La sala de la mansión estaba llena de energía, con las conversaciones de la familia y amigos resonando cálidamente entre las paredes. Sin embargo, para Samuel, el mundo parecía haberse reducido a un solo punto: Gabriel, de pie a unos pasos de distancia, con los ojos aún llenos de lágrimas, observándolo con una mezcla de alivio y amor que Samuel no terminaba de comprender del todo. Gabriel había intentado mantenerse fuerte durante toda esta odisea, pero ahora que tenía a Samuel frente a él, la fortaleza que había construido comenzaba a desmoronarse. Había pasado meses creyendo que lo había perdido, y ahora que lo tenía de regreso, las emociones lo estaban desbordando. —Samuel... —Murmuró Gabriel, con su voz temblorosa mientras daba un paso hacia él. Sus ojos buscaban algo en los de Samuel, quizás una chispa, algún rastro de lo que habían compartido antes de que Alfa se interpusiera. Samuel lo miró, con expresión neutral, pero con un leve destello en sus ojos. Sentía algo, aunque
El suave golpe en la puerta los sacó de su momento íntimo. Gabriel, todavía con el pelo húmedo y una sonrisa satisfecha en los labios, se separó de Samuel, quien intentaba, sin mucho éxito, ajustar su expresión a su habitual frialdad. —¿Sí? —Preguntó Gabriel, con su voz aún un poco ronca. La puerta se abrió lentamente, revelando a Alice, con su figura maternal enmarcada en el umbral de la puerta. Llevaba un delantal manchado de harina y olía a especias dulces, como si hubiera estado horneando antes de subir. Sus ojos, cálidos y perspicaces, se posaron primero en Gabriel, radiante y despeinado, y luego en Samuel, que estaba sentado al borde de la cama, con la ropa puesta pero su pelo aún estaba goteando sobre su camisa. —La cena está lista, chicos. —Dijo Alice, y Gabriel no pudo evitar notar la manera en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas contenida. —El resto ya están sentados a la mesa, solo faltan ustedes. —Gracias, Alice —Respondió Gabriel, tratando de sonar casual
El suave golpe en la puerta los sacó de su momento íntimo. Gabriel, todavía con el pelo húmedo y una sonrisa satisfecha en los labios, se separó de Samuel, quien intentaba, sin mucho éxito, ajustar su expresión a su habitual frialdad. —¿Sí? —Preguntó Gabriel, con su voz aún un poco ronca. La puerta se abrió lentamente, revelando a Alice, con su figura maternal enmarcada en el umbral de la puerta. Llevaba un delantal manchado de harina y olía a especias dulces, como si hubiera estado horneando antes de subir. Sus ojos, cálidos y perspicaces, se posaron primero en Gabriel, radiante y despeinado, y luego en Samuel, que estaba sentado al borde de la cama, con la ropa puesta pero su pelo aún estaba goteando sobre su camisa. —La cena está lista, chicos. —Dijo Alice, y Gabriel no pudo evitar notar la manera en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas contenida. —El resto ya están sentados a la mesa, solo faltan ustedes. —Gracias, Alice —Respondió Gabriel, tratando de sonar casual
El suave golpe en la puerta los sacó de su momento íntimo. Gabriel, todavía con el pelo húmedo y una sonrisa satisfecha en los labios, se separó de Samuel, quien intentaba, sin mucho éxito, ajustar su expresión a su habitual frialdad. —¿Sí? —Preguntó Gabriel, con su voz aún un poco ronca. La puerta se abrió lentamente, revelando a Alice, con su figura maternal enmarcada en el umbral de la puerta. Llevaba un delantal manchado de harina y olía a especias dulces, como si hubiera estado horneando antes de subir. Sus ojos, cálidos y perspicaces, se posaron primero en Gabriel, radiante y despeinado, y luego en Samuel, que estaba sentado al borde de la cama, con la ropa puesta pero su pelo aún estaba goteando sobre su camisa. —La cena está lista, chicos. —Dijo Alice, y Gabriel no pudo evitar notar la manera en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas contenida. —El resto ya están sentados a la mesa, solo faltan ustedes. —Gracias, Alice —Respondió Gabriel, tratando de sonar casual
El suave golpe en la puerta los sacó de su momento íntimo. Gabriel, todavía con el pelo húmedo y una sonrisa satisfecha en los labios, se separó de Samuel, quien intentaba, sin mucho éxito, ajustar su expresión a su habitual frialdad. —¿Sí? —Preguntó Gabriel, con su voz aún un poco ronca. La puerta se abrió lentamente, revelando a Alice, con su figura maternal enmarcada en el umbral de la puerta. Llevaba un delantal manchado de harina y olía a especias dulces, como si hubiera estado horneando antes de subir. Sus ojos, cálidos y perspicaces, se posaron primero en Gabriel, radiante y despeinado, y luego en Samuel, que estaba sentado al borde de la cama, con la ropa puesta pero su pelo aún estaba goteando sobre su camisa. —La cena está lista, chicos. —Dijo Alice, y Gabriel no pudo evitar notar la manera en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas contenida. —El resto ya están sentados a la mesa, solo faltan ustedes. —Gracias, Alice —Respondió Gabriel, tratando de sonar casual
El suave golpe en la puerta los sacó de su momento íntimo. Gabriel, todavía con el pelo húmedo y una sonrisa satisfecha en los labios, se separó de Samuel, quien intentaba, sin mucho éxito, ajustar su expresión a su habitual frialdad. —¿Sí? —Preguntó Gabriel, con su voz aún un poco ronca. La puerta se abrió lentamente, revelando a Alice, con su figura maternal enmarcada en el umbral de la puerta. Llevaba un delantal manchado de harina y olía a especias dulces, como si hubiera estado horneando antes de subir. Sus ojos, cálidos y perspicaces, se posaron primero en Gabriel, radiante y despeinado, y luego en Samuel, que estaba sentado al borde de la cama, con la ropa puesta pero su pelo aún estaba goteando sobre su camisa. —La cena está lista, chicos. —Dijo Alice, y Gabriel no pudo evitar notar la manera en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas contenida. —El resto ya están sentados a la mesa, solo faltan ustedes. —Gracias, Alice —Respondió Gabriel, tratando de sonar casual
El suave golpe en la puerta los sacó de su momento íntimo. Gabriel, todavía con el pelo húmedo y una sonrisa satisfecha en los labios, se separó de Samuel, quien intentaba, sin mucho éxito, ajustar su expresión a su habitual frialdad. —¿Sí? —Preguntó Gabriel, con su voz aún un poco ronca. La puerta se abrió lentamente, revelando a Alice, con su figura maternal enmarcada en el umbral de la puerta. Llevaba un delantal manchado de harina y olía a especias dulces, como si hubiera estado horneando antes de subir. Sus ojos, cálidos y perspicaces, se posaron primero en Gabriel, radiante y despeinado, y luego en Samuel, que estaba sentado al borde de la cama, con la ropa puesta pero su pelo aún estaba goteando sobre su camisa. —La cena está lista, chicos. —Dijo Alice, y Gabriel no pudo evitar notar la manera en que sus labios se curvaron en una sonrisa apenas contenida. —El resto ya están sentados a la mesa, solo faltan ustedes. —Gracias, Alice —Respondió Gabriel, tratando de sonar casual
Días después.Alice estaba sentada en el asiento trasero del auto que Dalton le asignó para llevarla a cualquier sitio que necesite de forma segura y puntual. El chofer la llevaba al hospital en el que se encuentra su madre, durante todo el camino, Alice iba mirando por la ventanilla, aunque realmente no estaba viendo nada, solo estaba sumida en sus pensamientos. A pesar de verse tranquila en su exterior, su interior estaba hecho un caos.Ella sentía que su corazón estaba en un lienzo en blanco, como si no hubiera más que eso, desde hacía un tiempo, cuando su madre enfermó, todo era igual, de pronto su futuro era incierto, ella vivía cada día sin más, ya no tenía esperanza, ni aspiraciones o sueños. Simplemente, no existía nada más para ella que el bienestar de su madre y estaba pagando el costo de mantener a su madre viva por el alto precio de abandonar todo atisbo de ilusión y fe en sí misma.Cuando recién salió de la escuela con una beca completa para la universidad ella aspiraba s