Capítulo cuarenta y ocho
El juego ha terminado— ¡No tiene pulso! —Anuncio, deteniendo cualquier movimiento. Con rapidez, comienzo con las maniobras de respiración cardio-pulmonar. Una y otra vez lo intento con todas mis fuerzas, pero es inútil. El corazón de Luciano se niega a latir.
— Catarina…— Déjame —ignoro las advertencias de Camillo.— Rina…— ¡No está muerto! —Declaro en un tono demasiado alto—. ¡No puede morir! ¡No te dejaré morir! —Golpeo el pecho del hombre que amo—. ¡¿Me has oído?!<< No esta vez >>>> Necesito un escaplelo, Camillo —no es una petición.
— ¡Un escaplelo! —Ordena buscar a sus hombres.<< No hay tiempo >>— Dame tu navaja —hablo en tono imperativo.— ¿Qué? —Le observo dudar.— ¡¿Dame tu puta navaja, Camillo?! No tengo que repetirlo una tercera vez. Con el objeto filoso, abro el pecho de Luciano y unos segundos despué