—Maldita sea, Alicia… —susurró—. ¿Qué me estás haciendo? Ella lo miró de nuevo. Y por un instante, sus miradas se encontraron, crudas, sinceras, vulnerables. La lluvia seguía cayendo con fuerza afuera. Pero allí, en esa cabaña diminuta, el mundo se detenía. Él se quitó la chaqueta y se la colocó
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