Estuve en Los Ángeles un par de semanas antes de instalarme aquí en Santa Mónica, una ciudad al oeste del centro de Los Ángeles, para el resto de mi visa de trabajo. Me encanta y estoy mucho más cerca de la playa, lo que me recuerda a casa.
Rio, el surfista con el que me he hecho muy amigo y que conocí en la playa una mañana surfeando, me preguntó si podía ayudar en el gimnasio que dirige. Se dio cuenta de que estaba harto de surfear y broncearme. Un tipo acostumbrado a estar siempre ocupado tiene un límite para holgazanear, y estoy decidido a agotar mi visado por miedo a que mi padre me envíe de vuelta aquí si me ve de vuelta en Escocia antes de que expire.
Rio me explicó que andaba corto de personal. Así que aproveché la oportunidad. Estaba aburridísimo, y ha sido genial estas últimas semanas poder volver a usar mi cerebro. Aunque solo haya sido para ayudar al pequeño Maurice, el señor mayor que nos visita tres veces por semana, a restablecer su código de entrada en cada visita. Cua