Capítulo 43. Ruinas, verdades y fuego cruzado
El aire en la mansión Montenegro estaba enrarecido. Edgardo, de pie junto al ventanal, miraba el jardín con los puños apretados. Sus hombres se movían con rapidez, organizando rutas, vigilancias, reforzando medidas de seguridad. Había dado la orden de no dejar escapar a nadie. Pero en el fondo, su mente no estaba en la estrategia… sino en ella.Rebecca.Su nombre lo atormentaba como un susurro constante. Ahora que las piezas comenzaban a encajar, el arrepentimiento lo desbordaba.—Necesito verla —murmuró, más para sí mismo que para su segundo al mando, quien esperaba instrucciones.—Señor, tenemos una pista. Una cámara la captó cerca de la terminal de micros de Retiro. No parece estar huyendo… pero se está moviendo con cautela.Edgardo giró lentamente. Sus ojos oscuros eran puro acero.—Quiero que la encuentren, y avísenme cuando la tengan, quiero hablar con ella.En San Telmo, Rebecca reunía a los pocos aliados que aún
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