8

Navego...

Quizás debería gritar pidiendo ayuda,

quizás debería matarme.

—AWOLNATION, Sail.

A L I Y A H

—¿Dónde estás? Aliyah, por favor...Quiero que salgas de donde estés... Ahora mismo. Aléjate de los Ross... Tú vida...Tú vida, está en peligro mortal, hija...Me he equivocado, estamos jugando con fuego... —su voz sonaba preocupada, negué seria al teléfono, ni siquiera me acordaba que Rose me lo había regalado por motivos de la boda, me lo había colocado en el sujetador. Sonreí incrédula ante la petición de mi tío, ¿por qué demonios había cambiado de opinión?

—¿Qué es lo que ha cambiado para que ahora estemos jugando con fuego y no hace un par de días atrás?—pregunté yo con seriedad sin perder de vista a Keegan Ross y a su tío. Él no pudo responderme más que con un bufido. ¿A caso él también me escondía algo?

Des de que habíamos llegado a este lugar, mi cabeza no había parado de dar vueltas, sentía una familiaridad terrorífica con este antiguo casco comercial, un sitio que no había visto en mi vida, o al menos eso creía.

—Tío, estoy muy mareada, estamos en un antiguo casco comercial, Keegan...—no me dejó si quiera terminar la frase.

—No te acerques a él. No es bueno—afirmó.

Mis ojos se salen de sus órbitas perplejos ante sus palabras, ¿Qué no me acercara a Keegan porque no era bueno? Bueno eso sería una tarea fácil sino tuviéramos que añadir el pequeño detalle de que soy su esposa. Además todo este cambio de actitud por parte de mi tío era sospechoso e incoherente.

—¿Podrías darme una razón convincente? Quiero decir, son unos delincuentes, tienen su red ilegal, pero eso ya lo sabíamos antes. Ya sabíamos que eran una p**a mafia, antes. Apuesto que has descubierto algo nuevo tío, algo mucho más grave, y que no quieres explicarme. ¿No es así, Pete?—respondí entre dientes, sabiendo que odiaba que lo llamará por su apodo, estaba harta de ser la última de enterarme de las cosas, de ser tratada como una pieza de un lado para otro. Aunque ni siquiera pude continuar mi frase, varios disparos a los hombres que me rodeaban hacen que me alerte, poco después veo como todo empieza a arder, como si hubiese estado perfectamente planeado, él queda en el otro bando, como siempre el destino separándonos.

Keegan...

Keegan, ya no está a mi lado.

El fuego nos había apartado, él estaba en el otro bando, mirándome con preocupación y rabia, aún así dejándome sola. Pronto la oscuridad se hace presente, la única luz era naranja. Observé cómo una vez más todo mi alrededor incendiarse.

De repente noto unas manos de hombre rodearme del cuello, no huele a Keegan, tampoco se siente como él. No me siento protegida ni aún menos bien. Ni siquiera podía respirar. No tardó en ponerme un pañuelo con somnífero, todo pasa a una velocidad impresionante, no puedo defenderme. No entiendo lo que está pasando.

Gatita, papi ha vuelto—afirma, esa voz...Esa m*****a voz.

Siento el pánico recorrer cada gota de sangre de mi cuerpo. Lagrimas traicioneras bajan por mi rostro. ¿Qué estaba pasando? No tardé en poco después perder el conocimiento.

(***)

—Déjame ir, capullo. Te juro que si me sueltas te enseñaré lo crecida que está tu p**a gata—declaro entre dientes en medio de la oscuridad.

Sabía que estaba en una habitación, una de tortura, la había visto muchas veces durante mis pesadillas. Sabía también y por ese mismo motivo, por desgracia, que me encontraba en ropa interior con las manos atadas a la pared con una cuerda, cuerda que me dolía demasiado. Había recreado mis pesadillas ahora en lugar de vivirlas en los sueños las vivía en carne propia, en la vida real.

— Te seré sincero después de la última vez que nos vimos, ya sabes, cuando mi amadísimo sobrinito terminó el trabajo contigo, pensaba que no volvería a encontrarte, porque ellos te habían encontrado—se acerca a mi mientras acaricia mi cara con su ya arrugada mano. 

No entendía sus palabras pero el simple hecho de tenerlo en frente ya hacía que mis nervios estuviesen a flor de piel.

—No puedo decir lo mismo de ti, los años te han pasado factura—declaro con burla desafiante.

—¿Así que aún me recuerdas?—afirma prácticamente con un brillo en sus ojos. 

Lo miro con rabia.

—En cada una de mis pesadillas—susurro asqueada—¿Cómo olvidar al monstruo que me jodió la vida? Muero porque venga el día y acabes ardiendo en el fuego con el que tanto juegas—añadí escupiendo mis palabras con sequedad.

—Siempre con tu sentido del humor...Gatita—responde después de soltar una carcajada para acabar dándome una bofetada alejándose finalmente de mi. Estaba enfermo, la palabra enfermo se le quedaba corta a Diego Ross.

—Muérete, hijo de p**a.

—Esa boca...Que sucia que está... ¿Quieres que te recuerde los viejos tiempos?

—¿Quieres yo que te recuerde quién soy? Soy Aliyah Mendes, mi tío es un inspector muy temido, no tardara en encontrarme, además yo también soy una agente de la ley—afirmo con dureza.

Agradecí a los cielos que mi voz saliera potente, no iba a dejarle ver mi miedo. En los sueños no había escape porque tan solo recreaba mi yo del pasado, pero ahora era distinto, ahora he aprendido a defenderme.

—Curioso...

—¿Por qué?

—A Keegan le hará mucha gracia saber eso. Su esposa trabajando para su enemigo. ¿O acaso olvidas que esto es la mafia? Me pregunto cómo será su reacción al descubrir que tu querías usar vuestra unión para descubrirlo. ¿No era eso tu intención al casarte con él?—inquiere cambiando su expresión a una totalmente seria, siento un escalofrío recorrer cada espacio de mi piel.

—No serás capaz de decirle eso...—lo miro con los ojos cristalizados aún sabiendo que es capaz. No puedo ni imaginarme la reacción que podría tener Kee.

—Niña, sabes que te adoro. Eres mi obsesión. Todo esto haré para hacerte ver que eres mía y que nunca has dejado de ser mía —susurra él de forma lasciva. Con tan solo mirarlo ya sentía una oleada de asco y de repulsión. 

No había cambiado en nada excepto el hecho de que de esa niñita inocente cegada por el miedo ya no estaba.

—Que te follen, capullo—pronunció lentamente mientras le escupo.

Él no tarda en darme un puñetazo dejando a mi nariz sangrando en el instante. Las lágrimas de dolor no tardan en acompañar a mi dulce y tranquila velada. Mi eterna, tranquila y dulce velada.

—Adelante. Dame una razón más, para odiarte, para querer matarte—digo con una cínica sonrisa cabizbaja. No quería mostrarle todo el dolor que mi cuerpo estaba sintiendo. No iba a mostrarle mi nariz ensangrentada.

—Eres insoportable... Pero lo importante, es que estás con tu papi, y ahora ya no te dejaré marchar nunca más. Eres mía—declara juntando nuestras frentes mientras sonríe su aliento de borracho asqueroso no tarda en invadir mis fosas nasales dándome arcadas al instante.

—¿¡Cuando se te meterá en la cabeza que no soy tuya?! ¡Qué cuando Keegan...

—Ah, ah, ah, no, no y no...—negó de forma teatral.—No te vayas a equivocar mi querida gatita. Déjame corregirte—hace una pausa para continuar divertido, le encantaba hacerme daño.—Cuando Keegan vea que no estás pensara que el fuego te habrá consumido y más cuando encuentre tus cenizas...¿Acaso has olvidado que a mi mente maestra no escapa nada?—se encoge de hombros señalandose a si mismo mientras mira a un lado y luego a otro moviendo los hombros, como si hubiese una cámara disparando fotos—Llorará, no eres la primera mujer importante que se va para siempre de la vida de Keegan, una vez más, una vez menos, mi sobrino es así, destruye a todo lo que ama... Al menos Jessica, si se merecía morir, esa zorra si , después de todo le había puesto los cuernos—me mira horrorizado como si no tuviese que haberme dicho eso, lo miro con expresión neutral. No entendía nada de nada, aunque eso no era ninguna novedad—Todo será muy trágico, muerta en medio de los escombros de un edificio en llamas, entonces, el maricón de mi sobrino llorara por no haberte podido salvar. Deberían escribir una historia sobre vosotros, sería todo un best-seller...—añade finalmente con una sonrisa de oreja a oreja.

— ¡Keegan es el tipo de persona que tu nunca podrás aspirar a ser, maldito cobarde!—grito abrumada por las lagrimas mientras le doy una patada en sus testículos haciendo que se retuerza de dolor. 

Durante todo su maldito discurso he estado callada, rompiéndome a pedazos con cada palabra sobre Keegan, no me podía imaginar cuanto dolor había podido llegar a sentir ese hombre.

El sonido de varias patadas chocando contra la puerta metálica hace que ambos nos alertemos.

—Parece que tenemos compañía—sonrió divertido él, poco después la puerta es finalmente derribada por un desconocido. 

Mi corazón para de latir al apreciar su silueta ahí, delante mío, esa silueta... Reconocería a mi palo de hierro con los ojos cerrados incluso. Así era nuestro magnetismo.

—¿Biscochito? —no pude evitar sollozar como una niña pequeña al verlo ahí, con el pelo revuelto, los ojos mojados, la corbata desabrochada, sin la chaqueta americana, básicamente estaba echo polvo... ¿Por mi? El humo no tarda en entrar junto a el. Había todo un infierno ahí fuera, pero él estaba ahí, en medio, había venido a por mi.

—¿Qué se supone que le estás haciendo a mi esposa? —con cada palabra su expresión se hacía mucho más dura, ni siquiera le dejó hablar, se abalanzó encima de mi monstruo.

 Diego se llamaba, golpeándolo de la manera más brutal que podría haber imaginado. Sentía que con cada golpe que daba, más fuerza cogía. Un vaivén de golpes llenos de furia. Jamás lo había visto de esa manera. Jamás imaginé que Keegan Ross pudiese golpear a otro ser de esta forma solo por haberme tocado, lo más sorprendente es que me hizo sentir protegida.

Por primera vez podía decir que me sentía verdaderamente protegida y con esperanza. Desde la muerte de mis padres, me he tocado tener que valer por mi misma pero por primera vez... Alguien, estaba dando la cara por mi, alguien se había preocupado por mi, alguien. Alguien, mostraba sentimientos hacia mi persona. Sentimientos profundos.

—Biscochito...—se levanta para mirarme con tristeza, lleva sus manos a mis mejillas limpiando mis lágrimas y la sangre, sus ojos están en frente de los míos.

—Desatame, idiota —sonrió como puedo...

Intentando no mostrar los moratones y la sangre que hay en mi rostro no quería que se preocupase más por mi. Tenía tantas preguntas pero sentía que las respuestas no iban a gustarme.

—Creía que a los héroes se les trataba bien, no sé, se les agradecía sus acciones aunque tal ve tu muestres tu gratitud con hostilidad—declara con sorna mientras me desata, se quita la camisa y me la presta, apreció como traga saliva con fuerza al apreciar mi cuerpo desnudo, aún así sabíamos que no era el momento, a este paso jamás llegaría dicho momento—Sal de aquí, biscochito—añade volviendo a poner esa expresión, esos ojos ámbar estaban oscuros, estaba volviendo a ser el príncipe de la mafia y no Keegan Ross, un humano con sentimientos.

—¿Qué le harás?—pregunto en un susurro.

 Lo sé. Sueno estúpida. La pregunta que quiero hacerle es: ¿Realmente quiero saber lo que le harás cuando me vaya?

—¿Es por eso que estabas tan preocupada? ¿Qué te ha hecho este capullo? ¿De qué te conoce? ¿Quién eres tú, realmente? —pregunta, una detrás de otra con dureza, como si en verdad ya supiese la respuesta.

Como no quise responderle a ninguna de sus preguntas, caminé con rapidez hacia fuera encontrándome con Matt y Dylan apagando el fuego como pueden.

Oigo una carcajada limpia por su parte.

—Sabía que era la única manera de que te marcharás sin rechistar era preguntarte eso, eres un caso perdido bizcochito—declara con diversión él. Niego con la cabeza frustrada. 

—Biscochito —vuelve a llamarme.

Me volteo.

—Ven aquí.

Por alguna extraña razón obedezco a la primera. Llego donde está él, me levanta de puntillas, era mucho más alto que yo y finalmente me abraza... 

No es un brazo normal. Es un abrazo de esos que por tanto tiempo odié, esos abrazos en los cuál podrías pasar incluso una eternidad junto a esa persona sintiendo que son simples y efímeros segundos. Siempre los había odiado porque Carlos los odiaba, y hasta este momento jamás lo había visto tan necesario. Por primera vez, no me importaba pasar una eternidad en los brazos de alguien. No me importaba abrirme de nuevo. Y creo ver en sus ojos, que a él tampoco. Aún así había mucho misterio, muchas preguntas de respuestas aún más complejas.

— Somos un equipo, compañeros en el crimen—susurra besándome la frente. Todo estaba ardiendo pero junto a él se sentía en el mismísimo paraíso. Esa era la mejor metáfora para nuestra relación. 

Supongo que esa era su manera de protegerme de si mismo, poniendo barreras entre nosotros. Algo era algo, mejor amigos que enemigos.

Además estaba segura de algo y era que los hombres como él hacían daño incluso sin querer. Era un criminal, yo una policía y esto no era ninguna novela de ficción. No debemos olvidar lo que somos. La vida nos había puesto en bandos opuestos.

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