Johanna Bendaña
Prólogo
La oscuridad nunca me dio miedo.
Lo que me aterra es lo que se oculta dentro de ella.
Llevaba días, o quizá semanas —ya no sabía distinguir el tiempo en esa celda húmeda— esperando una salida. Pero nunca imaginé que la libertad llegaría envuelta en fuego y destrucción.
La detonación no fue anunciada. Fue una furia repentina que desgarró los muros y me lanzó como un muñeco de trapo contra el concreto. El sabor a sangre invadió mi boca, y un pitido ensordecedor me robó el sentido de la realidad. Sobre mí, el guardián respiraba con dificultad, sus ojos brillando con una ferocidad latente. Estaba a segundos de transformarse, de convertirse en algo que yo no podría detener si despertaba completamente.
Y entonces lo vi.
Una sombra emergiendo del humo, cruzando los escombros como si nada pudiera frenarla. Una figura solitaria, letal, con la mirada clavada en mí.
No sabía si era un enemigo más o mi única salvación.
Solo supe una cosa:
Ese era el comienzo del fin.