Capitulo 1

Bien, hacía especialmente un buen día para el inicio de clases de preparatoria, el cielo había amanecido de un color deslumbrante, tan azul que casi segaba, ni una sola nube gris en su panorama, eso tenía que ser un buen augurio, un día tan hermoso solo podía significar que todo en aquel día tendría que salir bien.

Había estado esperando este día, como había estado esperando pocas cosas en su vida. El primer día de preparatoria.

Iba a ir a una escuela nueva, que quedaba lo suficientemente lejos de casa para que, en lugar de viajar todos los días, su madre la hubiera en una habitación propia en un complejo de departamentos, donde la mayoría eran estudiantes en su misma situación. Para que el gasto no fuera tan grande había conseguido un trabajo en un pequeño café como camarera y aunque debería reconocer que no tenía ni idea de cómo hacer un trabajo así, lo lograría.

Se levantó de la cama y fue a su armario para sacar el conjunto de ropa que había escogido para la ocasión, una falda blanca tableada con un suéter negro de lana de cuello amplio y una camisa blanca debajo, ojala que el clima se mantuviera igual para no tener que sacarse el suéter y andar toda de blanco, se calzó unas botas negras que llegaban bajo su rodilla, se miró en un espejo de cuerpo entero que había en la madera del armario y sinceramente le gustó lo que vio, discreta pero bonita, esa era de hecho la imagen que quería proyectar.

Se llevó las manos a la cabeza y se acomodó el cabello, hacía tres días que se lo había hecho enrular y su cabello había aceptado de buen grado el cambio – gracias al cielo, según sabía, había chicas que no les pasaba igual y tenían que estar controlando su cabello cada 15 minutos – lucía distinta y le gustaba mucho eso, en verdad que le gustaba.

Perfume, maquillaje y después solo tomó su mochila y partió al instituto.

El instituto La Rosa estaba en una población no muy lejana de Londres, solo como a unos 15 kilómetros, era la única preparatoria que se ufanaba de que todos sus alumnos, si así lo deseaban, tendrían un lugar en la universidad Imperial College London, es por ello que era muy reconocido.

La matrícula era muy diferente a otros institutos, el alumno llegaba diciendo qué era lo que quería estudiar en la universidad y la mitad de las clases estaban dedicadas a ese campo, de allí que cuando salían del instituto lo hacían con un amplio conocimiento en el campo donde querían desenvolverse y el último año era dedicado únicamente a estudiar para el examen de ingreso. Por ese motivo, a diferencia de una preparatoria cuya duración normal era de 3 años, esta duraba 4 años.

Astrid había escogido el área socio-histórica que incluía carreras como: psicología, arqueología, sociología, antropología, historia y criminología. Llegado el momento debería tener mucho de donde escoger.

Los salones eran amplios, de grandes ventanas y aparentemente cómodos. Dentro había ya muchos chicos y chicas platicando en pequeños grupos, no conocía a nadie y se sintió un poco incomoda por que varios de los chicos la voltearon a ver con agrado, eso es lo que había estado buscando, pero aun así no dejaba de sentirse algo incomoda. Vio un lugar vació a la mitad de salón y se sentó allí.

  • Buenos días –una chica se sentó a su lado, de cabello largo y lacio con una sonrisa gentil – eres de fuera también ¿verdad?

  • Si – dijo devolviéndole el gesto amable – vengo de Imperial College London, buenos días.

  • Soy Aura Crawford, yo vengo de Glasgow, toda una experiencia vivir sola ¿A qué no?

  • Si, la verdad es que lo es, toda mi vida he vivido con mis padres y es extraño vivir de repente solo – le extendió la mano para saludarla – a propósito, yo soy Sallow Astrid, pero llámame solo Astrid por favor.

  • Mucho gusto Astrid, Yo aún estoy buscando un sitio que me guste y se acomode a mis gastos – dijo dándole un apretón de manos.

  • Bueno el dueño de los departamentos es un buen amigo de mi abuelo y me dejó el alquiler a la mitad – dijo la joven suerte castaña de alborotados rulos – la verdad es que tengo mucha, aunque en realidad no es muy caro, las piezas no son muy grandes, pero supongo que son suficiente para una sola persona.

  • ¿Tienes el número del dueño del lugar? – Preguntó enseguida la chica – quizá me anime a darme una vuelta.

  • No sé si lo guardé – dijo sacando un pequeño celular rosa, buscó donde estaba la agenda con un poco de frustración y volteó a ver a su compañera apenada – acaban de regalármelo y nunca había usado uno antes – dijo evidentemente refiriéndose al celular.

  • No digas eso en voz alta o te ganaras alguno que otro comentario no muy agradable – le advirtió enseguida.

  • Si lo se.

En esos años ¿Qué tipo de adolescente nunca había tenido un celular antes? No quería que nadie la viera usando un mensaje de texto aun, era terriblemente lenta.

Pasaron otros 10 minutos en los que pudo cruzar algunas palabras con Crawford, su familia tenía un pequeño negocio de reparaciones, por algún motivo que no tuvo muy claro, las reparaciones en casas eran una cosa muy común en Glasgow así que les iba bastante bien, ella deseaba estudiar historia, siempre había sentido el gusanito por las cosas antiguas y no había mejor sitio en Japón que la universidad de Imperial College London para una carrera así.

Astrid aun no tenía muy bien decidido, quizá también tomaría las asignaturas de historia, toda su vida escuchando las historias del abuelo – aunque la mitad de las veces las veces había abiertamente ignorado – he terminado por llamar su atención, quizás, sería una opción a considerar.

Después de poco tiempo un profesor entró al aula, todos prestaron atención y la primera clase comenzó.

Para cuando llegó el momento del descanso para el almuerzo ya había entablado conversación con todos los chicos y chicas de su grupo, uno de los profesores que daban clase del área de psicología había utilizado toda la clase solo para ese propósito.

No podía dejar de notar algo de lo cual no sabía cómo sentirse, ella era bonita, sin vanidad sabía que era una chica atractiva. Pero siempre había sido opacada por Alessa. Ella era bonita, pero siempre había sabido que Alessa era casi exótica, su postura solemne, fría, pero al mismo tiempo extremadamente sensual. Pero ahora se daba cuenta de que los chicos realmente reparaban en ella. Ahora mucho más que vestía ropa que no era de instituto y el cabello que parecía dar ideas a las demás personas, en realidad hasta ella había notado que el cabello así la hacía sentir voluptuosa, demasiado visible y aunque había sido lo que buscaba al final de cuentas, aún era un poco extraño.

Había deseado llamar la atención, si, pero no esperaba que sería tanto. Había por lo menos 3 chicos en el aula que estaban casi peleando por poder estar alrededor de ella.

Pero si pudiera elegir ella hubiera elegido sin duda a Cole T. Jordan.

Según Crawford, que era mucho más curiosa que ella, Cole era estadounidense, su padre trabajaba en una empresa norteamericana que tenía una sucursal en Japón y había estado en oriente los últimos 10 años, por tanto, era más japonés que yanqui.

Era increíblemente guapo, tanto que casi no se podía creer. Media cerca de 1.80 centímetros tenías que verlo prácticamente hacía arriba, poseía la piel tostada y tersa – su apretón de manos hacía sentir a cualquiera bienvenida – y un cuerpo que haber sido sacado de un anuncio de ropa interior, unos preciosos ojos azul zafiro y una sonrisa – con sus derechos hoyuelos – que hacía ruborizar, una voz que lo haría rico y famoso si se dedicara a cantar blues y un sentido del humor que hacía que quisieras tenerlo cerca. Al presentarse con ella y apenas haberle dicho su nombre completo ya la había apodado “pequeña gaviota”

Oh si, Astrid había sentido mariposas en el estómago cuando le había dicho así, por eso cuando después de unas horas se dio cuenta que en realidad había sido así de caballeroso solo con ella – es decir no tenía que compartir su atención con Alessa o con nadie – se sintió sinceramente halagada.

  • Espero no seas uno de esos pajaritos que se matan de hambre solo por permanecer así de bonitas, pequeña.

Cole había llegado a su lado con un par de pasteles de chocolate de la cafetería, lucían la mar de buenos y el chocolate siempre había sido su perdición.

  • Bromeas – dijo quitándole prácticamente el pastel – podrías envenenarme con el chocolate y la figura la tengo solo porque me gusta mucho hacer ejercicio.

  • Me alegra pequeña.

Cole se sentó a su lado y sin más empezaron a platicar.

Como Crawford había dicho Cole era americano y su familia por lo que le contaba era muy rica, los Jordán – lo decía sin ánimo de presunción sino más bien como un hecho inevitable – eran buenos para hacer dinero, comprando y vendiendo, fabricando y vendiendo, inventando y vendiendo, todo se traducía en eso. Según él, aunque eso sí que le era difícil de creer, eran buenos para hacer dinero, pero malos para las relaciones sociales.

Pero con esa cara y esa sonrisa, él no necesita hacer relaciones sociales. Las sociedades eran las que iban a buscarlo a él, como prueba solo había que ver a todas esas chicas que había a su alrededor que lo miraban a él con anhelo ya ella con odio.

  • Si, las chicas nunca me han faltado, eso es muy fácil. A ti te debe de pasar lo mismo – le dijo Cole – mírate, eres como una sirena en medio de todas ellas, si estoy aquí platicando contigo es solo porque eres demasiado bonita como para ignorarte

  • No digas eso Cole – dijo con una media sonrisa, nunca había sido muy buena para aceptar halagos.

  • Es la verdad Astrid – dijo con una mirada sincera – Dudo que haya un chico en todo el mundo que se resista a esos ojos que tienes.

  • ¿Cuánto apostarías? – dijo ella casi divertida.

  • Un millón de dólares respondió – sin dudar.

  • Ja, pues acabas de perderlos – dijo ella siguiéndole la broma – después te daré mi número de cuenta de banco para que los pongas.

  • ¿En serio? – dijo incrédulo – dame su nombre.

  • Slorach Emmett – respondió con algo de amargura, había llegado a pensar que no pronunciaría su nombre por mucho tiempo – ese es el nombre del chico que nunca se enamoró de mí.

  • Un perfecto estúpido – dijo sin retenerse y viendo la expresión dolida de ella – o un ciego completo en su defecto, además acaba de hacerme perder un millón de dólares. Háblame de él.

  • Ah – Astrid suspiró profundamente – esa es una historia muy larga.

Y en ese momento vio como los alumnos se empezaban a dirigir al aula, era la hora, pero no había sonado ninguna alarma.

  • Supongo que después de clase te gustaría ir a tomar un café conmigo – la invitó el atractivo chico de ojos azules – quiero estar completamente seguro de que he perdido mi apuesta.

Astrid sonrió divertida, había sido la forma más original que alguien había usado para invitarle un café, de la forma en la que lo había dicho no le había dado opción de negarse, cuando él se levantó y le pidió la mano para marcharse se extrañó.

  • No escuche ninguna alarma – dijo la chica aun esperando que sonara.

  • Supongo que es una escuela demasiado refinada para eso – por respondido habito – en mi secundaria tampoco las mujeres, uno sabía su horario y si quería se presentaba o no.

  • Vaya eso es muy fino en realidad – dijo Astrid divertida – pero tardare en acostumbrarme a eso, nunca he usado un reloj de pulsera.

  • En un par de días tendrás un millón de dólares en el banco supongo que podrás permitírtelo.

  • Si claro – dijo divertida.

  • ¿Lo dudas? – la miró con demasiada seriedad – Una cosa debo decir pequeña gaviota, un Jordán nunca falta a una palabra de honor.

  • No empeñaste tu honor Cole, solo dinero.

Se levantaron de su lugar y entraron al salón para las siguientes clases.

Como Astrid había esperado, apenas terminó el horario de clases, se escuchó por el micrófono a la directora dando la bienvenida a los alumnos de nuevo ingreso, un par de anuncios para la escuela y deseando a todos un buen día.

Además de que Cole había ido hasta su asiento para ayudarla a guardar sus cosas e ir por el café prometido.

Porque se había sentado en esa cafetería, pedido un café negro y empezado a hablar no lo supo, pero lo hizo, habló y habló de su vida en Imperial College London y el templo Sallow, de sus amigos, su familia y de Emmett

Fue lo bastante prudente para no hablarle de Alessa más de lo puramente necesario era un tema demasiado sensible aun dentro de su corazón, aunque el deseo había estado todo el tiempo latente, era tan fácil hablar con Cole, te prestaba toda su atención y parecía fascinado por todo lo que ella decía.

  • ¿Tienes alguna fotografía de Alessa?

  • No –la verdad Alessa había estado tan latente en su vida que cuando había muerto una parte de ella y ver su imagen era aún duro –tengo muchas fotos de ella en casa cientos quizá, pero aún no estoy lista para verla.

  • ¿Crees que era más bonita que tú?

Astrid casi quiso reír, más bonita que ella, esa sí que era una pregunta.

  • Sé que lo era – dijo con una sonrisa triste solo de pensarlo, incluso Emmett había dicho alguna vez que, aunque todo el mundo dijera que eran idénticas la belleza de Alessa no se compararía nunca con nadie “aunque tú también eres muy guapa” había dicho y puesto un beso en la cima de su cabeza, si solo hubiera imaginado siquiera lo que aquello le había hecho sentir – ella era … luminiscente, abrumadora

  • Debió haber sido entonces el brillo que la rodeaba, no en si ella lo que sedujo al pobre chico – concluyó Cole – una lástima.

  • Si, lo mismo siempre he pensado yo – dijo la chica con tristeza.

  • Si hubiera podido ver un poco más allá, hubiera visto a la chica más bonita de Japón perdidamente enamorada de él.

Astrid no dijo nada solo bajo un momento la mirada, ¿Tenía algún sentido seguir diciendo que no era verdad? ¿Qué ella no estaba enamorada de Emmett? No.

  • No lo sé, quizá me faltó imaginación – dijo tratando de olvidar su propia tristeza – quizás debí haber puesto luces de neón sobre mi cabeza que dijeran, “mírame estoy enamorada de ti” Pero era demasiado orgullosa para hacer algo como eso.

  • Ah el orgullo, nos hace unos seres irracionales a veces.

  • Y que lo digas – dijo finalmente terminando su café que estaba completamente frío y se dio cuenta de lo mucho que había bajado el sol – Bueno como ya despejé tu duda, porque mejor no me hablas ahora un poco de ti, Cole.

  • No hay mucho de mi vida ¿Quieres otro café?

  • Está bien, pero esta vez que sea descafeinado.

Cole solo levantó su mirada y en un segundo una linda mesera estaba a su lado para atender su orden, eso debería ser agradable. Ordenó y entonces comenzó a hablarle de él. Cole era rico y como un chico rico había sido más educado por profesores y nanas que por sus padres. Desde que tenía 15 años había decidido que, si no podías con el enemigo debías unirte a él, así que comenzó a participar en los negocios de su padre, al menos en los más pequeños de turismo y comercio, lo que lo había hecho viajar mucho. Le gustaba mucho la historia, a cada país que llegaba estudiaba un poco de él y Japón era un asunto aparte, si estaba en La Rosa era porque quería estudiar historia de Japón en la universidad de Imperial College London con los mejores profesores de la materia, pero lo quería hacer por sus propios méritos y no por el apellido Jordán.

Habló de Estados Unidos, del tiempo que había pasado en Europa, de su llegada a oriente, de China y de la India; había estado vagando mucho antes de asentarse en Japón con su padre y todo lo que decía le parecía fascinante.

Antes de notarlo: pasado 5 horas sentados en ese café platicando y se había hecho de noche.

  • Te llevare a tu casa – dijo cuando Astrid le dijo se debe de ir.

  • No te molestes – respondió acomodando su bolso – tomare el transporte.

  • Yo te mantuve aquí hasta esta hora, así que te llevare a casa.

Si algo había notado Astrid de Cole T. Jordán, era que sin duda si se proponía algo no cesaba hasta verlo hecho. Se preguntó cómo sería cuando se proponía conseguir el amor de una chica. Debía ser una experiencia.

Como le dijo la llevó a casa en su auto, de una respetuosa y cortes manera se despidió de ella en la puerta y le deseó un buen descanso con la promesa de que se verían al día siguiente.

Una noche tan brillantemente estrellada como había sido luminoso el día estaba plena en el cielo cuando llego a casa… si, sin duda había sido un buen día.

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