40.

La venda en mis ojos cae con suavidad y yo no tengo que adaptarme a la luz de nuevo, ya que estamos en un bendito acuario. La oscuridad predomina y la luz que hay es de tonos azules y morados, debido al agua y a los corales.

Los peces, las tortugas y erizos de mar se ven por todas partes y yo solo puedo observar todo maravillada. Él toma mi mano y tira de mí para empezar el recorrido.

― ¿Qué te parece el lugar? ―pregunta, mirándome.

―Es increíble. Sé que parece tonto, pero nunca había ido a un acuario ―le comento y luego le miro con ojos entrecerrados―, pero presiento que ya lo sabías.

―Te lo juro que no ―dice, alzando la mano en señal de juramento―. Este es el primer lugar de muchos a los que quiero llevarte.

Besa el dorso de mi mano, haciéndome sonreír y empezamos a caminar, admirando la vida marítima que aquí reside. No sé muy bien los nombres de los peces, pero me emociono al ver aquellos que reconozco por Nemo. Mauricio se ríe por mi actitud infantil, y tal vez por ignorancia, g
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