5

Jorge Alcázar respiró profundo y se puso en pie. Sandra lo miraba esperando a que él dijera algo. Llevaba un rato en silencio, y ella empezaba a sentirse inquieta.

—No te pido gran cosa –dijo ella, con voz casi suplicante—. Él es un buen chico, ¿sabes? Quiere estudiar, ser alguien. Y es muy inteligente. Pero sólo tiene diecisiete años. Te prometo que es muy responsable y no te dará qué hacer. Sólo dale la oportunidad de tener un techo seguro hasta que se haga mayor y pueda valerse por sí mismo sin que deje la escuela. Es todo lo que te pido—. Jorge se giró a mirarla.

—Tengo un hijo de su edad…

—No te estoy pidiendo que lo tomes como hijo, ¡ni mucho menos! –lo interrumpió ella—. ¡Un trabajo aquí estará bien! Él se desempeña muy bien en todo, y sabrá ganarse el pan—. Jorge sonrió.

—Parece que es un chico perfecto.

—Ya sé que una madre siempre habla bien de sus hijos, pero mi Daniel… es el mejor hijo del mundo.

—Daniel, ¿eh? –Sandra sonrió.

—Sí, le puse el nombre de mi padre. Hay unos cuantos Daniel entre los americanos.

—Sí, no es un nombre del todo raro. ¿Qué hay del padre? ¿No querrá él hacerse responsable de su hijo? –Sandra hizo una mueca y miró a otro lado.

—Él ni siquiera sabe que Daniel existe.

—¿Cómo es eso? ¿Huyó? –Ella se echó a reír.

—No tuvo ocasión de huir. Nunca se lo dije.

—¿Por qué? –ella hizo una mueca esquivando el tema. Se puso en pie y caminó a él.

—Ya sé que estoy siendo muy impositiva. Dirás que estoy abusando de una promesa que me hiciste hace muchos años y que tal vez ya no tenga validez. Ya no tengo nada de mí que quieras y yo pueda ofrecerte a cambio de esto, Jorge, pero estoy segura de que no te arrepentirás de este acto de bondad que tengas hacia mi hijo. Está mal que lo diga yo, pero mi Daniel es tan buen chico… Ha sido mi consuelo en estos duros años, mi mejor amigo, y en muchas ocasiones, hasta mi profesor—. Jorge extendió una mano a ella y le retiró el cabello de la frente.

—No digas que no hay nada en ti que yo quiera –susurró él—. Siempre ha habido algo de ti que he anhelado toda mi vida –Sandra cerró sus ojos.

—Pero ya no soy la joven de antes.

—Ah, siempre has sido mi vida. Cometí un terrible error al dejarte ir. Me he arrepentido de ello cada día de estos pasados veinte años, Sandra—. Ella lo miró a los ojos. ¿La iba a besar? ¿Al fin? Luego de veinte años, ¿sabría al fin lo que era un beso de Jorge Alcázar?

Los años también habían pasado sobre él. Tenía el cabello encanecido y menos abundante. Ahora debía tener más de cincuenta años, casi sesenta, pero él aún se veía fuerte y lleno de vida. Seguía siendo el hombre por el que una mujer podía suspirar.

Pero Jorge no la besó, sólo dio unos pasos alejándose y sonrió.

—Tengo que conocer a ese dechado de virtudes, ¿no? –Sandra sonrió un poco decepcionada y asintió—. ¿Lo traerás aquí?

—Vino conmigo –susurró ella—. Le pedí que me esperara afuera.

—¿Cómo, con el calor que hace? –Sandra se encogió de hombros.

—No estaba segura de que quisieras conocerlo, y no quería molestarte—. Jorge la miró censurándola por eso, y llamó a Maggie, que apareció casi de inmediato.

—Un joven vino con Sandra…

—Ah, ¿el que está de pie frente a la piscina?

—Seguramente. Hazlo venir, Maggie, por favor.

—Claro –Maggie salió y Jorge miró a Sandra, que no parecía muy nerviosa, sólo lo miraba con los ojos llenos de esperanza.

Hasta no ver el chico, no diría nada. Sabía de sobra que los adolescentes a esa edad podían ser muy problemáticos. Su hijo era uno de ellos, y le había sacado todas las canas que ahora tenía. Si Daniel era la mitad de malo, buscaría el modo de ayudarlo sin tener que tener demasiado contacto con él. Una mensualidad estaría bien hasta que se hiciera mayor.

—Es increíble que tu padre te deje tener novio –dijo Nina, totalmente desnuda y considerando ponerse un bikini de dos piezas bastante revelador, u otro más revelador aún. Marissa estaba en ropa interior, al igual que Diana; la única que hacía algo por cubrirse era Meredith, envuelta en una toalla y detrás de un biombo.

—No es un “novio” –contestó Marissa—. Es mi prometido, Simon.

—Lo conoces, ¿por lo menos?

—Claro, el otro día fue a casa para ser presentado.

—¿Es guapo? –preguntó de nuevo Nina. Marissa sonrió.

—Sí, lo es.

—Parece que te gusta.

—Un poco. Va a ser mi esposo, ¿no? Tiene que gustarme.

—Yo espero que papá no haga eso conmigo –rezongó Diana—. Si me impone un esposo, así como hicieron contigo, me suicidaré.

—No digas estupideces –la regañó Marissa—. Si te suicidas, te mato –Diana se echó a reír. Se asomó por la ventana y miró hacia la piscina, encontrando que aún estaba el chico de antes allí, de pie, en exactamente la misma posición.

—¿Será normal? –se preguntó Diana, pero Marissa la escuchó y se acercó a mirar.

—Sigue allí –comentó ella al verlo.

—Mira, ni se mueve, ni camina, ni nada. Con este sol, y él ahí.

—¿Sigue allí el bomboncito de la piscina? –preguntó Nina, acercándose a ellas.

—Nina –reprochó Meredith—, ¿Es necesario que te expreses así del chico?

—Que sólo tenga quince años no me impide admirar al sexo masculino.

—Estábamos muy lejos cuando lo vimos, ¿por qué dices que es un bomboncito? –se rio Diana—. Puede que tenga ojos dispares, o una horrible cicatriz que le deforme la cara.

—No seas tonta. Tengo un radar interno para detectar chicos guapos –las tres rieron, y Meredith al fin sintió curiosidad por ir a ver.

Al momento, vieron que Maggie se acercaba a él y luego se iban juntos. Estuvieron atentas y notaron que caminaban hacia el interior de la mansión.

Diana se preguntó entonces si de verdad sería un nuevo empleado. Al parecer, las vacaciones de Nina se iban a poner interesantes.

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