Terminar lo empezado

"La sociedad solo cuida de uno mientras éste resulte rentable"

Simone de Beauvoir

Por unos largos segundos la señora no dijo nada. No esperaba que dijera nada tampoco.

—Supongo que es broma —habló por fin.

Me encogí de hombros.

—Ojalá lo fuera. —Suspiré y me acerqué al lavabo para mojarme un poco la cara—. Maté a mi maldito padrastro, si es que se le podía llamar así —digo con asco.

No contestó. Supuse que, si alguien me hubiera dicho una cosa como esa, reaccionaria igual, pero nunca lo sabría.

—Pero ¿y cómo? —sujetó la puerta—, si solo tienes dieciocho años. —Me miró con lástima.

—Él abusaba de mí. —Ella soltó un sonido de horror—. Hoy lo encontré abusando de otra chica, tal vez menor que yo. Ella lloraba y tenía sangre alrededor de las piernas. —Me detuve un momento cuando las imágenes volvieron a repetirse en mi mente—. Agarré un jarrón y le di con él en la cabeza. Luego comenzó a salir mucha sangre. Me asusté y me fui. —Pasé una mano por mi pelo.

—Cielo, al parecer no lo mataste —dijo con voz suave.

La miré de inmediato

—¿Qué? —pregunté atónita. Vi toda la sangre saliendo de su cabeza. Él no se movía.

—Los policías me dijeron que te buscaban por intento de asesinato… —«¡Dios mío!»— y por tráfico de drogas. —«¿Drogas? Bien hecho, mamá».

—¡Él va a matarme! —susurré.

Comencé a caminar por el baño. No tenía el dinero suficiente para escapar del país, y seguro él me encontraría. Era un maldito psicópata.

—¿Tu madre sabe que él te hacía eso?

Asentí.

—A veces incluso miraba. —Me reí con amargura—. La creí capaz de todo. Sabía que iba a denunciarme, pero no creí que fuera a acusarme de vender droga, porque esa sería la única forma de que la policía me buscara.

La señora solo me observó. De repente, sonrió y me tocó el brazo, amable.

—Tu sándwich está listo. Cómelo antes de que se enfríe.

Por un momento me confundí. ¿Acaso no le importaba todo lo que le dije?

—¿Por qué no me entregó?

Me dio mirada maternal.

Me sentí mucho más calmada por un instante.

—Me recuerdas mucho a alguien de hace mucho tiempo. No creo que seas una mala persona, solo creo que te tocó una mala vida. Ahora vamos a comer, que estás muy delgada. —Me miró de arriba abajo.

Hice lo mismo por inercia. Tenía razón, pero ¿qué más podía hacer? Algunas veces la señora Adela me dejaba trabajar en su local y me pagaba con comida. Eso solo cuando el dueño no estaba, porque si lo estaba, me sacaba a patadas del local. “¡No quiero estas plagas trabajando aquí, arruinan mi local!”, decía. Su estúpido local estaba en un lugar muy poco lujoso, peor reputación no podría tener. En un tiroteo de noche murieron alrededor de diez personas dentro del local, incluida Adela, y nunca más volvió a entrar gente.

—Está bien.

La seguí hasta la mesa donde estaba sentada. Ella caminó hacia el mostrador con rapidez y regresó con un gran sándwich y un vaso de lo que parecía ser café. Mi estómago volvió a sonar. Ambas nos reímos.

—Muchas gracias, en serio. —Eso era lo más amable que cualquier persona habría hecho por mí.

—Mi nombre es Christine.

Asentí y comencé a comer porque mi estómago no podía esperar más. A la primera mordida, el queso se me pegó en los labios. Juré que tenía un sabor de los dioses. Nunca había probado algo tan exquisito, o quizá solo tenía demasiada hambre.

—Disfrútalo, cariño. Luego vendré a verte —expresó cuando la campana de la puerta volvió a sonar.

Miré la puerta por instinto. Tenía miedo de que los policías no se hubiesen convencido y hubiesen vuelto, pero no, eran unos chicos, los cuales entraron riendo muy fuerte. Me relajé un poco, pero la alerta seguía en cada parte de mi cuerpo, como si en cualquier momento tuviera que echar a correr. Uno de ellos me observó y sonrió. Levanté una ceja, volví a mi sándwich y no le presté más atención, pero, al parecer, él tenía que molestar a alguien.

—Hey, ¿tú no eres la chica pobre? —Se rio. Los demás también se rieron.

No le veía lo gracioso. Me hacían sentir demasiado incómoda. Mi cuerpo se tensó tanto que dolía.

—¿Y tú? ¿Quieres quedarte postrado el resto de tu vida? —soltó una voz ronca detrás del chico.

Reconocía esa voz. Por dios, me alegraba oírla.

El imbécil miró hacia atrás. Pude ver cómo se tensó. Era Román, que medía alrededor de 1.85. Luego estaba el mimado, que medía tal vez 1.70. No dijo nada y se fue con sus amigos. Román, en cambio, se sentó en la silla frente a mí y no dijo nada por unos segundos.

—¿Qué hiciste, pequeña?

Me atraganté con el café. Un nudo se volvió a formar en mi garganta.

—Yo no quería —susurré y miré hacia la calle.

—No lo mataste, y debiste haberlo hecho. —Asintió—. La perra de tu madre llamó a la ambulancia y ahora está internado, en coma, pero vivo.

—Así supe. ¡Creí que lo había matado! Había demasiada sangre a su alrededor. —La señora Christine se acercó y Román se tensó un poco—. Tranquilo, vino la policía a buscarme y ella me ayudó. —Le sonreí lo mejor que pude a Christine. Ella me devolvió la sonrisa, pero aun así Román la miró con desconfianza.

—¿Tan tarde vinieron?, pero si no ha muerto —comentó confundido.

—Mi querida madre les dijo que era narcotraficante. —Me encogí de hombros.

—¡Pero qué perra es! —soltó alterado para luego mirar a Christine—. Ella ni siquiera ha probado un porro en su vida —le dijo.

Asentí.

—Claramente ella no puede estar sin ese imbécil —opiné y volví a comer mi sándwich.

Conversamos un rato más. Christine le trajo un sándwich a Román también. Me contó que en el barrio todos estaban locos y asombrados de que yo, la chica más tímida de la zona, hubiese logrado dejar en ese estado a David. La verdad yo tampoco, pero situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.

—¿Adónde irás? —me inquirió luego de un rato.

Me encogí de hombros, pues no lo sabía. Solo habían pasado unas cuantas horas después de lo que ocurrió. Ahora que la policía andaba buscándome menos ganas tenía de salir de aquí.

—No lo sé. No tengo adónde ir ni tampoco dinero. La policía me está buscando —Me pasé una mano por la cara en señal de frustración. Y yo que pensaba que mi vida no podía ir peor. Era claro que sí podía ir mucho peor—. Estoy varada en esta cafetería.

—Mira, Aria, tengo un departamento que compré hace un tiempo que no ocupo nunca. No es de lujo, pero podrías quedarte ahí hasta que arregles esto. —Posó su mano sobre la mía de forma fraternal—. Te voy a proteger. Ese idiota de David no volverá a lastimarte.

Asentí. Unas cuantas lágrimas cayeron de mis ojos. En ese momento recibí más preocupación de la que obtuve en toda mi vida. Román creció conmigo. Jugábamos con su hermana pequeña, que murió en un tiroteo; recibió una bala del arma de David. Si bien no era para ella, terminó con su vida en un segundo. En un principio nadie sabía quién fue, pero un día escuché a mi madre pelear con David, y mencionaron eso. No podía creerlo. Se lo conté a Román, pero en ese tiempo éramos más pequeños y no era mucho lo que podíamos hacer.

Solo rogaba que, por favor, David no despertara de ese coma, porque si no mi vida se iba a ver mucho más complicada.

Si tan solo pudiera terminar lo que empecé…

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