El perfil de Esteban transmitía cierta frialdad, pero su rostro, esculpido con una elegancia casi irreal, hacía que incluso sus gestos más simples resultaran distantes y difíciles de alcanzar.Serena, por su parte, no tenía emociones especialmente complejas.Para ella, la felicidad y el dolor eran pasajeras, momentos que venían y se iban como las escenas en un rodaje: terminaban y quedaban atrás. El pasado era eso: pasado. Y las personas debían mirar siempre hacia adelante.Los pensamientos de Esteban, en cambio, eran más profundos, oscuros y difíciles de descifrar.Serena sabía que no podía comprenderlo del todo. Lo único que podía hacer era respetarlo.Ya fuera amable o distante, cálido o frío, para ella, siempre sería Esteban.Justo en ese momento, un par de niños corrieron hacia ellos.Tendrían unos cinco o seis años. Uno vestía de azul y la otra llevaba un vestido rosa.Eran tan parecidos que era evidente que se trataba de hermanos gemelos.Serena, que no quería ser reconocida, l
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