5

Un hombre se encontraba en una de las casas rodantes y los observaba en un silencio sepulcral mientras miraba su reloj de pulso. Este fumaba y al tenerlos cerca arrojó al suelo el cigarrillo y lo pisó. Y se les dirigió a ellos con el ceño fruncido.

–¿Qué les pasó? ¿Por qué tanta tardanza? –  La voz del hombre se sentía grave y muy enojada– saben que manejamos tiempo sincronizado.

Susana trataba de ver al hombre que parecía el jefe de los hombres malvados. El estómago la torturaba   por el hambre y el cansancio, mas no logro identificar el rostro, pero su voz le parecía conocida. Tragó en seco y se mojó los labios que tenía resecos.

El que los esperaba los miró con furia por la tardanza   y sin esperar respuesta de ellos siguió impartiendo órdenes.

–Agarren a esas dos y la llevan al refugio – señaló a dos de las mujeres que lloraban aterradas por no saber lo que sucedería con ellas – y a la otra me la llevo yo. Esa es la elegida para el Topo– dijo mirando un mapa y encerrando en un círculo un lugar.

P**e estaba muy nervioso, pero Joel se mostraba molesto y apretaba la boca.

El hombre continuó dando órdenes, imponiéndose a sus compañeros.

–Dentro de tres días aquí nuevamente– los miro con el ceño fruncido– Que esas mujeres se mantengan intactas, porque de lo contrario yo mismo los quiebro– amenazó a los dos hombres mirándolos fijamente.

Joel no soporto más y se envalentona.

–¡Tú qué te crees! –  le grito, mientras le manoteaba en el rostro a Leo.

Leo lo miró muy serio y sus ojos lo fulminaron.

–El que te puede quebrar aquí mismo – y con un movimiento rápido le asestó un golpe en la cara y lo derribó al suelo y le apuntó en la sien con una pistola automática nueve milímetro –¿Te quedó claro? O ¿Te lo explico de otra manera? –  Su rostro está pétreo y la voz era tenebrosa y en ningún momento le tembló.

Joel se estremeció al verlo y oírlo. Era realmente   mucho más peligroso de lo que había escuchado de él.  Así que se levantó y limpió su boca pues el golpe le rompió el labio.  Sin pronunciar una sola palabra separó las mujeres dejando a Susana en una de las casas rodante y la ató a una barra de la puerta del baño.

Cuando ya se iba a marchar P**e lo miro y pregunto.

–¿Llenamos... la cuota o aún nos faltan? –  preguntó.  

P**e le temía demasiado a ese hombre moreno, le tenía pavor a Leo por lo agresivo y cruel que este era siempre.

Leo bajó el arma mas no la guardó. Él se mantenía siempre en alerta pues no confiaba en nadie.

–Eso después se los comunico, mantengan un perfil bajo para no levantar sospechas– les ordenó.

Y desde ese momento los hombres se separaron.

Susana temblaba de pies a cabeza. Ella, ya dentro de la casa rodante miraba como Leo se le acercaba con unas tijeras de forma amenazante.

–Por favor, no me haga daño– lloro con angustia.

La casa rodante estaba parqueada a un lado de la carretera, era un lugar muy solitario, comenzaba a caer la noche.

Los ojos de Susana se abrieron en extremo al ver el rostro del hombre que tenía al frente de ella.

Él, era el mismo hombre que en horas de la mañana, le había dado la orientación de una dirección.

–«Qué tonta»– se dijo. Nunca sabía elegir a las personas ni sus decisiones.

Su corazón latía a toda velocidad, el terror que sentía era muy grande, su respiración se agitaba a cada segundo que pasaba. Con cada paso que él daba, sentía que iba a morir, las tijeras que llevaba en las manos la aterraba mucho más.

–«Dios, me va a matar»– sollozó angustiada.

Él se acercó y la miró con dureza y apretando la mandíbula respiraba de manera controlada, esto causaba escalofríos por todo el cuerpo de Susana.

–Te voy a quitar la mordaza– la miraba sin ningún tipo de emoción –, pero si gritas te mato– la miró directamente a los ojos sin parpadear– ¿Estamos?

Ella llena de pánico solo en silencio asintió con la cabeza, las lágrimas comenzaron a rodar.

Él lentamente le quitó la mordaza y soltó las ataduras de las manos.

Ella temblorosa se masajeaba las muñecas que dolían mucho, que ya tenían rastros de maltrato por estar atadas.

–Desnúdate – le dijo mirándola a los ojos.

Ella se sorprendió al oírlo y su mente corrió a un millón de imágenes donde ella seria víctima de violación. Su corazón se angustió.

–Pero... – tartamudeo – yo…– al ver aquella mirada fría y de cómo la miraba se horrorizo, pensando lo peor.

Él gruñó molesto.

–Desnúdate o lo hago yo – le grito – y te aseguro que no te va a gustar.

Ella aterrada y con manos temblorosas comenzó a despojarse de las prendas quedando en tanga y brasier.  El frío la golpeó. Con los brazos cruzados abrazaba su cuerpo medio desnudo. Ella no dejaba de ver la pistola que él tenía en el cinto y las tijeras que llevaba en las manos.

–¡Todo! – volvió a decir impaciente.  Su rostro no mostraba ningún tipo de emoción.

Ella tragó saliva.

–«¡Dios mío, sálvame!»– era el pensamiento de ella.

–¡Por favor no me haga daño! –  suplicó entre sollozos.

Él la miró de arriba abajo. Apretó la boca al oírla.

–Eso solo depende de ti, no de mí.  Ahora siéntate en la silla – con la mano le mostró la silla mientras le hablaba con dureza.

Ella totalmente desnuda se sentó en una silla fría que estaba ubicada en un espacio que hacía las veces de baño. Estaba esposada a una barra que se encontraba en la puerta del pequeño baño.  El piso estaba cubierto por un plástico negro.

Los pensamientos de la joven eran tortuosos. Se imaginaba descuartizada y arrojada a un lado de la carretera.

–«Dios mío»– pensaba con angustia–«Tengo que huir».

El hombre empezó a cortar la larga cabellera castaña, los cabellos miel caían al suelo. Ella   miraba como caían aquellos mechones de su hermoso cabello.  Rato después todo su cabello quedó   muy corto, luego lo pinto de negro.

–Ahora, báñate – dijo después de recoger el plástico que contenía los restos del cabello cortado, la ropa que ella tenía y los zapatos.

Ella en la soledad de aquel reducido baño lloró mientras se bañaba. La puerta estaba abierta donde él la observaba en silencio. A un lado de él se encontraba aquel bulto negro donde estaban sus pertenencias.

–Viste cuando acabes – le dejó en un lado   ropa de hombre: pantalón y camisa.

Él tomó el bulto negro y salió de la casa rodante para quemar la evidencia de la joven.

Ella al quedar sola, trató con sus pocas fuerzas arrancar la barra para poder escapar, logrando aflojar solo un poco.  Se enojó de pura frustración.

Cuando terminó de quemar las ropas de la joven en las afueras de la casa rodante, le echó arena y apagó el fuego. Rápidamente y de forma sigilosa se dirigió a la casa rodante y al entrar, encontró a Susana afanada tratando de arrancar la barra del baño.

Él se enojó y tomándole del cabello corto y húmedo le ladeo la cabeza para que lo mirara a los ojos.

–Yo no quiero hacerte daño, pero si tú quieres lo puedo hacer– sus palabras taladraban los sentidos de la joven. Esas palabras eran frías y duras– ¿Eso es lo que quieres?

Ella desesperada entre llanto y desnuda lo miro a los ojos.

–¡Déjame ir! ¡Te lo suplico! –  rogaba.

Él tragó con fuerza y apretó los labios.

–¡No puedo! – la miro nuevamente y la soltó del cabello – ¡Pronto esto terminará!

Ella quedó impactada por aquella mirada. Él se apartó un poco de ella y en silencio la joven se limitó a cambiarse con la ropa que él le había entregado.    Luego la hizo sentar en la silla y le entregó dos piezas de pollo, las cuales ella devoró con avidez.

Luego de terminar de comer, la joven empezó a sentir sueño. Era un sueño muy pesado que no le permitían ver el camino, cada vez sus ojos pesaban más y más, poco a poco   cayó en un oscuro laberinto. El sedante que contenía la comida hacía el efecto deseado.

La tomó con mucho cuidado entre sus brazos y la descargó en la cama, luego la esposó en otra barra que la mantendría sujeta a la cama.

Comenzó a conducir, marcó un número.

–Ya tengo la mercancía– hablaba de manera hosca– denme las coordenadas de encuentro– escuchó con atención– ok, dentro de tres días – colgó la llamada.

Luego sacó un teléfono desechable y empezó a escribir un texto:

 "Rehén lista, entrega muy pronto, Topo recibe"

Envió aquel mensaje y destruyó el teléfono para que no quedara ningún   registro de aquel mensaje.

Sonrió y sus ojos brillaron con intensidad.

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