La víspera del día en que Spegel debía partir a tierras lejanas, amaneció desnudo al lado de Marie, como lo había hecho muchas veces antes.
Marie se levantó y su esbelto cuerpo desnudo fue bañado por la suave luz azulada de la luna. Abrió la ventana y respiró profundamente el aire fresco que entraba junto al rocío nocturno y que le movía los rizos.
—Nuestro amorío fue genial, querida Marie —dijo Spegel aún entre las cobijas— lamento que termine debido a mi viaje.
—Quizás es mejor así —dijo en alemán pero con fuerte acento francés— si Brumenstein descubre que yo, su amante, le soy infiel con un subalterno, nos mataría a ambos.
—Para disfrutar la vida se deben correr riesgos, querida...
—¡La vida! —suspiró Marie melancólicam