Capítulo 2

Dejo a mi madre ver su telenovela mexicana y me dispongo a doblar la ropa que he traído por la mañana de la sala de lavado que tenemos en casa.

Es ahí cuando me doy cuenta que tengo ropa que ya no me queda, pero la guardo “por si acaso”

Observo ese vestido rojo ajustado, me quedaba como otra piel en mi cuerpo. Me hacía sentir sensual y segura talla L. Cierro los ojos al ver la talla, ¿Cómo me atreví?

Aprieto entre mis manos el vestido azul y lágrimas se acumulan en mis ojos mientras en la vieja radio reproduce la canción Hoy me acorde de ti de Jose Luis Perales.

Hoy he cerrado mi ventana

Y he pensado en ti,

Quería recordarte esta mañana.

Te vi sentada en un sillón,

Tomando tu café,

Los niños correteando por la casa

Patética

Me pregunté:

¿Será feliz?

¿En dónde vivirá?

¿Será una mujer enamorada?

¿Enamorada? 

Patética

Sollozo con el vestido pegado a mi pecho. 

—Cariño—mi madre entra y se sienta a mi lado

—Estoy bien—sollozo, limpio las lágrimas que mojan mis mejillas—¿puedes doblarla por mí?

—Por supuesto—toma el cesto y tira la ropa en una silla—listo—eso me hace reír—ahora ven a preparar la cena conmigo.

—Se me antoja algo así como comida china, ma.

Se gira sorprendida—comida china será—afirma con una sonrisa adornando su hermoso rostro

Tomo el trozo de taco chino y lo parto en trozos pequeños, derramo la salsa roja sobre este y tomo un pedazo pequeño, lo llevo a mi boca y poco a poco lo voy devorando, al terminar aparto el plato con otro taco y lo dejo a un lado.

—¿Satisfecha?—pregunta mamá tomando el taco restante que deje y comiéndolo con ganas.

—Satisfecha señora—respondo limpiando mi boca con una servilleta.

—Diana llamó…otra vez…como hace 4 meses ha estado haciendo—levanto mi mirada hacia ella—¿hoy tendrás tiempo para regresarle la llamada?

—Quizás—me levanto y llevo los platos al lavado

—Sin presiones—dice ella y se va hasta la sala.

Me quedo viendo los platos sucios un buen rato y empiezo a fregarlos, pensando en todo lo que ha pasado y si estoy dispuesta a hablar de nuevo con ella. Quien debería de perdonarme es ella, ella debería estar molesta conmigo, no querer verme, no querer saber de mí y es lo contrario ¿Por qué lo hace?

—Porque es tu amiga—veo a mamá y pareciera que leyera mis pensamientos.

—Soy muy predecible ¿cierto?—mi semblante se apaga por completo recordando ese maldito día.

—¡Basta Sammy Benson!, ¡ya basta! No digas esas cosas que sabes perfectamente que no son ciertas. Eres única y lo sabes.

—Es por eso que se aprovecharon de mí ¿cierto? —tiemblo, lanzo el plato en el fregadero y corro hasta el baño del cuarto de mamá con ella detrás, tomo el pomo y también esta con llave—no la abras—grito tratando de abrirla sacudiendo el pomo—no la abras, no la abras, ¡no lo hagas mamá!—grito desesperada golpeando la puerta, me deslizo sobre esta y lloro negando—no la abras…

—No lo haré cariño—sé que quiere quebrarse junto conmigo, se inclina y me acuna, ella es el motivo de mi lucha. Quiero vivir para cuidarla, lucho por que ella lo hizo por mí. Lloró muchas noches cuando apenas le alcanzaba para pagar los gastos de la casa.

Nunca lo hizo en mi presencia, al menos no que yo la viera pero, sé que lloró mucho y no se dio por vencida.

Ella ha sido todo para mí, y me ha puesto primero a mí que cualquier persona o cosa, cuando toda esta pesadilla empezó, no se dio por vencida y eso me ha impulsado a querer seguir luchando.

—Gracias mamá, no sabes cuánto te amo—después de eso me tranquilizo un poco. Pensar en todo lo que ha hecho por mí, me ayuda a seguir adelante.

—Bueno, has progresado, hace cuatro meses ibas por el hacha—la observo seria por unos instantes y luego ambas nos echamos a reír

—Doña panchita no deja de hacer chistes con eso, siempre que dice algo en broma agrega: espero tengas el hacha bajo llave—volvemos a reír.

Doña Francisca, es una señora mayor de 72 años, desde que nos mudamos ha sido como una madre para mamá y una abuelita para mí, viene por las tardes a tomar el té…ella está bien ¡acá! En uno de mis tantos episodios, observó, cómo iba por el hacha para romper la puerta del baño, desde entonces me hace chistes sobre eso y lejos de molestarme, me hace reír mucho.

La pregunta es ¿Por qué tenemos un hacha?

Se le robamos al hombre encargado de la seguridad de este lugar, quería cortar un árbol que tenemos en la cera de nuestra casa, y entre las tres robamos su hacha, el hombre al darse cuenta, fingimos indignación e hicimos un drama sobre que la seguridad en el lugar estaba disminuyendo y lo indignada que estábamos de lo sucedido.

Lo sé, somos unas cínicas, al final, solo usaron una cortadora para podar el árbol.

Me levanto con ella caminando a mi lado—será mejor que llame a Diana.

Su sonrisa se ensancha, sus ojos se iluminan, mete su mano en el bolsillo de su pantalón sacando su celular y lo extiende hacia mí, asiente dándome ánimos y doy la vuelta con lentitud para meterme en mi habitación.

El celular tiembla en mis manos. Me voy hacia las llamadas recibidas y en el historial del número guardado de Diana, se refleja el registro, todos los días ha llamado, a la misma hora.

¡Dios!

Ella no se ha dado por vencida conmigo, mis ojos se cristalizan junto a una pequeña sonrisa un poco amarga…cuanto la extraño y hasta hoy me he dado cuenta.

Después de hablar 10 minutos con Diana, me quedo con un alegría en mi pecho, una emoción palpitante y siento que se ha rellenado un poco el vacío que llevo dentro, me hizo tanto bien que olvidé el episodio de hace un rato.

Los mejores diez minutos de mi vida en estos cuatro meses.

Regreso a mamá con su celular y me preparo para dormir. Para ser sincera me pongo a jugar Fornite hasta que el cansancio me vence por la madrugada.

Mi pijama es más grande de lo que recuerdo y no diré que me queda bien o mal, simplemente no lo sé, en mi casa ya no hay espejos grandes solo queda el pequeño que está en el baño.

Jugando en línea justo me asesinan cuando unos perdedores piden ser parte de mi equipo y son un asco. Se la pasaban discutiendo y al final se mataron entre ellos.

Cuando veo el reloj noto las 1 de la madrugada del día 02 de julio 2019.

Tomo a Sebastián y me animo a seguirle escribiendo un poco más de mí.

02 julio 2019

Querido Sebastián, ¿Dónde me quedé? ¡Ah sí! Gracias a su guerra, a mamá no le tocó más que acceder a dejarme en casa de mi padre sábado todo el día, hasta el domingo por la tarde, sus turnos para poder mantenernos eran dobles desde ese año. No te voy a negar que la noticia me cayó como balde de agua fría, es más, me quedé sin respirar y me desmayé en el proceso.

Y eso que aún, no me enteraba de la vida de esas dos mujeres tan extrañas que tenían más cabello que cuerpo. Cuando llegué a la enorme casa, me quedé en la entrada viendo el taxi irse, porque mi muy “amado” padre estaba muy ocupado como para ir por su abandonada hija.

Entré, con mi pequeña mochila donde solo llevaba el pijama, porque dudaba que me quedara alguna de las barbies, y una muda para el siguiente día, mi cepillo de dientes y el cepillo para mi cabello azabache rizado muy rebelde, en ese entonces por qué ahora lo tiño de rojo.

Angélica, desde que crucé la puerta, no hizo más que escanear de pies a cabeza, al parecer mis jeans y mi camiseta de hello kitty contrastaba con todo lo pulcro de su casa, desde su candelabro del siglo XIX hasta la ropa de diseñador de ella y su esbelta hija. Angélica, vestía un vestido entallado color blanco, su cabello rubio (teñido por cierto), su piel blanca y lisa como la porcelana y sus labios de un color tan rojo que mi mirada se negaba a dejarlos de ver.

¿Ahora entiendes por qué solo me gusta el rojo en cabello, uñas y bolígrafo?

La casa era inmensa, aún lo es, en fin, decir que me sentía pequeña en ese lugar con esas dos mujeres era poco, me sentía como una hormiga en una reunión de elefantes.

—Sammy—mi hermanastra baja las escaleras  para recibirme—que bueno que llegaste, justo hoy, organicé una pijamada, te presentaré con mis amigas—vio de forma poco amigable mi forma de vestir.

Mi madre siempre me ha enseñado a ser amable y negarme de forma educada cuando no estoy de acuerdo en algo.

—No sé qué decir al respecto…

—Que aceptas—dio un brinquito con aplausos, me tomó de la mano y me arrastró escaleras arriba hacia su habitación.

Para esa época yo tenía 13 años y ella 12, cuando la puerta de su habitación se abrió, podría jurar que casi quedé ciega.

El color rosa predominaba en cada detalle, su cubre cama, almohadas, buró, armario, todo el maldito lugar era un muy maldito vomito de unicornio.

—¡Vaya!—entré al lugar lentamente viendo aquello tan espantoso.

—Lindo ¿cierto?

—¿Sabes que hay más colores verdad?—pregunté por si no se los habían enseñado en la escuela.

—Claro tontita, pero el rosa es el color de las princesas.

— ¿Y eso dónde está estipulado? —me observó tratando de comprender mi comentario.

—Como sea—barrió su mano con indiferencia—dame esto—tomó mi mochila y la puso en su silla…si, rosa, cerca de la ventana. —mamá ya preparó todo para más tarde, puedes darte una ducha y luego bajamos a recibir a nuestras invitadas.

—O…k—fue lo único que pude articular.

Sus amigas del cual no recuerdo sus nombres, bueno si, porque resulta que son sus dos mejores amigas en la actualidad, Lorena y Maritza (esa es la más zorra) y la que más botox tiene en su cara, no sé cómo hace para masticar.

12 años y en su estúpida conversación no escuché más que ‹‹en la revista de alta moda dice que los colores en contraste están de modas›› o ‹‹puedes creer que haya aceptado esa talla en tal marca›› todo eso mientras yo me atragantaba con la pizza, las sodas, las gomitas y mucho chocolate que ninguna de ellas probó a excepción del agua… sin gas.

—Sam—se dirigió a mi Lorena— ¿sabes cuantas calorías tiene esa cosa?

— ¿Te refieres a la pizza? —pregunté tomando un trozo y llevándolo a mi boca.

—Si—la vi arrugar la cara con asco—tienes 13 años y mira como estas, debieras hacer dieta, sino parecerás una enorme vaca.

—Lo dijiste bien, tengo trece años, y no sé por qué se preocupan tanto por su peso, estar saludable es lo que importa.

Las tres me vieron con horror.

Y así pasó el tiempo, ellas junto a mi madrastra malvada, pasaban el tiempo molestando el hecho de mi peso y mi apariencia.

Cuando por fin me gradué y empecé a trabajar en Fontaine, me siguió importando un comino lo que pensaran.

Que ellas encontraran la manera para mantenerse flaca era muy su problema, ahora mi querido Sebastián te estarás preguntando ¿Cómo una chica tan segura de su personalidad y físico cayó en tan espantosa situación actual?

Meses atrás te respondería: un hombre.

Ahora que tengo la oportunidad de explicarte todo y he analizado mi situación: no es un hombre, fueron las circunstancias en la que se dieron las cosas lo que me afectó de esta manera.

Tengo cuatro meses de encierro, mi querido Sebastián, de los cuales quizás cuando termine de contar mi historia, pueda de una buena vez cerrar este círculo y volver a mi vida normal.

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