El oficiante tomó un papel y comenzó a leer algo que había preparado con cuidado. —Thor, cuando te pregunté qué era lo que más admirabas de Celina, dijiste muchas cosas. Pero dos de ellas me marcaron. La primera fue su mirada. Dijiste que te pierdes en ella, que fue lo primero que te atrajo, que tiene un magnetismo imposible de resistir. Que no es casualidad que una de tus hijas se llame Safira, porque después de conocer a Celina, el color verde se volvió tu favorito. Thor sonrió, emocionado, acariciando con el pulgar la mano de su esposa. —La segunda —continuó el oficiante— fueron sus cabellos. Confesaste que eres adicto a dormir sintiendo su aroma. Que después de un día difícil, tu remedio es tenerla en tus brazos, acariciando su cabello. Que en ese gesto encuentras paz. Celina no pudo contener las lágrimas. —Es exactamente así… —susurró con la voz quebrada. El oficiante entonces se volvió hacia ella. —Celina, tú también dijiste muchas cosas sobre Thor. Pero dos de ellas me co
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