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Rosa y Fernando, eran doctores en psiquiatría, estaban terminando su tesis, que casualmente versaba alrededor de las taras mentales derivadas del fanatismo religioso, habían conseguido una beca de seis meses en el Vaticano, en la universidad Pontificia para investigar algunos de los más importantes antecedentes de su trabajo, su encuentro con el profesor les torció el pensamiento, el aparentemente loco que les habían pintado vía electrónica, era aún más lúcido de lo que recordaban, se dieron las manos, abrazos, beso en la mejilla y la promesa vacía de otro encuentro, bajo las fórmulas de cortesía ya estaba inoculado el virus de la duda.

La pareja salió a su hotel en silencio, llegaron, se ducharon, encendieron la televisión, ahí cayeron en cuenta de que no habían cruzado palabra desde el restaurante, ambos pensaban algo que ninguno quería admitir.

 Rosa apagó el televisor donde repetían una novela venezolana de los 80´s que ellos seguían por la curiosidad de oírla en otro idioma,  encaró a Fernando, él no la oyó, pero igual ya sabía por dónde venía, lo único que le quedó fue asentir, ambos aceptaron que eran, como producto cultural un poco menos que tontos útiles al aceptar como normal la veneración de una mentira, el golpe fue mortal para ella.

Rosa creció en un hogar normal, su madre la llevaba a misa cada domingo, su crecimiento estuvo signado por los rituales de la fe, bautizo, comunión, confesión, confirmación y más recientemente matrimonio de velo, corona, altar, fiesta y gasto descomunal, pero por ser “una vez en la vida” presionó a Fernando para lograr su cometido, ambos reunieron durante los últimos tres años a fin de tener su boda soñada, él, enamorado aceptó de mala gana, la religión y sus entresijos es asunto de mujeres (decía), a pesar de jamás haber ido a misa más que por obligación, de novios asistía no sin resignación, para la familia política era importante que compartiese sus ritos.  Pasó sus años juveniles e infantiles entre rezos y avemarías, estudió en un connotado colegio religioso, a los diez años ya se sabía la biblia casi de memoria, su madre le había comprado la vida de los santos en edición de bolsillo, lo que le permitió ciertas libertades teologales con las monjas, quienes la tenían como joven aventajada y con quien se empeñaron en intentar hacerla tomar los hábitos, pues mostraba signos de  pensamiento pio desde muy temprana edad, su madre estaba alegre, sin embargo la intercesión paterna hizo que la señora no presionase mucho a la niña.

 Era hija única y el padre quería nietos, así que guardaba la esperanza de que las hormonas hicieren su trabajo para evitar que terminase en monja, el mismo le regalaba libros científicos, la suscribió a revistas de ese corte, la niña tenía una biblioteca bastante nutrida, ecléctica, por eso, a los catorce años los santos compartían espacio con Vargas Llosa, García Márquez,  Barthes, Faulkner, Kafka, Homero, Platón, Seneca ,el inefable Coelho, muchos otros premios Nobel y algunos no tanto, su cometido era simple, hacer que la niña abriese los ojos más allá de la iglesia, lo logró, una vez graduada eligió estudiar medicina ya que quería ser psiquiatra, imaginamos que para poder desarticular sus incógnitas personales.

Siempre había dudado de todo, desde sus años ya lejanos de las primeras prácticas en el hospital, mientras estudiaba medicina, la sangre en la sala de  emergencias , las locuras de la violencia que ella constataba cada fin de semana, los jóvenes y muchachas que ingresaban a diario con heridas absurdas, toda la miseria de los hospitales públicos de su país la hizo comenzar a preguntarse en profundidad si los rezos de verdad servían de algo, la locura humana no tenía limites, ella lo sabía, había visto la cara que todos obvian, esa que solo los miserables de su tierra conocían, que de tan común terminó siendo normal, a diario rezaba para que el calendario se apurase y no volver a pasar jamás por la puerta de otro hospital ni curar heridas, la sangre le asqueaba, ahí, en esa época ya visitaba un psicólogo cada quince días, para poder vencer una depresión mórbida que la tenía en un estado catastrófico, hasta que por fin terminó su carrera. Se apresuró a inscribirse en un posgrado de psiquiatría, prefería locos sedados a criminales drogados para sentirse gentes.

Fue un tiempo caótico, de novios fugaces, apretones en el pasillo del hospital, de hoteles de paso, nunca los llevó a su casa, sabía que la madre no aprobaría a ninguno de esos con quienes se relacionaba, sin embargo hubo uno, era profesor de literatura, ya ni se acordaba de su nombre, pero la costumbre de aquel señor, esa de pensar y dudar hasta del aire que respira, le regaló “El Evangelio Según Jesucristo” del hereje genial, Saramago, ese fue su primer tropiezo de fe, después el mismo hombre le puso al alcance algunos libros sobre Buda, la obligo a pensar en otras posibilidades, nunca más fue a misa, su madre estaba triste por el cambio de su hija, el padre, en cambio se sonreía secretamente complacido ante ese acto tardío de rebeldía, se henchía de orgullo por sus argumentos equilibrados y certeros, pero en una cena recomendó a la joven médico que no siguiese atormentando a su vieja, mejor dejar sus creencias intactas, al final era la calma de la vieja lo importante, sin embargo Rosa se convenció de su razonamiento pues descubrió que su amado padre estaba de acuerdo, pero su amor a la mujer que lo acompañó por más de treinta años, merecía que se guardara su opinión solo por hacerla feliz, fue el día que despertó a la duda.

Conoció a Fernando un lunes soleado de enero, primera clase de psiquiatría, la expectativa era inmensa, iban a comenzar su nueva etapa académica con una conferencia dictada por el cofundador de la facultad, un psiquiatra poeta, escritor de varios bestseller que se ocupaban de desmitificar al venezolano, por años puso voz, sentimientos y humanidad al panteón de estatuas heroicas, fue el hereje más famoso e inteligente de su época.

Rosa llegaba tarde y no le quedó más que sentarse al lado de Fernando, era un tipo estrafalario, flaco, de luenga barba, cabellos largos y estampa de menestral, cuya presencia en el sitio se debía a su participación como coescritor del último libro del ponente del día, su faz lo delataba como uno más de los soñadores pero  la actitud de quienes se sienten seguros descolocaba a quien le pusiese atención, fue un impacto telúrico el encuentro de las miradas, lo demás fluyó natural, salidas, almuerzos, primer beso, noches de conversa y cama, sudores agitados en los hoteles de paso, cena formal con los padres de ambos, noviazgo “legal”, amor publicado en letra capital con neón fosforescente, boda, planes y sueños de futuro, todo en los últimos tres años, aun no tenían hijos, pero ya los planificaron, al terminar su estadía en Europa, tendrían su prole como desenlace normal para alegría de amigos, familiares y padres que ya reclamaban como asunto de importancia unos nietos que todavía no llegaban, la madre de ella vivía indignada pues evitar los hijos lo consideraba pecado venial, los suegros solo pensaban en niños ajenos para malcriar. Como todos los abuelos del mundo.

Esa noche no hubo sexo, tampoco peleas, se implantó un silencio sepulcral en el lecho , ambos estaban todavía bajo la sorpresa de la duda inoculada, la vergüenza de saber pero omitir eso que les dijo su ex profesor, se refugiaron esa noche en sus apuntes de investigación, sin embargo lo único que ambos pudieron escribir en sus respectivos cuadernos fue duda, búsqueda, fracaso, replantear la investigación, mañana discutirían, hoy dormirían para buscar en sueños la respuesta que les niega la vigilia.

8

Cuando se fueron los ex alumnos, nos ocupamos de seguir bebiendo y conversando de la lejana Maracay, los conocidos, los amigos comunes, las playas, ríos, selvas y hasta mujeres de su tierra, fue una noche de nostalgias, plena de recuerdo, de tiempos idos, evitamos adrede el tema de la reunión , se hizo de madrugada, un apretón de manos y otra cita, esta vez en un café del centro, apuntes en mano, de día, para poder conversar debidamente sobrios sobre la crisis compartida, Ramiro no olvidó recordarme que todavía tenía preguntas pendientes ,a ver si lo terminaban de convencer para abandonar el tan incómodo yugo en el que  vivía con los hábitos. Cuando llegué al hotel, encendí la computadora, googleé al nuevo amigo, así confirmé lo que  había contado sobre su historia de vida, revisé las redes sociales para constatar que el país estaba igual que hace tres meses, le escribí a mis  hijos, ignoré los correos de las ex esposas,  por ultimo vi algo de porno, que solo sirvió para terminar recordando a Susana. La secretaria del departamento de física de la universidad donde laboraba.

Una joven señora de unos treinta y tantos, de mirada inteligente, cuerpo lascivo, que después confirmé tenía cama incendiaria, ella me acompañó por el lago trecho que precede al divorcio, me mostró que entre el porno y la cama no existían más limites que los autoimpuestos, sin palabras me llevó odiar un poco más a mi esposa, esa frígida,  sosa mujer en que se transformó la otrora hada de los bosques de cuerpo cálido sumado al abrazo amoroso, con quien terminé teniendo sexo por obligación, hasta que esta secretaria se atravesó para estrenarme en eso de los amores secretos, fue en el laboratorio de física, sobre los exámenes finales, ese día por primera vez fui consciente de que no estaba viejo, era la herrumbre de un matrimonio fósil lo que me avejentaba.

La panza se fue, el cabello comenzó a salir de nuevo, la mirada brillaba y la paciencia se acortaba, los fines de semana sin Susana, se transformaron en fiestas privadas  con mis hijos mayores, la bruja de mi esposa se resintió un poco más, al final se refugiaba entre la sacristía, las viejas de la cuadra, la casa materna, los rosarios de tres, el bordado de punto y el chisme insidioso de todas las beatas envidiosas.

 Nunca más volví al lecho matrimonial más que en contadas ocasiones, cuando el envalentonamiento del alcohol me invitaba a estrellarme en esa cama fría bajo la mirada impertérrita de un cristo de madera que parecía vernos  con cierta envidia desde su tarima de dolor.

El divorcio era un proyecto que quería y rechazaba al mismo tiempo, la idea de separarme de mi hijo más pequeño y otra vez a pasar por el carrusel de tribunales y abogados para volver a quedar arruinado no me permitían tomar la decisión,  aunque de mi esposa ya lo estaba de hecho, hacía más de un año atrás cuando me mudé a la habitación de la planta baja, territorio liberado de la mano férrea de la esposa maniática del orden monacal, Susana acabó con los últimos resquicios de la resistencia de la costumbre,  inyectó una vitalidad que creía perdida, nunca más compré Sildenafil, al final, era la frialdad de la cama matrimonial lo que  daba impotencia, la sensualidad de esta otra  hizo que recordara los años mozos de sexo descontrolado.

Con esta secretaria, licenciada en educación , a la sazón becaria de posgrado ya que ganaba más en ese cargo que como maestra, volví a la vida, olvidé  todo solo para lanzarme al vacío de su cuerpo, probé cientos de cosas, incluida una amiga cercana que una tarde de domingo, en que ambos reposábamos de una sesión de sexo,  apareció en el apartamento de Susana con un par de botellas de vino más un porro de yerba fresca, fumamos, bebimos, nos reímos, filosofamos y terminamos en una madeja de cuerpos donde nadie sabía a quién tocaba o besaba, esa fue la primera vez que no fui a dormir a casa, mi esposa constató que afuera había otra, el lunes, cuando por fin volví , mi mujer me recibió como de costumbre, acosté a dormir al niño hasta que la señora me llamó a su cuarto,  dijo que sabía muy bien que existía otra, sin embargo que ni soñara con el divorcio, ella no se separaría jamás, para eso había prometido en el altar que solo los separaría la muerte, pero nunca jamás iba a ser bienvenido en el lecho conyugal, desde ese momento solo serían los esposos amorosos puertas afuera, en casa, volverían a ser extraños, buenas noches y ojalá te mueras mientras duermes para poder ser tu viuda, así evitar  el mal trago de saberte feliz con otra,  dijo a modo de despedida.

Ese lunes en la tarde comenzó una batalla se silencios en la casa, el inicio del fin, no hubo lágrimas (no que yo presenciara cuando menos) , lamentos ni preguntas, todos sabíamos nuestras culpas y se asumían sin problemas, fue el desenlace natural para dos seres que no crecieron intelectualmente juntos, mientras  andaba tras un libro, una investigación, un curso, estudios nuevos, congresos, clases y conferencias, ella se recluyó en casa, haciendo el papel de esposa devota, limpieza, cocina, rezo, cotilleo, misa y cama desangelada, guardó su título de profesora bajo el anaquel de la ropa interior para dedicarse a olvidar sus sueños de juventud, imagino que para equilibrar eso se volvió ciudadana ejemplar, pertenecía a la cofradía de la iglesia parroquial e hizo algunos estudios de teología que siempre he considerado tan serios como la política nacional.

En fin, hubo divorció mucho antes de la separación legal, la dinámica del hogar fue asesinando la vida marital de a poco, no fue algo premeditado, ella en su simpleza pensó en que algo tan “sucio” como el intercambio de fluidos no destinado a la procreación tenía que ser pecado, así se lo hizo saber al padre Cesar, un joven con maneras sospechosamente femeninas, el cual se había transformado en confesor y confidente de las señoras, quien las aconsejaba rodeado de unos monaguillos de mirada lánguida cuyas cejas tan evidentemente hechas en peluquería dejaban poco espacio para la duda en cuanto su preferencia sexual cuando menos, no es que fuese un crimen, es que a todas luces atenta en contra de eso mismo que profesan, la imagen de un monaguillo homosexual es tan correcta como la de una prostituta dando clases de ética y formación moral.

Ese cura confirmó su tesis, ella interpretó eso como una señal divina, entorpeció los preliminares del amor de sábado en la noche con excusas de menstruación, hijo dormido en la cama, dolores de cabeza y hasta la exigencia de rosario nocturno para santificar el acto, que, en los pocos casos en que la urgencia de las hormonas me obligaban a claudicar, era un acto mecánico, sin pasión, besos, rasguños ni quejidos de placer, como estar con una almohadón tibio, grande, pues la señora, había engordado veinte kilos por culpa de las galletas, tortas y dulces que fabricaba para colaborar con la economía del padre Cesar y sus monaguillos exóticos, todo se terminó de desbarrancar cuando, en un arranque de frustración, le grité ballena verde, beata de m****a y me fui a la habitación de abajo con los libros, la conexión a internet, donde constaté que a veces las mujeres de vidrio y la mano derecha son más satisfactorias que la ballena encallada en que se transformó ella.

Antes que la rabia me alcanzara a través de los recuerdos, tragué una pastilla mágica que logró hacerme dormir hasta que la alarma del teléfono sonó con la falsa urgencia de todas, tenía una cita en el café, apenas eran las nueve de la mañana, la resaca hizo de las suyas otra vez,  jugo de naranja con dos pastillas para la jaqueca que pidió a la habitación,  una ducha, el abrigo y a la calle para cumplir con lo pautado.


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