Donovan.Tengo tres pares de ojos sobre mí. El conductor, el tipo a su costado y el que está pendiente de mí, a mi lado, no se atreven a dejar de verme. Pero es inútil su intento de intimidación, no pienso hacer un movimiento en falso y estoy convencido que hacerlo en este momento lo es.Atravesamos la autopista, aunque el desvío que tomamos nos lleva a otro lugar con menos tránsito. Cuidan demasiado su imagen, y tanto esfuerzo no lo echarán a perder por errores. Por ello, no me sorprende la ruta que tomamos.Paso casi cincuenta minutos dentro de la camioneta que se mueve entre calles que se cruzan, haciéndome perder la paciencia al movernos en círculos. Intuyen que nos siguen, y eso les da un punto, aunque conmigo no hace falta disfrazar rutas; si quiero encontrar un lugar, lo haré. Si quiero a alguien muerto, lo estará. Pero no digo nada. No ahora.—¿Van a dar vueltas todo el día o les hace falta que les dé el camino exacto? —pregunto sin mirar a ninguno.El que viaja a mi lado me l

Sofía.Pisamos Brooklyn y lo primero que veo es a Donovan recargar el arma que sostuvo en la mano durante todo el camino. Mira a Bones y al grandote con extrema desconfianza. Lo comprendo. Jamás hubiese hecho un acuerdo con nadie, menos si estos fueran hombres que trabajaron con Ronald. Pero si algo me aconsejó Phoenix fue que viera lo improbable cómo una estrategia de guerra.Donovan no lo entiende, o tal vez no quiere hacerlo. Su forma de sobrevivir es no confiar, no ceder, no doblarse. Pero no todos podemos vivir con la coraza siempre puesta.Algunos tuvimos que ver oportunidades en donde ni siquiera su sombra existía. No me volví ingenua, pero algo me dice que puedo confiar en ellos. Espero no estar equivocada .Avanzamos por una calle lateral, bajo un cielo que amenaza lluvia. El barrio parece dormido, pero los ojos están donde uno menos espera. Brooklyn nunca está del todo en silencio. Menos teniendo a enemigos en un mismo territorio. Porque sé que Ronald está aquí. Intuyo que

Sofía. —Eso no es posible… —digo en un susurro, apenas audible—. Yo no puedo… —me muerdo el labio, recordando las palabras después del tratamiento experimental. “Daño irreversible”. “Probabilidad casi nula”.Donovan se acerca. No me toca como otras veces. No hay caricias. No hay susurros. Pero se queda tan cerca, tan inquietantemente inmóvil, que su sola presencia pesa como una condena.—¿Qué tan altas son esas probabilidades? —pregunta, su voz más grave, más ronca, como si cada palabra le costara arrancársela del pecho.—Hay que confirmarlo, no puedo decir nada definitivo —responde el médico, con cautela, dándose cuenta de que está caminando sobre un campo minado.No puedo hablar. Solo siento ese nudo que me ahoga, que me retuerce por dentro. Donovan me observa, y por primera vez en mucho tiempo, parece tan humano que me duele más que si me hubiera gritado.—Ve a hacerle las pruebas —dice, sin apartar sus ojos de mí y bajando sus ojos a esa zona con el ceño arrugado. Luego, como si

Donovan.Subo al ascensor, la risa de Sofía y a Kilian escuchándola atentamente es lo último que veo antes de que las puertas se cierren.Debo cambiar el vendaje de mi abdomen, pero opto por retrasarlo al bajar en la planta 18 del edificio en dónde los pasillos vacíos me dicen que voy en la dirección correcta. Si está vacío es por que ella lo quiere así, cosa que confirmo al verla con un brazo en su espalda y la otra sosteniendo un tablero que compara con los datos que le arroja una pantalla de 70 pulgadas frente a ella. —Tardaste— dice y sé que se refiere a mí, porque todos voltean, como si desearan corroborar que ella sabe que cuenta con la presencia de alguien más, sin necesidad de ver hacia su espalda.—Si quieres que me disculpe por no teletransportarme, tendrás que pedírmelo de rodillas, y aún así no lo haría. —Respondo con la misma indiferencia con la que observo la pantalla.Ella gira apenas su cabeza, con esa sonrisa que no es tal, sino una línea de desprecio camuflado.—Sie

Donovan Despierto más cansado que al acostarme, oyendo a Kilian llamar al gato que se escapó. Sofía sigue aferrada a mi brazo, mientras cubro con el otro mi cara al sentir mucha luz directa a los ojos. Dejo al crío que regrese cuando lo escucho cargar con el animal que intenta hacer dormir. —Hay una… cosa, con un moño, allá en la puerta —me dice al oído y aparto el brazo para verlo. El cuello me duele, pero a él no le importa, señalando con la mirada lo que quiere que vea. Me levanto un poco solo para ver a la chiquilla de moño azul ahora que está con las manos atrás y el moño colgando a un lado de su cara. No parece tener más de cinco años, aunque sostiene la espalda recta y no parpadea, como si supiera que la están observando. —Se ve como una decoración parlante —dice Kilian frunciendo el ceño como si eso fuera suficiente para espantarla. —No soy decoración. Y sí sé hablar. No como tú, que haces ruidos raros y parece que estás peleado con todos —responde Ainhoa sin moverse