Capítulo 5. La biblioteca.

Entró con una toalla seca y limpia en las manos, se apresuró a ponerla en mi cabeza para frotarla suavemente secando poco a poco mi cabello mojado.

—Te olvidaste de meter la ropa seca—expresé evidenciando su olvido.

—Aún no se secaban, así que las deje para que terminara de enjuagarse con el agua de la lluvia—se excusó—siéntate cepillaré tu cabello.

Me senté sobre la silla y sus manos tomaron mi cabello castaño para cepillarlo, al principio con delicadeza hasta que encontraba un nudo y era ahí donde aplicada su fuerza para desatarlo.

—Duele— Me queje. Gracias al espejo frente a mí, logre ver como alzó la vista para sonreír con picardía, era su manera de castigarme por llegar tarde.

Mantuvo silencio mientras cepillaba mi cabello como si estuviese contemplándolo, parecía disfrutar de ello, tal vez le recordaba mi niñez, cuando vivíamos en Cittadella. No recordaba mucho de esa época, pero si recordaba la forma en como solía cepillar mi cabello, el cual por alguna razón poseía un tono diferente, casi podía jurar que parecía rubio. Ahí se encontraba nuestro antiguo hogar, era una casa amplia, el interior estaba pintado de blanco y tenía una hermosa alfombra azul en la sala de estar en donde disfrutábamos de una taza de chocolate caliente durante el invierno frente a la chimenea. Mi madre era feliz porque tenía empleados, una sirvienta, una lavandera y una cocinera llamada Gertrudis, sus pasteles de manzana eran los mejores. 

Al llegar aquí, mi madre solía quejarse de la comodidad que habíamos perdido, pero lo hacía de modo que mi padre no se sintiera culpable por haber elegido ese lugar como nuestro hogar después del ataque a la imprenta en donde la editorial para la que trabajaba lo había perdido todo, aquel había sido uno de los primeros ataques que había sufrido el reino antes de que se declarara la guerra

—Te pareces mucho a mí cuando era joven—interrumpió mis pensamientos— yo también tenía una amiga que mi madre nunca aprobó porque su familia era pobre.

—¿Y qué paso? —desee saber.

—Bueno, yo le hice caso a mi madre, dejé de hablarle a mi amiga—relato mientras sus manos hacían una trenza con mi cabello—no supe de ella hasta que me case con tu padre, había conseguido un empleo muy lejos en una gran mansión en donde gano lo suficiente para ayudar a su familia. Mi madre se arrepintió de haberme prohibido aquella amistad, tal vez de haber seguido siendo su amiga ella me habría conseguido un empleo en ese lugar y mi madre no se hubiera decepcionado tanto como cuando me case con tu padre.

—¿En ese aspecto me parezco a ti? ¿Soy rebelde? — cuestione soltando una risilla burlona.

—Algo así. Eres obstinada y no te importa las malas opiniones de los demás y eso es bueno porque de esa manera nadie podrá lastimarte ni hacerte cambiar de opinión sobre lo que tú quieres en tu vida.

—No creo que de verdad yo sea así—declare pensando en lo mal que me hacía sentir el señor Dudley respecto a la taquigrafía.

—Eres muy joven todavía para darte cuenta, pero de verdad creo que serás una de las pocas personas en revolucionar este mundo, como tu padre— afirmo mi madre con gran orgullo— yo creo que la mecanografía te llevara muy lejos, ya lo verás.

Sonreí porque me sentí obligada hacerlo, porque ella no sabía nada al respecto, aunque sus palabras si me incentivaron a seguir tratando.

—¡Oh no! —expreso. Al mirar el reflejo del espejo vi como mi madre inspeccionaba su bolsillo mientras sostenía mi cabello sobre mi cabeza— tiene un hoyo, el listón debió caerse.

Tome la trenza mientras ella buscaba por el suelo el listo que poseía un hermoso bordado que pocas veces usaba, pues era un recuerdo de la abuela, era como una reliquia familiar, ella lo había usado y al cumplir quince años me lo obsequio a mí.

—Lo encontré—dijo para después colocarlo firme en mi cabello para sostener el peinado, luego sonrió satisfecha de su trabajo— ahora ve a saludar a tu padre mientras yo pongo la mesa para comer.

—Esta bien, pero me gustaría que me permitieras coser tu bolsillo antes de que pierdas otra cosa más importante.

—Déjalo así, yo lo haré después. Ahora ve y saluda a tu padre—insistió empujándome fuera de la habitación.

Bajamos a la primera planta, donde no teníamos muchas cosas, la mayoría de todos los muebles que mi padre había conseguido eran de segunda mano. 

Teníamos una pequeña sala de estar donde había una chimenea con dos sofás frente a ella y una mesa de centro de madera alta donde estaba un florero vacío. Al lado estaba un comedor circular donde se encontraban cuatro sillas a su alrededor y al frente una pequeña librería de caoba en la cual no había libros, pero sí porcelana fina exhibida y guardada como un gran tesoro para mi madre.

Frente al comedor estaba un pequeño pasillo oscuro que daba a la oficina de mi padre. Era un pequeño cuarto donde estaban dos estantes de libros antiguos, un escritorio, una silla y una ventana que proporcionaba una vista de la parte trasera de la casa donde se podía apreciar un patio de servicio al cual se podía pasar por la cocina.

Di un par de suaves golpes al llegar a la oficina y esperé.

—Adelante—indicó la voz de mi padre. Me adentré con cierta timidez, él siempre me hacía sentir de esa manera cuando estaba encerrado en ese lugar, escribiendo y redactando su próxima publicación. No es que fuera una mala persona o un mal padre, simplemente era dedicado y no me gustaba interrumpirlo cuando estaba tan concentrado en su trabajo.

El sonido de las teclas de su máquina de escribir fue lo primero que note al entrar, el ritmo era presuroso, quizás al compás de sus pensamientos. No levanto la vista cuando cerré la puerta y yo no dije nada mientras él seguía tecleando rápidamente, pasaron unos cuantos segundos hasta que finalmente se detuvo.

—Que tal, papá—salude acercándome a su escritorio con la esperanza de poder echarle un vistazo a sus ideas sobre el papel que colgaba de la máquina de escribir

—Perdón Emma, estoy redactando una noticia de una información que acaba de llegarme ¿Cómo estuvo tu día?

Su pregunta dio justo en mi vergüenza, como si el destino se empeñara en hacerme sentir mal con mi familia por mi ineptitud

—Normal, como siempre—mentí.

Se levantó de su asiento, su altura le daba cierto aire imponente, sin olvidar la expresión sería que le acompañaba. Se acomodó los tirantes de su pantalón, tomo un par de hojas de su escritorio y me las extendió.

—¿Es la nueva información para tu sección?—me atreví a preguntar.

—Sí, es muy interesante. Desde que comencé a escribir acerca del príncipe bastardo, no había recibido información como esta, si esto es auténtico podría certificar que la familia Volkov realmente existió.

—¿La familia de la que me habías hablado? ¿La que supuestamente fundo el reino?

Baje la vista hacia las hojas en mis manos, su contenido era la transcripción de una entrevista a un anciano que residía en Mir, cerca de las ruinas de una antigua mansión que el gobierno mantenía bien resguardada y de la cual se prohibía la entrada. 

En la entrevista, el anciano relataba que su abuelo le había contado una historia sobre lo que había acontecido ahí. Había ocurrido un gran incendio en el que sospechaba la familia completa había fallecido víctimas del fuego, sin embargo, no hubo pruebas que certificaran el fallecimiento de la familia, pero tampoco podía darse por hecho que estaban vivos, pues de ellos, nada se volvió a saber en lo absoluto. El anciano afirmaba que su padre había tenido la oportunidad de acercarse a la zona, antes de que las ruinas fueran rodeadas por el ejército, según su declaración, se podía acercar al enrejado oxidado que guarecían a las ruinas y a mitad de este, se encontraba un escudo.

Al pie de la página se hallaba una ilustración de lo que parecía ser una corona envuelta en laureles con dos lobos en sus costados como si estuvieran resguardándola.

—¿Qué es esto?

Le devolví las hojas a mi padre para que él pudiera explicarme el motivo del porqué aquella información era tan importante para él. Él lo observo un segundo y sonrió satisfecho, tal vez esperaba que yo hiciera aquella pregunta. Se dirigió hacia uno de los estantes y saco de ahí un libro de pasta azul, dio vuelta a las páginas hasta que hallo lo que buscaba.

—Mira, son idénticos— me dijo colocando el libro sobre su escritorio, justo a un lado de las hojas para compararlas. Al observar el libro vi el mismo dibujo, aunque mejor detallado, pero en esta ilustración se encontraba una pequeña leyenda que decía:

«De la información recabada de algunos textos antiguos que pudieron hallarse en la biblioteca central, fuera de la jurisdicción del departamento de investigación nacional criminal, fue encontrado este escudo de armas sin nombre del cual se sospecha perteneció a la desaparecida familia Volkov a la que se le relaciona con la corona del antiguo reino de Athos, hoy conocido como Astrea»

—Papá— pronuncié un poco angustiada—¿En dónde conseguiste este libro? ¿Y quién te dio esta información?

No hacía falta que él me respondiera de donde había conseguido aquel ejemplar, pues bien sabía que toda información que pusiera en tela de juicio o insinuara la ilegitimidad de la familia real actual debía ser eliminada y a quien se le descubriera en posesión de tales objetos debía ser castigado. La oficina de mi padre estaba prohibida por una sola razón, él coleccionaba libros ilegales que compraba en el mercado negro para indagar la existencia de aquel al que llamaban "El príncipe bastardo"

Se decía que ese misterioso personaje estaba vinculado con aquella familia, pero cuando mi padre comenzó a escribir sobre él en su sección, descubrió que el príncipe bastardo venía siendo nombrado mucho tiempo atrás, cien años para ser exactos, por el reinado del Rey Yakov Vasiliev I, así que por esa razón mi padre afirmaba en su sección que tal príncipe no era más que una metáfora, una figura retorica que la historia misma había creado para amenazar el poder del rey.

—El libro lo encontré por ahí—aludió con cierto aire de burla quitándome el libro de las manos y devolviéndolo a su lugar en el estante— la información fue difícil de conseguir, pero es de un informante muy respetado, muchos reporteros de otros periódicos buscan y compran sus datos para sus publicaciones, es por eso que no puedo dudar de la veracidad de esta información.

—¿Piensas publicar lo que has encontrado? — lo vi tan convencido de sus palabras que me atemorizo.

Tan solo mencionar el apellido Volkov era indebido, no quería ni imaginar que pasaría si alguien influyente llegaba a leer las declaraciones de mi padre en el periódico y encontraba su opinión como un idea rebelde y agitadora que iba en contra de la integridad de la familia real.

—No, por supuesto que no— declaro aproximándose para reunir el desastre que había en su escritorio. Mapas de Mir y sus alrededores, otros libros abiertos en citas históricas del rey Yakov y otros documentos que se notaban viejos y maltratados — lo que estoy redactando es una carta para el nuevo socio del vocero, al parecer esta muy interesado en el tema, pero por obvias razones me pide tratar esto con la mayor discreción posible. Quiere estar al tanto de lo que descubro y de lo que se publicara a partir de ahora.

Suspire aliviada, pero la preocupación por las investigaciones de mi padre era latente, sin olvidar, por supuesto, su biblioteca secreta, era como tener pólvora cerca de un mechero, podía estallar en cualquier momento.

—Vengan a comer, la cena esta lista—anuncio mi madre desde el otro lado de la puerta, dando algunos golpes leves sobre ella advirtiendo que era su primer y último aviso. Mi padre sacó rápidamente un sobre de uno de los cajones de su escritorio y retiro la hoja de su máquina de escribir para hacer un par de dobleces y meterla en aquel sobre.

—Ayuda a tu madre con la comida en lo que termino ¿Sí?

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