Damián dio otro sorbo a su copa, y con tono curioso, le preguntó:—¿Y cuándo abriste la floristería?—Después de terminar la carrera —respondió Elena, acomodando el tenedor en el plato—. No quería esperar más.—¿Así, de una?—Sí. Ya venía con la idea desde hacía tiempo. Ahorré durante la universidad, y mis padres me ayudaron un poco con lo del local.—Valiente.—O terca —respondió con una sonrisa ladeada.—¿Y te fue bien desde el principio?—Para nada. Los primeros meses vendía poco, pero me las arreglé. Con el tiempo, fue mejorando.Damián asintió, impresionado.—¿Y cuál es el mejor momento para el negocio?—Las bodas —dijo sin dudar—. Son un caos, pero me encantan. Siempre son especiales.Damián sonrió.—Se nota que te gusta lo que haces.—Mucho —respondió ella, bajando un poco la mirada, con una media sonrisa.Él la observó en silencio un momento, luego volvió a cortar un pedazo de albóndiga.—Me alegra. No todos pueden decir lo mismo.Elena lo miró de reojo, cómplice.—Y tú, ¿cual
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