No sé por qué, pero inclino mi cabeza hacia adelante y le permito que me separe el cabello con sus suaves manos del tamaño de una pala e inspeccione mi bulto recién formado.
—¡Oooh! Ya es del tamaño de un huevo. ¿Seguro que estás bien?
—Estoy bien. Ya me he acostumbrado. Soy muy propensa a los accidentes —susurro.
Me alisa el pelo para que vuelva a su sitio. Es más tierno de lo que imaginaba.
Nuestras miradas se encuentran y una extraña energía estática pasa entre nosotros.
—Necesitas árnica. Mi padre lo jura por ella. —Mete un mechón de mi cabello largo detrás de la oreja y un escalofrío me recorre la espalda. No puedo dejar de mirarlo.
—¿Usaste eso en tu pierna anoche?— No estoy seguro de qué es Árnica, pero hago nota mental de pasar por la farmacia y buscarlo.
—Lo hice.— Él mira fijamente.
Al cerrarse la puerta de la oficina, Lincoln habla primero y sus ojos oscuros, llenos de disculpas, me miran fijamente. —Siento mucho lo que dije anoche. No quise faltarte al respeto. Estuvo mal