Dos días después, el aire del amanecer en México olía a agave y tierra mojada. Julieta organizó la mesa del desayuno junto a Valentina, mientras Aura correteaba con su vestido rosa claro y sus sandalias nuevas.Scott, aún con vendajes en la pierna, se levantó al escuchar el sonido de un motor afuera. Miró por la ventana y sintió el corazón latirle con fuerza al ver un sedán negro de lujo estacionarse frente a la casa.—¿Quién es? —preguntó Julieta, asomándose a su lado.—Mis padres… —dijo él con un suspiro.Julieta tragó saliva, nerviosa. Se frotó las manos en su delantal, sintiendo un nudo en el estómago. Aura la abrazó por la pierna. Tenían tiempo que no se veían.—Mamá…—Tranquila, mi amor. Son los abuelitos, mi vida… —respondió Scott, agachándose con dificultad para besarle la frente.La puerta se abrió y primero bajó su madre, una mujer alta y elegante, con un traje de lino blanco y gafas de sol enormes. Su cabello estaba perfectamente recogido en un moño bajo. Tras ella, descend
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