Capítulo 5. Sugerencias.

Dante Edwards.

—¡¿Qué significa esto, Dante?! —Luisa entra gritando a mi oficina como siempre. Corto la llamada en la que estoy y me concentro en saber el motivo de su histeria. —¿Cómo es eso que pediste a Eva a revisar personalmente los currículos? ¿Desde cuándo te metes en mi trabajo?

Tira varias carpetas en mi escritorio provocando que uno de mis lapiceros caiga al suelo junto con estas creando un gran estruendo que llama la atención de Ariel, mi asistente.

Con mis manos unidas encima de mi escritorio observo su berrinche sin decir nada. Hablar con ella como personas adultas resulta ser más difícil que hablar con una roca y esperar que ésta te conteste.

—¡Ya no soporto esto! —sus gritos son tan estridentes que estoy seguro que se escuchan hasta el primer piso. —¿No puedes dejarme al menos una vez hacer lo que me corresponde? También es mi m*****a empresa, yo soy la Jefa de diseño, yo decido con quienes quiero trabajar y con quienes no ¿Por qué ahora quieres meterte en esa área? Siempre me correspondió a mi tomar las decisiones de mi sección.

—Primero que nada, baja tu tonito de niña histérica, hermanita, que aquí nadie está sordo —advierto con una mirada intimidante. —En segunda, esta no es tu empresa, es mía por tener el 90% de las acciones, por lo tanto, sí puedo tomar las decisiones que crea conveniente en el momento oportuno. En tercera, si, si eres la Jefa de diseño, pero tus opciones nos acarrearon una perdida insostenible la temporada pasada, por lo mismo necesito asegurarme que lo que hagas no nos afecte de nuevo.

—¡Pero la selección de mi personal nada tiene que ver con eso!

Masajeo mis sienes rogando al cielo que me envíe un poco más de paciencia para soportarla.

—¿Cuál es el problema que yo te dé algunas sugerencias? —pregunto después de unas cuantas aspiraciones. —¿No soy acaso el presidente de Edwards Desing & Fashion?

Se sienta en la silla y se cruza de brazos con el ceño fruncido y los labios apretados, disconforme con que la contradiga.

Desde que mi abuela nos heredó esta empresa a mis hermanos y a mí, por obvias razones nuestra vida se convirtió en una guerra constante, en especial porque en su testamento me asignó el 90% del total y el 10% restante dividido entre mis dos hermanos lo que no les resultó justo, aunque recibieron otras propiedades mucho más costosas.

Eso ha generado mucha roncha entre nosotros por más de que he tratado de ser condescendiente con ellos en cuanto a sus funciones aquí, los dos se han tomado a la tarea constante de hacer mi vida un caos de grandes dimensiones.

—¿Al menos viste las carpetas que te envié? —continuo al ver que no contesta. Primero grita y ahora ya no desea hablar. —Son personas muy capaces, graduados con honores, tienen ideas brillantes e innovadoras de los cuales podemos sacar provecho y posicionarnos nuevamente como el número 1 en la industria. No estoy haciendo esto solo por querer llevarte la contraria, Luisa. Por favor, ¡madura ya!

—Cuando te mencione que necesitaba ayuda no me dijiste que tu meterías tus narices allí ¿Por qué cambiaste de opinión?

—¡No cambié de opinión, hermana! —me exalto, pero rápidamente me recompongo. —Recuerda que esta es la cuarta vez en el año que buscas profesionales para esa área, y el motivo tu y yo lo sabemos bien, nadie te aguanta. Hemos perdido profesionales muy buenos a causa de tus absurdos caprichos.

—¡Porque eran malos en lo que hacían! No quiero trabajar con ese tipo de gente que no sabe su lugar.

Me levanto y tomo del suelo las carpetas que ella había tirado. De todos los que hoy se presentaron al menos 5 son personas con muy buenas referencias, entre ellas Elizabeth, y podrían llegar a ser muy buenos diseñadores de la empresa.

De una de las carpetas se desprende una foto tipo carnet y cae al suelo. Por el momento solo la ignoro y camino de vuelta hasta el escritorio y empiezo a leer la primera y mostrarle algunos de los dibujos que trajo para ver si alguno de ellos llama su atención.

Como imaginé la descarta.

Continuo con la segunda, la cual es mucho más extensa que la anterior porque la candidata tiene muchas otras experiencias en empresas similares y ha tomado cursos de todo tipo que tienen que ver con diseño, pero también la descarta porque reside en otra ciudad y no le parece que pueda llegar a tiempo todos los días.

La tercera carpeta es sencilla, pero la candidata es una señora de 45 años de edad, y según ella eso afecta a los diseños que podrían no ser tan actuales, aunque tiene excelentes referencias tanto personales como laborales.

A mi pesar, también la descarta.

La poca paciencia que tenía cuando entró lentamente se va agotando con cada minuto que intento hacerla recapacitar; esto se me está haciendo una tarea difícil.

Vuelvo a respirar, esta vez más profundamente para abrir la otra carpeta. Esta es una hoja de vida hecha totalmente a mano y esa letra la reconozco, es de Elizabeth, mi Lissy.

Me quedo boquiabierto, incapaz de emitir algún tipo de comentario e inmediatamente eso llama la atención de Luisa. No pensé que después de tantos años me causaría ese efecto volver a saber algo de ella, volver a verla, saber que está tan cerca de mí y tan lejos a la vez.

—¿Qué pasa? ¿Quién es? —se levanta y camina hasta colocarse a mi lado.

No le contesto, porque no estoy seguro si decírselo yo o dejar que ella misma lo averigüe, de todos modos, Luisa tuvo gran culpa en todo lo que paso hace 10 años atrás.

Toma la carpeta en sus manos, empieza a leer y su rostro se vuelve pálido en un nano segundo. Imagino que su sorpresa es igual de grande que la mía cuando la vi hoy en la mañana, aunque mis motivos son otros y los de ella son totalmente opuestos.

—¡¿Qué m****a hace el currículo de esa gorda apestosa aquí?!

Tira la carpeta una vez más, pero esta vez se queda en la mesada del escritorio.

—¡Cálmate!

—¿Cómo se atreve a traer aquí su carpeta? ¿Cree acaso que la vamos a aceptar? ¿Qué pensará la gente de nosotros, la prensa especialmente, si se enteran que nuestra “Fashionista” es una gorda? Jajaja, esto parece una m*****a broma.

—Estas exagerando, Luisa. —me reafirmo ante ella. —Nada tiene que ver su aspecto con su talento, solo mira los dibujos que hizo y sus notas académicas. Además, cuida como te refieres a ella, no es una gorda asquerosa.

—¡Aaaaaaah, ahora lo entiendo todo, hermanito! —grita tan fuerte que los oídos me duelen. —Es a ella a quien quieres aquí, por eso todo este teatro de darme sugerencias.

Masajeo de nuevo mis sienes para aliviar el dolor que me produce tener que lidiar con su idiotez. Sabía que esto sucedería, pero aun así tuve la leve esperanza que su gordofobia se haya reducido con los años, pero es obvio que no.

—No es lo que crees —la tomo del brazo y la obligo a sentarse en el sofá. —No tiene nada que ver con eso, es una casualidad, estoy tan sorprendido como tú, pero es necesario que dejemos eso atrás y pensemos con la cabeza fría. Ella es buena en lo que hace, nos convendría tener su talento a nuestro favor. Ya olvida tu agresividad hacia ella, por favor.

—¡¿Y creíste que yo podría aguantar su apestosa y regordeta cara aquí?! —vuelve a gritar, ahora más fuerte. —¿Verla todos los días, todo el tiempo?

—¡Luisa, por favoooor! —ahora soy yo el que grita. —¡Re ca pa ci ta!

—No la quiero en mi sector, me niego rotundamente —me sostiene la mirada. —No la quiero cerca de mí ni de mis diseños, te lo advierto, Dante. Si la traes, te prometo que será mucho peor que aquella noche en su cumpleaños.

La sola mención de esa noche me produce un nudo en la garganta.

«Está loca si piensa que dejaré que me vuelvan a manipular como esa vez»

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