está —comenta Enzo.

— Yo sí —alude el otro Varone. Carlo continúa gimiendo, inconsciente—. Necesitaré a Enzo. ¿Estarás bien?

Asiento.

— Solo date prisa —mi tono es imperativo, demasiado brusco; pero en estos momentos me da igual.

Me acerco a la nariz de mi padre y mido su pulso. Su respiración, al igual que sus latidos, son demasiado débiles. 

Mi cabeza y conocimientos sobre Medicina dicen a gritos que no hay nada que hacer: es demasiado tarde. Sin embargo, me niego a aceptarlo. En un impulso, comienzo a zarandearle para despertarle.

El sabor salado de una lágrima moja mis labios, al ver sus azules ojos abrirse lentamente. Jadeo antes de abrazarle.

— ¡Oh, por dios, papá!

Al intentar hablar, un chorro de sangre sale de su boca.

— No digas nada —ruego secándole los labios—. Te sacaré de aquí ¡Lo juro!

Él toma mi mano y niega con la cabeza. Luego me indica que me acerque con su débil mano.

Sin rechistar, obedezco; pero jamás hubiera estado preparada para escuchar las palabras, que me confieso entre tartamudeos. 

— Mí…mira…me… —acaricia mi rostro mientras yo me aferro a su mano—. Ne…cesito… que ha…gas algo… por mí. Pí…pídele que me… perdone, y… que no… me guar…de rencor. No puedes de…cirle a nadie. La vi…da de los n…nuestros está en r…riesgo. ¿Lo prometes?

Todo lo que puedo hacer en estos momentos es asentir—. Lo prometo. 

— Ven… —vuelve a pedir que me acerque—…, abrázame —le obedezco sin preámbulos. Esto no puede estar pasando—. T…tu padre… 

— Tú eres mi padre —le interrumpo presionando más fuerte sobre el abrazo.

— Y t…tú siempre s…serás mi hija. Cu…cuídate p…por favor.

— Lo haré, lo prometo —logro decir entre sollozos—. Te amo, papá.

— Y yo a ti cariño…  —logra decir sin tartamudear—… Mi hija.

Me lanzo a sus brazos antes de escuchar sus últimas palabras. Una vez más, un ser querido muere frente a mí…, y no puedo hacer nada.

— ¡Aquí está! —Grita Bruno, agitado.

— No hace falta —intento limpiar mis lágrimas—. Llegamos demasiado tarde.

***

Luciano me abraza con fuerza. Solo me ha abrazado una vez. Es como si la escena se estuviera repitiendo una vez más. Luego, fija sus ojos en los míos; preguntando con la mirada, buscando esa extraña conexión entre nosotros. Rápidamente comprende y baja la cabeza. Puedo verme en sus azules cristales: rabia, rencor; pero, sobre todo, dolor. Esta también es su familia y Carlo fue un padre más para él.

Me quedo allí plantada, en el centro del salón; contemplando la nada mientras todo el mundo se mueve a mi alrededor. 

No puedo hablar. Dejo que Bruno y Enzo cuenten lo ocurrido. Las imágenes se repiten una y otra vez en mi cabeza: la llamada, los disparos, la sangre, sus confesiones, su cuerpo sin vida. 

Sus últimas palabras resuenan en mis oídos…

<< Es demasiado >> 

Luciano se percata de mi estado. Con suma delicadeza, tira de mi mano y me arrastra hacia las escaleras. Ni siquiera puedo tomar el ascensor. Me niego a hacerlo. 

Llegamos a mi habitación y me derrumbo en sus brazos.

— ¡Quítamelo! —Lanzo un profundo alarido de dolor—. Arráncame esto que siento, por favor. 

— Estoy aquí, Catarina —acaricia mi espalda—. No iré a ningún lado. Estoy aquí.

— ¡No! —Me suelto de su agarre de golpe—. ¡No estás aquí! No estás —Simplemente, no puedo controlarlo. Mis emociones se encuentran a flor de piel.

— ¿Qué quieres decir? —Pregunta desafiante, aunque con la voz un poco distorsionada. También está afectado con todo esto. Solo que él acostumbra a esconder sus emociones.

— Nada —contesto finalmente—. Márchate, Luciano. 

— Catarina…

— Por favor —le suplico—. Necesito estar sola —La duda asoma su mirada y le entiendo perfectamente. Pero no soy la misma de antes. Puedo con esto. O eso es lo que me sigo diciendo mentalmente—. Estoy bien. Solo… necesito una ducha —bajo la mirada: mi ropa, mi piel…, todo en mí se encuentra bañado con la sangre de mi padre y el aroma es… nauseabundo.

— De acuerdo. Cualquier cosa estoy afuera —asiento en respuesta. Al abrir la puerta, se gira nuevamente—. Catarina, lamento que hayas presenciado… —interrumpe sus propias palabras. No puede controlar la situación y eso le desconcierta—. No es justo para ti.

— No es justo para nadie, Luciano. 

El mencionado continúa su camino, no sin antes lanzarme una última ojeada. Al escuchar el sonido de la puerta, me vengo abajo completamente. 

Duele. Duele demasiado. 

Mientras las lágrimas fluyen y el agua borra el rastro de sangre, un nuevo sentimiento aflora y cobra vida por sí mismo: venganza.

— Les haré pagar, papá. Es una promesa.

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