Alina De Volkov—Estás lista, mamá —dijo la enfermera con una sonrisa amable mientras me ayudaba a acomodarme la bata hospitalaria abierta por el frente.La habitación era cálida. Habían bajado la intensidad de las luces, el murmullo de las máquinas era un sonido constante pero suave, casi como un arrullo. A lo lejos, escuchaba el clic de los zapatos del personal de neonatología y las voces bajas que se movían con experiencia, pero yo solo podía mirar a ese pequeño ser que me acercaban con delicadeza.Mi hijo.Milan.Mi corazón latía con fuerza. Estaba nerviosa, emocionada, asustada… todo a la vez. Lo habían sacado de la incubadora apenas cinco minutos antes. Estaba tan chiquito. Tan rojo, tan arrugado, pero perfecto, y era mío.Cuando lo colocaron sobre mi pecho, entre mis senos, sentí un calor tan profundo que las lágrimas simplemente brotaron sin permiso. Era tan ligero como una pluma, y tan pequeño que cabía entero entre mis manos.—Hola… hola, mi amor… —susurré con voz rota—. Soy
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