Mateo suspiró y dijo con sarcasmo:—Aunque tenga mal genio, ¿te he hecho algo? ¡Eres bien malagradecida!¡Ja!¿No me ha hecho nada?¿Ya se le olvidó cómo me hace sufrir en la cama?Bah, ¡ya ni modo!Él es el altísimo presidente y yo solo una secretaria cualquiera. Si le digo algo, solo me meto en problemas.Mateo suspiró otra vez, como si fuera a gritarme.A un lado, el dueño de la tienda sonreía, incómodo.—Pues la verdad, ella no dijo cosas tan feas de usted. Además, si quiere salir con ella, no se ponga tan serio, no use esa actitud de jefe de oficina, o la va a espantar.—Oye, no digas tonterías, él solo es mi jefe. Si quieres arruinar mi nombre, hazlo, pero no arruines el de él —le dije, ya molesta.Nunca había visto a un dueño de una tienda tan hablador. ¿Sí quiere seguir vendiendo o no?¡Qué cosa!Lo raro fue que, después de lo que dijo ese señor, Mateo no se enojó. Su cara seria se relajó un poco.Miró al dueño y preguntó:—¿Quieres seguir con las fotos?—Sí, sí, sí... —dijo el
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