En el dorado crepúsculo de una era, la familia Cavendish y sus seres queridos se encontraban en un remanso de paz que, tras años de turbulencias, parecía un sueño cristalizado en la realidad. La mansión, se mantenía como el corazón palpitante de la familia, un lugar donde el pasado y el futuro se entrelazaban en perfecta armonía. Elvira y Sir Alexander, eran el núcleo de un amor que se extendía a través de su hijo hacía sus nietos, pequeñas chispas de su legado que llenaban cada rincón con risas y carreras. Su vejez era un lienzo pintado con los colores del atardecer, cálidos y acogedores. —Padres —los llamó César al entrar junto a la feliz Sofía y sus hijos— tenemos una noticia que anunciar. —¿Y cuál es si se puede saber? —preguntó Sir Alexander. —Pues no sé si alguno de ustedes se acuerda de que Sofí y yo estamos casados, pero nunca celebramos una boda, y quiero que lo hagamos ahora, que todo parece que está en su lugar. Mamá, ¿nos ayudas? La petición de César resonó en el a
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