Capítulo 4

CHASTITY

Fortaleza Lebedev: Moscú, Rusia.

Los gritos a las afueras de la habitación en la que estoy, me hacen refunfuñar debajo de las sábanas con olor a lavanda, escucho golpes de puerta, palabras altisonantes pero no me muevo, intento volver a sumirme en la oscuridad de mi sueño hasta que…

—¡No, no lo harás!

Esa voz… abro los ojos de golpe cuando un fuerte golpe aporrea la puerta de mi habitación. Saco medio cuerpo de la comodidad y estiro mis brazos hacia arriba, me pongo de pie y me tomo la calma necesaria que se requiere para terminar de despertarme.

—¡Abre la puerta! —espeta una voz femenina.

Frunzo el ceño y abro solo porque quiero que me dejen en paz, más no porque lo ordenen. En cuanto estamos frente a frente, sus ojos viajan hacia mi cuerpo, no sé por qué y sinceramente no me importa, la chica tiene unos pantalones oscuros, una camisa mal arreglada blanca, un par de botas de agujeta oscura que solo la hace ver imponente e intimidante, pero no a mí. Hace el amago de querer entrar pero me pongo en su camino impidiéndoselo.

—Apártate —ordena con una mirada fulminante.

—No —replico.

—Maldita, no tengo tiempo para tus estupideces, ¿o acaso tengo que recordarte que estás en la casa de mi prometido? —sus puños se aprietan y la tensión de su mandíbula se ve casi dolorosa.

Tiene razón, no conozco el mundo de la mafia, pero he visto series, sé que son alejadas de la realidad, el punto es que no podía permitir que nadie intentara tratarme como m****a cuando lo único que hago es preocuparme por mi padre, y ayudar a hacer su carga más ligera, tiene problemas del corazón y es por eso que siempre trato de hacer lo que me pide, sin disgustos ni alteraciones. A más, a esta chica no la conozco, no sé quién es o quién es su prometido.

Detallo una vez más su rostro, sus ojos grises me parecen conocidos pero no logro recordar, tiene ojeras y parece que ha discutido con alguien, su olor a loción cara me produce náuseas y el rugir de mi estómago es una señal de que la rabieta de la desconocida tiene que acabar.

—No sé quién eres…

—¡Mentira! Sé que eres la zorra que el Underboss trajo anoche ¿o niegas que anoche llegaste a la fortaleza Lebedev? —me dispara una mirada envenenada, intenta pasar nuevamente y se lo vuelvo a impedir, lo que hace que se altere más.

—Escucha, sí, llegué anoche, pero no es lo que tú crees…

—¡Mentira tras mentira! —estalla y me empuja pasando.

Y esta es la razón por la cual nunca me meto con chicos que tienen novia, se ponen insoportables cuando descubren el pequeño secretito de su chico, pero esta vez es distinto, sigo sin tener idea de quién es la pelinegra de ojos grises que recorre toda la habitación como si quisiera encontrar a alguien más.

Es tan patética cuando revisa debajo de la cama, que tengo que reprimir mi impulso al soltar una sonora carcajada. Pasa al cuarto de baño y escucho el recorrer de la puerta de cristal que va a la regadera, sale y sus ojos me vuelven a asesinar.

—¿En dónde está? Sé que estuvo aquí, huele a él —espeta con firmeza y me pregunto si toma algún medicamento para la alteración de nervios, de no ser así creo que debería decirle que se medicara. 

—Escucha —suelto un suspiro lleno de exasperación, odio ser despertada de este modo por las mañanas, más cuando no he probado alimento alguno.

Camina hacia mí con la intención de arrancarme cada uno de los cabellos, doy un paso atrás y ella se detiene cuando mi espalda choca contra algo duro.

—Viera.

La voz ronca, gélida y demasiado varonil a mis espaldas me hace apartarme y girar, reparo en el mafioso de m****a que anoche se comportó como un imbécil, es el Underboss de la mafia roja, anoche antes de dormir estuve investigando sobre esta organización, pero los datos que arroja internet no son exactos y me saben a ignorancia, de hecho me resultan fascinantes sus normas, sus leyes, un poco bárbaras y misóginas, pero curiosas. Sus ojos resplandecen con cierta malicia al verme, me echa una ojeada el muy capullo y luego pasa de mi rozando su hombro con el mío, para dirigirse a la histérica loca.

—¡Cariño! —chilla la loca, que ahora sé por el mafioso, que se llama Viera.

Mmmm, Viera la loca, me gusta, suena a un personaje de cuento infantil. Miro a la parejita que está frente a mí actuando como si no existiera, ella se le abalanza y rodea su cuello con ambos brazos, lo besa y él recibe el afecto sin importarle nada. Giro los ojos y me recargo de manera desenfadada sobre el marco de la puerta, bajo el umbral de esta. Ahora todo toma sentido, son prometidos, a diferencia de ella, él parece implacable en su aspecto, vaqueros oscuros, camiseta blanca, y un blazer que combina con sus ojos azules y su cabello oscuro.

—Mis hombres me han avisado que acabas de llegar —dice el mafioso, aferrándose a sus caderas.

—Sí, en cuanto he llegado me han dicho que hay una mujer en la fortaleza —su voz es irritante, me mira y eso hace que él se acuerde de mi presencia—. No sabía que te iban las niñatas rubias e idiotas.

—Y vamos de nuevo con que las rubias somos idiotas —blanqueo los ojos.

—Silencio, el Underboss no te ha dado permiso de hablar —refuta Viera.

Enarco una ceja con incredulidad.

—¿Disculpa? —pongo las manos en jarras.

—Lo que oíste, en la fortaleza de los Lebedev solo hay una sola mujer, yo, la futura reina de la mafia roja, las demás como tú, son criadas o sumisas de los hombres de la Bratva —me informa con pocos detalles, poniéndose frente al mafioso, cortando todo contacto visual conmigo, me mira una vez más y tuerce los labios—. Aunque si me lo preguntan, creo que no sirves ni para zorra, aunque puede ser que le gustes a Lukyan.

Otra vez hablan de personas que conozco, y eso me cabrea, ¿puta? Vamos, ni siquiera me he acostado con alguien, soy virgen y espero serlo hasta que me case, porque seré una perra y todo lo que quiera el mundo, pero dejada no soy, y sí, en el fondo soy una m*****a romántica empedernida.

—¿Quién es Lukyan? —inquiero.

—Nadie que deba importarte —agrega el mafioso con voz desdeñosa.

—Bueno, escuchen, me da igual quienes son, si son el rey y la reina roja, si son los príncipes de Albania o si tienen poderes mágicos —me sincero, es lo mejor, dejar las cosas claras si es que mi padre y yo estaremos aquí por una temporada—. No me meto en sus asuntos ni en su camino, y ustedes tampoco se meten conmigo.

Viera la loca crispa, sus ojos se convierten en dos llamaradas y el mafioso de m****a parece apacible, mis palabras no le afectan, de hecho no se nota ni molesto, o contrariado, curioso o con ganas de asesinarme como anoche, solo me observa en silencio, estudiando cada uno de mis movimientos.

—Mi nombre es Chastity Adams, tengo veinte años, y he venido con mi padre; Alexander Adams porque es un amigo cercano al Boss —explico y al mencionar eso, los hombros de Viera la loca se bajan y sus facciones se suavizan—. No soy una zorra, sumisa, esclava o esas mierdas que hacen aquí, mi padre está enfermo del corazón y solo hago lo que él me dice, no busco problemas, pero no soy una dejada, si me joden los jodo, si me ignoran los ignoro, no me hacen nada, no les hago nada —esta vez me dirijo a la loca histérica—. No soy una roba prometidos, no me interesa tu hombre, no me metí con él y no me meto con lo ajeno, así que la próxima vez que quieras ver con quien lo hace tu prometido a tus espaldas, busca en otra habitación, ¿de verdad crees que el Underboss se escondería como adolescente en el baño para que no lo atrapes en la movida?

Las mejillas de Viera la loca se escandalizan tiñéndose de un rojo carmín que disfruto, está avergonzada porque la acabo de echar de cabeza, es lo menos que se merece por venir y espantarme el sueño.

—Hija de…

—Andando —apunta el mafioso.

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