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A la mañana siguiente Aurora abrió los ojos, sintiendo como su cuerpo aún se permanecía temblando, un clásico comportamiento de estrés sobre su cuerpo. Frente a ella pudo ver una mujer amarrada al igual que ella, su rostro se encontraba completamente golpeado y había unas cuantas heridas sobre su rostro como si la hubieran golpeado hasta abrir su piel. Por unos cuantos segundos la miró fijamente, observando como su respiración parecía ser cada vez más débil. Justo como si estuviera muriendo frente a ella. Por un momento Aurora se sacudió con fuerza, observando como las cadenas de metal y el asiento de terciopelo gris parecían no moverse en lo absoluto. Como si el asiento estuviera perfectamente pegado al suelo.

—¿Qué hacemos aquí?—preguntó una joven chica al lado de Aurora, atrayendo su atención mientras sollozaba y temblaba sobre su asiento.—¿Van a terminar con nosotras en este lugar?—preguntó antes de ponerse a gritar.

Aurora únicamente permaneció en silencio, observando a las mujeres que había a su alrededor. Observando cada detalle de aquella habitación. Realmente buscando alguna oportunidad para escapar de aquel infierno terriblemente ruidoso y perturbador. Aquella habitación no tenía ventanas, tenía cada una de sus paredes pintadas de gris al igual que los asientos en los que ellas permanecían sentadas.

Aurora al final contó cuatro chicas, contándose a ella mientras que la última chica permanecía inconsciente, respirando con tranquilidad mientras su rostro permanecía caído.

—No hagan ruido—fue lo único que pudo decir en esos momentos, observando como la chica que gritaba y pataleaba comenzaba a herirse a si misma con las gruesas cadenas que la sujetaban. — solo te estas lastimando más, desesperarnos en estos momentos no nos servirá de nada. Nadie que pueda ayudarnos a salir de este lugar nos ayudará—susurró antes de suspirar con un repentino sollozo que se escapó de su garganta.— no desgasten su cuerpo...no sabemos cuándo pueda aparecer una oportunidad de escapar.

—¿Realmente crees que vamos a poder escapar?—preguntó la chica golpeada             que se encontraba frente a Aurora— parece que no sabes con quien te has metido...

—Yo no me he metido con nadie.

—Nadie está en este lugar por nada— respondió la mujer, escupiendo una gran cantidad de saliva color carmesí— todas estamos aquí por algo o por alguien...—susurró antes de soltar una gran sonrisa— ya está aquí...el diablo.—soltó segundos antes de que la puerta de metal se abriera.

Inmediatamente la mirada de Aurora se dirigió hacia el hombre de traje gris que acababa de abrir aquella puerta. Sintiendo un fuerte escalofríos cuando su mirada se encontró con la de él, desviando su mirada hacia sus musculosos hombros. Parecía tener unos cincuenta años, alto, fuerte y terriblemente peligroso.

—Un gusto conocerlas a todas—soltó con una gran sonrisa fría, amenazando a cada una de las chicas presentes con su fría mirada penetrante.— voy a ser rápido con ustedes—soltó al mismo tiempo que por la puerta metálica entraban unos cuantos hombres armados— mi nombre es Scott—soltó al dirigirse a Aurora. Acercándose a ella por completo.

—¿Qué hago aquí?—preguntó ella, temblando desde su asiento.

—Seré directo, me imagino que estas cansada y tienes hambre. Iras a descansar dentro de poco— soltó Scott, llevándose una mano hacia la barbilla— tu padre me debe demasiado dinero. Es adicto a las apuestas y como debes de estar imaginando...claramente tú eres la paga—susurró a centímetros de su rostro.

—¡Mi padre nunca me entregaría! — gritó ella entre llanto, encarando al hombre que tenía frente a ella. Sintiendo como la pesada respiración de Scott se clavaba en su piel.

—¡Exactamente! —dijo el hombre. Respondiendo con una gran sonrisa que congeló el corazón de la joven mujer que tenía frente a él— entonces yo me cobre lo que me debía. Negocios son negocios.

—¡Yo no soy dinero y mucho menos mercancía que puedas utilizar!— gritó ella, negando con fuerza mientras veía a las mujeres que había a su alrededor— ninguna de nosotras somos un objeto que puedan utilizar como mercancía.

—Cariño... cariño—susurró Scott, negando, divirtiéndose con la reacción que tenía Aurora frente a él— déjame explicártelo mejor, creo que no nos estamos entendiendo. Eres mucho mejor que el dinero, eres hermosa y pagan muy bien por la belleza de una joven chica.

—¡Déjeme irme con mi familia y le prometo que le pagare cada centavo!— susurró ella, temblando con más fuerza— hare cualquier cosa pero no me...–susurró una vez más entre llanto, observando aquellos ojos claros que tenía frente a ella. Unos ojos claros que parecían poder perforar el alma de cualquier persona.

—¿Podrás pagarme dos millones de dólares?—preguntó él, soltando una gran sonrisa al ver el rostro de Aurora palidecer, justo como si toda la sangre de su rostro hubiera sido drenada por completo— ya veo que no...—susurró con un tono exageradamente burlesco.— nadie puede pagarme esa gran cantidad de dinero. Menos una persona de tu nivel económico.

—Lo haré...pagaré cada centavo...—susurró con desesperación— incluso si desea cobrar intereses...¡Los pagaré!—respondió con seguridad— únicamente le pido que me deje regresar a casa con mi familia...es todo lo que le pido.  

—No te venderé –dijo Scott completamente tranquilo, ignorando por completo a cada una de las mujeres que había a su alrededor. Importándole únicamente la hermosa mujer que había frente a él.

—¿Entonces podré irme a casa?— preguntó con esperanza de escuchar las palabras que tanto deseaba escuchar en esos momentos, imaginando que probablemente todo había sido un mal entendido. Realmente deseaba regresar a casa, ver a su familia y fingir que nada de eso había sucedido. Quería creer que ese suceso solo era una clase de pesadilla que al despertar terminaría por completo.

—¿Irte a casa?— soltó él, carcajeando por un momento.— Irás a un lugar especial, donde solo un hombre te podrá disfrutar, la pasaras bien siempre y cuando tú te portes del modo que él lo desee.  Cuando mi hijo se canse de ti podrás regresar a casa pero si él decide enviarte conmigo de regreso entonces serás vendida cada vez que yo lo desee.—terminó por decir, volteando a ver a uno de sus acompañantes— llévensela.

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