CAPÍTULO 3. Una noticia impactante

Connor parecía haber perdido todo rastro de tranquilidad desde que había salido de aquel reservado. No se inmutó ni siquiera cuando Gerry Kent, el dueño del local, les hizo traer un par de chicas de regalo.

Sus cinco sentidos estaban puestos en encontrar a su rubia peligrosa. Pero su sexto sentido, ese que lo metía y lo sacaba de los problemas, le decía que algo más estaba sucediendo.

Se despidió de Jake y se dirigió a su auto, saliendo como siempre por el sótano del edificio hacia el estacionamiento. Pero a medio camino un grito entre los autos lo hizo detenerse.

Sabía lo que se jugaba como abogado si se veía enredado en un escándalo en un club nocturno, así que siguió su primer instinto: llamar a Jake y gritar mientras lo hacía como si llamara a la policía.

Estaba seguro de que eso era suficiente para espantar al agresor. Vio una cabeza que se levantaba sobre los autos y un hombre que echaba a correr. Intentó seguirlo, pero un gemido lleno de llanto lo hizo girar la mirada, consternado, para encontrarse con el cuerpo de su muchacha tirado detrás de un coche.

Se acercó a ella corriendo y le dio la vuelta para revisarla.

—¡Por Dios! —bramó pensando en cuánto la habían lastimado en los pocos minutos que la había tenido fuera de su vista.

Ya tenía la línea de la mandíbula de un color morado oscuro, y un corte sobre la ceja izquierda. Un hilo de sangre le corría desde las comisuras de los labios, y perdió el conocimiento en contados segundos. Con razón estaba escapando de… quien fuera.

Connor no midió sus impulsos, la levantó en brazos y la llevó hasta el auto, donde el estúpido de su chofer escuchaba música a todo volumen en unos audífonos.

—¡Al hospital más cercano! ¡Apúrate! —le gritó enojado.

Tardaron poco en llegar, y en todo el camino Connor no paró de hacer llamadas hasta localizar a un médico amigo suyo que la recibió en Urgencias. El doctor le hizo una revisión rápida y mandó a hacer los exámenes pertinentes, pero su cara de preocupación le encogió el corazón a Connor.

—Alan, ¡dime que va a estar bien! —le pidió.

—Eso espero, pero… realmente hay que esperar los resultados de los exámenes. No me gustan nada esas marcas sobre las costillas, es probable que tenga alguna fracturada.

Connor asintió, mesándose los cabellos. No tenía idea de por qué estaba tan afectado por lo que le hubiera pasado a la chica, pero no podía evitarlo.

—Dame media hora y estaré de regreso con respuestas —le pidió el médico y lo vio asentir con impotencia.

—Está bien…

Un león en una jaula hubiera estado más tranquilo que Connor en aquella sala de espera. Y esa media hora se convirtió en el tiempo más horriblemente lento de su vida. Finalmente Alan salió con el expediente médico.

—Dime que al menos sabes cómo se llama —suspiró con cansancio—. ¿La conoces?

—No, escuché gritos y la encontré tirada en un estacionamiento, así que la traje de inmediato. ¿Por qué? —se preocupó Connor.

—¿El estacionamiento de dónde, exactamente?

Alan lo vio dudar un minuto pero la confidencialidad en aquella relación iba en ambos sentidos.

—En el estacionamiento del Spectrum.

—¡Podías haber invitado! —se quejó Alan antes de seguir—. La cuestión es que no tiene ninguna identificación, y ella se niega a hablar, así que no sabemos si es menor de edad o no.

—Los dos conocemos perfectamente a Gerry Kent —dijo Connor, encogiéndose de hombros—. El tipo respeta demasiado su negocio como para contratar a chicas menores de edad que puedan jodérselo. Además es mi cliente, ese pequeño detalle hubiera saltado a la vista.

—Entonces tiene más de dieciocho —murmuró el doctor, anotándolo todo porque confiaba ciegamente en el abogado.

—¿Ella está bien? —preguntó Connor con impaciencia.

—No, no está bien, fue una suerte que la encontraras. Alguien la golpeó y trató de violarla —dijo el médico con un gesto de asco—. Al parecer los interrumpiste y el tipo la dejó tirada ahí.

—Pero… ¿la lastimaron? Digo… ¿la violaron? —preguntó Connor sintiendo cómo la rabia lo gobernaba.

—Por fortuna no, la ginecóloga le hizo el examen de agresión y sigue siendo tan virgen como cuando nació —respondió el médico y Connor se quedó pensativo.

—¿Virgen? —Aquello impactó más a Connor que el golpe de un boxeador. ¿Cómo podía su chica mega sexy, traviesa y atrevida ser virgen?—. ¡Gerry jamás ha contratado mujeres vírgenes para el Spectrum!

Y de repente le llegaron a la mente las palabras de la muchacha: «Te estás confundiendo… Yo no soy una chica del Spectrum».

—De cualquier manera debo informar a la policía —le avisó Alan sacándolo de sus pensamientos—. Fue una agresión grave. La chica tiene una costilla fracturada, no puede valerse por sí misma y…

—¿Qué? —se asustó Connor.

—Escucha, eres un excelente abogado y has visto lo mejor y lo peor. Sabes que hay heridas que no se ven, y por eso no asustan, pero terminan siendo mucho peores. Esta chica… creo que está en una situación delicada. Así que decidí llamar a la policía. Si esto puede afectarte en algo, es mejor que te vayas ahora.

Connor comprendía su posición como médico y como ser humano, pero como abogado tenía una opinión muy diferente.

—La policía, ahora, solo empeoraría las cosas —le dijo—. No puedes forzar a levantar cargos por agresión a una persona que ni siquiera está dispuesta a decirte su nombre.

—¿Entonces qué se supone que haga?

Alan no estaba acostumbrado a quedarse de brazos cruzados ante la injusticia.

—Dame un minuto con ella. Déjame averiguar qué es lo que quiere —le pidió y el médico accedió, indicándole el número de su habitación.

El despacho de Connor representaba al Spectrum, tenía que saber cuánto de lo que había pasado con la muchacha podía afectarlo. O al menos esa le parecía una buena justificación para acercarse a ella.

Pero en cuando abrió la puerta de la habitación su cerebro se bloqueó. La chica estaba de pie, sacándose penosamente la bata de hospital, y se quedó paralizada frente a él.

Tenía la piel blanquísima, como de porcelana. Los pechos pequeños y turgentes. Las caderas delicadas y el trasero redondeado y perfecto. Exactamente todo lo que había tocado y adorado, estaba ahora ante su vista, manchado con un largo cardenal violáceo sobre las costillas.

—¡Maldición! —gruñó Connor girando la cabeza para no mirarla mientras ella terminaba de vestirse—. ¿Qué crees que estás haciendo?

—Me voy de aquí… —murmuró Virginia con debilidad.

—¿Estás loca? ¡No puedes irte! ¡Apenas puedes mantenerte de pie!

Y como si aquello fuera una sentencia las rodillas de la muchacha fallaron. Connor se lanzó a sostenerla y la pegó a su cuerpo mientras la sentaba en la cama.

—Por favor, déjame… —murmuró ella rechazándolo con debilidad.

—Niña, la policía viene en camino. Yo soy abogado, te puedo ayudar a hacer la denuncia…

La escuchó reír con cansancio y cuando aquellos ojos de un azul clarísimo se levantaron hacia él, Connor sintió que se le aflojaba hasta el cinturón.

—No…

—Al menos dime cómo te llamas.

—No…

—¡Tienes que dejarte ayudar! —exclamó Connor sin poder controlar la impotencia que le causaba verla herida.

—Por favor… —susurró Virginia mientras las lágrimas comenzaban a rodarle por las mejillas. Por fin era dolorosamente consciente de todo lo que había sucedido, de lo que había estado a punto de pasarle, del horror al que había sobrevivido—. Déjame… Te lo suplico, deja que me vaya…

Connor se quedó mirando aquellos pequeños labios temblorosos y sintió que se estremecía.

—Lo siento… no puedo.

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