II. Pequeños incidentes

  • ¿Qué haces tú aquí?

Gire sobre mi eje para poder ver bien al sujeto que ahora me hablaba, estaba casi segura de quien era, pero el parecido de sus voces me hacía dudar por momentos. Contemple las escaleras blancas, las baranda era de madera lustrada, sobre la pared una serie de cuadros de algún pintor famoso adornaba el trayecto, seguí mi recorrido sin ningún tipo de expresión en mi rostro, no le daría el gusto, jamás lo haría, aquel hombre no merecía ningún tipo de reacción de su parte y lo sabía.

Había escuchado la famosa frase “las nenas son de papá” en varias ocasiones, también me pregunté porque para mi vida no se aplicable. Aric Schroeder era un hombre imponente aun a su avanzada edad, su cabello ahora tenía tintes blancas producto de su vejez, su mandíbula cuadrada cubierta con una gran barba que hacía juego con su pelo. Sus ojos verdes eran tan fríos como un día de invierno, y su espalda ancha relucía perfectamente con su traje de diseñador azul oscuro, me asombro saber que teníamos la misma altura y los mismos gusto, pues en su pecho un tatuaje salía a relucir entre los pliegues de su camisa abierta.

Aric bajo las escaleras contemplándome, parecía fascinado y descontento con mi presencia, durante años lo escuche hablar de mi belleza, no en mi presencia claro está, pero si en alguna entrevista donde algún periodista osado preguntaba por mi paradero. Él no podía negar que seguía con los buenos genes de la familia, era una mujer bella, mis ojos eran verdes como los suyos, los labios iguales a los de mi madre, mi cabello castaño caía en gran cantidad por sus hombros y espalda. No, no era desagradable a la vista y tenía un cuerpo que acompañaba a la perfección mis rasgos. Pero aun así yo no le gustaba, no puedo enojarme, él tampoco me agradaba a mí.

- Volví a mi casa – contesté en tono firme.

- Yo nunca te dije que podías volver – respondió seco.

- No soy una niña para que me digas que tengo que hacer – cruce mis brazos y enderece mi espalda.

- Escúchame bien – Aric se me acerco con cara sádica pero no me moví – Tú no haces lo que quieras, yo te digo…

- Papá… - ambos giramos para ver quien hablaba.

Brant apareció en la cima de la escalera, su cabellos rubios estaban mojados dando un claro indicio de su reciente ducha, sus ojos azules me recordaron a mamá, aunque no la conocía. Llevaba un traje de etiqueta negro con líneas grises, camisa azul y no tenía corbata. Su boca se curvo dejando ver una gran sonrisa cuando me vio en la sala, no dijo nada hasta que estuvo en los últimos escalones de la escalera.

- Estas hermosa – abrió los brazos para recibirme – Te he extrañado mucho – beso mi frente provocando cosquillas.

- ¿Nuevo look? – toque su barba escasa – Es media colorada – susurre – Me gusta – volví a unir nuestros cuerpos en un abrazo – Yo también te extrañe.

No me percate de la mirada de mi padre mientras por fin abrazaba a mi hermano, tampoco sabía cuánto necesitaba este abrazo, pero aquí estaba enrollada en sus brazos como si fuera una koala. Me sentía en casa aun cuando nada de este lugar me recordaba a mi hogar, los brazos de mi hermano me sentían como mi hogar. Me separe un poco y observe a mi padre, sus ojos estaban puestos en Teresa quien ahora permanecía encogida en su lugar bajo su atenta mirada.

- No la mires así – me puso frente a él – Ella no sabía nada, yo compre los boletos y le avise unas tres horas antes de partir cuando ya tenía sus valijas listas y el taxi en la puerta. – Brant río. – O venía conmigo o se quedaba allá sola – sentencie.

- Resultaste bastante ingeniosa enana – caminamos hasta el sillón.

- No pensaba vivir un segundo más en Europa – me acomode mientras observaba todo.

- ¿Te quedas a vivir acá? – pregunto mi padre, pero no pude contestar porque Edel apareció por la puerta.

- ¿Samantha? – sus ojos me miraron con asombro y luego sonrió - ¡Sam! – abrió los brazos mientras corría a su encuentro.

- ¡Edel! Por dios estas guapísimo – comente mientras lo abrazaba y depositaba un beso sonoro en sus mejillas.

Mis ojos viajaron a los hombres que entraron en el estar, eran varios, todos vestían igual y cada uno de ellos me miraba con curiosidad, moví mi rostro y volví a mirar a mi hermano nuevamente.

- Tú estás guapísima – me hizo girar en el lugar – Tendré que ponerte unos diez guardaespaldas para ahuyentar a los buitres

- Que exagerado – golpee su hombro mientras reíamos.

- ¿Te quedaras en el país? – volvió a preguntar mi padre.

- Si – lo mire – No pienso volver – conteste firme.

- Necesitaras guardaespaldas – hablo Brant serio – Si vuelves al país necesitaras que alguien te cuide.

- Se cuidarme sola – conteste tranquila – Tengo casi treinta años – les recordé.

- Mira Sam aquí no es como allá, aquí necesitaras que te cuiden, tenemos enemigos y no dudaran en hacerte daño cuando sepan que regresaste – junte mis cejas mientras Edel hablaba.

- ¿Enemigos? – los mire – Porque un dueño de Hoteles y casinos tendría enemigos – levante una ceja y mire a mi padre.

- Eso no es asunto tuyo – contesto tajante Aric – Solo procura no revolcarte con cualquiera rata que conozcas por la calle.

- ¿A qué te refieres? – espere su respuesta, mientras entrecerraba mis ojos.

- Tú sabes bien a qué… – se levantó y acomodo su traje – O necesitas que te nombre al mugroso ese con el que salías – se paró prepotente y se acercó a mí.

- No vuelvas a nombrar a Julián… –lo mire fijamente.

- Tú no me dices que hacer… – Edel se puso a mi lado.

- Suéltala ya mismo – le exigió cuando su mano sujeto mi brazo con fuerza.

- ¿O qué? – levanto una ceja y lo observo.

- O te la veras con nosotros – ahora era Brant quien hablaba.

El azul de sus ojos ya no brillaba, su mirada era fría y cargada de ira, mi cuerpo se estremeció un poco al verlo. Aquel hombre no era mi hermano, o no el mismo que hace un momento me recibió en la sala, su cuerpo estaba tenso y su mandíbula apretada.  Mire a mi izquierda y Teresa sollozaba, a mi derecha Edel tenía los ojos inyectados de furia y los puños cerrados.

- Vaya… - chasqueo la lengua – Ahora que está su hermana, son re machitos – soltó una risa falsa y volvió a mirarme – Porque no mejor se callan… Y tú, si eres viva, te mantendrás centrada, porque la próxima vez…– tiro mi cabello haciéndome levantar el rostro.

Edel se movió para golpearlo, pero yo me adelante y aplique una llave que Julián me explico cuando salíamos. Durante años aprendí a manejar mi cuerpo y poder manipular el cuerpo de personas más grandes que yo, aunque en este caso mi padre tenía mí misma estatura, porque Julián no era así. Julián me sacaba una cabeza, tenía espalda grande y muchísimos músculos, mi padre por el contrario era flaco.

Por eso ahora me encontraba tirándolo al suelo y con tres armas apuntándome a la cabeza justo cuando le rompía la nariz en un solo movimiento. Mis hermanos estaban atónicos, Teresa esta atónica y yo… yo veía todo rojo. Solté mi agarre y me erguí con la cabeza en alto, ignorando las armas que sabía que todavía me apuntaban.

- Como me vuelvas a tocar… – hable apretando mis puños mientras él se tocaba la nariz.

- Bajen las armas – Brant mantenía su tono seco - ¡Qué las bajen, ahora! – grito haciendo que todos vuelvan a su posición.

- Bueno… - Aric se levantó del piso – No eres una completa inútil, al menos sabes pelear – se limpió la sangre de su rostro con el pañuelo de su traje – Búsquenle un guardaespaldas a su hermana y muéstrenle su habitación – se alejó.

Aprete mis puños y respire profundo un par de veces, necesitaba calmarme… mi vista vago por la sala, mientras mi respiración volvía nuevamente a la normalidad. Presté atención a los hombres que antes me apuntaban, uno de ellos sonreía de lado, sus ojos eran marrones oscuros y su piel morena, tenía unos dientes blancos perfectos y ni un rastro de vello en su cara o cabeza, el otro tenía su cabello negro y ojos achocolatados, él estaba serio con su mirada al frente, el tercero era rubio y tenía los ojos verdes, una pequeña barba marcaba su rostro.

Por detrás un par de hombres más, los observé un momento, todos vestían igual, traje negro y camisa blanca, algunos con corbata, otros sin, unos un poco más bajos, algunos más delgados pero todos iguales y en la misma posición, era como un desfile de pingüinos.

- Como vuelvan a apuntar a mi hermana… – Brant suspiro y respiro dos veces – Seré claro y lo diré solo una vez, los mato, aquel que levante una mano o trate de tocarla sin su consentimiento es hombre muerto. – sin mi consentimiento, eso quiere decir que, si se los doy está bien, lo mire.

Aric dejo de subir las escaleras y centro toda su atención en mi hermano, quien ahora se encontraba amenazando a todo el personal, lo miré fijo y él me devolvió la mirada un momento para después sonreír, sentí mi piel encresparse y mi respiración fallar un momento.

Lo seguí observando sin pestañar, solo trataba de calmar su cuerpo y volver a la normalidad, no podía perder los estribos de esa manera y lo sabía, me estaba exponiendo demasiado frente a sus ojos y eso no podía ser bueno. Incluso sabia, que, si Julián estuviera ahí, me regañaría por dejarme llevar por el enojo, pero también sabía que de estar él vivo, no estaría aquí y seguiría en Europa.

- Ven Sam – mire los ojos verde de Edel – Te llevo a tu recamara.

- Puedes mostrarme el resto de la casa primero.

Dio un leve asentimiento y me guio por la planta baja, lo primero que vimos fue la cocina, el lugar era prácticamente como su departamento en Europa, la cocina constaba de seis hornallas, dos hornos descansaban contra la pared izquierda, una isla con desayunador en el medio y un enorme refrigerador gris de dos puerta se hallaba a su derecha, encontró una heladera de vinos por el pequeño pasaje al lado de los hornos.

Observe el piso negro y las paredes blancas, frente a la heladera se encontraba una mesa larga de madera con varias sillas, pasando otra puerta que daba justo a un lavadero, dentro de este se encontraban dos lavadoras, dos secadoras y una plancha industrial.

- ¿Ensucian mucho? – Edel miro el lugar.

- Muchos empleados – subió los hombros – Por esa puerta también se sale al patio. – asentí.

En la cocina había una puerta que salía al patio y en el lavadero otra, volvimos por donde vinimos y recorrimos el pasillo debajo de las escaleras, había un total de quince habitaciones y dos baños en este sector, cuando termino de explicarme de quien era cada habitación, me llevo al piso de arriba.

Las habitaciones de arriba eran variadas, había un estudio lleno de libros con un escritorio gigante, un gimnasio, que tenía el tamaño de un zoom, los cuartos de ellos, el de nana, Aric y el mío, además de algunas habitaciones por si alguien debía quedarse o teníamos invitados, me explico cada detalle de la vivienda y la cantidad de personal que había.

Se quedó callado cuando me quede observando por la ventana del gimnasio, el patio trasero era enorme, había una gran piscina en la parte posterior, un quincho con lo que parecía una parrilla y una gran casa en uno de los sectores más alejado del lugar

- ¿Qué es ese lugar? – Edel se acercó hasta mi lado y miro.

- La otra casa de los guardias – junte mis cejas – Aquí duermen los principales – gire para verlo – Vladimir, el guardia personal de papá, Rafael, el guardia de Brant e Ibra mi guardia personal, después están los segundo al mando, ellos rotan – explico.

-¿Y los otros cien? - carcajeo un poco y salimos al pasillo.

- Apoyo moral – se subió de hombros.

- Esto es raro… - susurre, pero no contesto.

Camino por el pasillo hasta llegar a unas de las primeras puertas, mis manos sudaron un poco y aprete mis puños cuando giro la perilla y abrió dándome paso. Las imágenes me golpearon como un bate de beisbol, hasta sentí mis piernas fallar al igual que mi cuerpo.

Recordaba aquel lugar y dolía, me dolía el alma de estar allí dentro. No sabía muy bien la razón del dolor, pero cuando la imagen de mi madre llego a mi mente, mi cuerpo tembló, mis ojos se aguaron y mi corazón galopo descontrolado, aquel terreno era dulce y amargo.

- ¿Qué pasa Sam? – Edel me miro con preocupación mientras se acercaba.

- Creo que son los nervios por lo que paso – mentí con tanta facilidad que me sentí mal por ello – Estoy bien, no te preocupes, pero quisiera dormir un poco, es tarde y el viaje fue largo - Edel dudo, pero termino aceptando.

- Bueno – acaricio mi mejilla – Cualquier cosa sabes dónde encontrarme, ahora descansa que mañana es un nuevo día y te presentare a tu guardaespaldas. – rodé mis ojos y mi hermano río a causa de ello.

- La golpiza de recién no dejo en claro que me puedo defender sola – pregunte en tono burlón haciendo que salieran carcajadas de su boca.

- La golpiza de recién fue increíble, pero igual lo necesitas – suspiro – Solo hazlo por nosotros, tus hermanos – puso cara de borrego y me miro.

- Oh… bueno, está bien – acepte a regañadientes, solo para ver a mi hermano feliz. – Ahora déjame que me baño y duermo un poco.

- ¿No vas a cenar? – Edel paro su camino hacia la puerta esperando una respuesta.

- Si – cruce mis brazos – Dile a nana que me traiga algo por favor – asintió y me dejo sola.

Suspire y me abrace a mí misma durante un momento, era la primera vez que me sentía en casa desde que había llegado y solo me sentí así en mi habitación. Las paredes rosadas tenían poster de bandas que no reconocía del todo, mi cama era tan grande como la que tenía en Europa, debajo de ella una alfombra de peluche redonda blanca. El piso de color gris se extendía a lo que parecía un baño, sobre una esquina descansaba un espejo ovalado que me detallaba de cuerpo entero. Cerré los ojos por un momento para relajarme y luego los abrí despacio para dejar que los recuerdos invadieran mi mente.

Flashback

Tarareaba una canción mientras me observaba en el espejo, llevaba puesto un vestido azul con escote en forma de corazón, la tela era de algún material fino que no reconocía, di una pequeña vuelta para observar cómo se movía la falda que caía recta hasta mis pies. Mi pelo semirrecogido lleno de bucles caían por mis hombros y espalda. Sobre mi cuello descansaba una gargantilla de oro blanco y me habían maquillado sutilmente.

- ¿Estás lista cariño?

Observe a mi mamá a través del espejo, lleva puesto un vestido negro ceñido al cuerpo, su pelo recogido en un chongo relajado dejando que algunos mechones cayeran por delante de sus orejas, estaba apenas maquillada, pero se veía preciosa, toda la atención se la llevaba sus ojos y los pendientes de diamantes pequeños adornaban sus orejas. La mire por unos minutos mientras sus ojos azules se llenaron de lágrimas.

- No llores mamá - la abrace.

- Me gustaría estar presente el día de tu boda o cuando entres a la universidad - la mire con desconcierto

- ¿De qué hablas? ¿Por qué no estarías?

- Hija..- susurro aquellas palabras - Si algún día no estoy más, duda de todo lo que te digan.

- Que quieres decir...

- Solo no creas nada de lo que digan - susurra - Toma - saco un pulsera con un dije raro.

Fin del Flashback

Mire mi muñeca, los eslabones de plata descansaban igual que siempre, el corazón brillaba, era la pulsera de mis recuerdos. Jugué con el dije mientras recordaba una y otra vez las palabras de mi madre, “duda de todo lo que te digan” “Me gustaría estar presente el día de tu boda”, aquellas palabras sonaron a una despedida, una amarga y triste despedida. ¿Por qué su madre se despediría? Acaso ella sabía lo que iba a pasar.

Golpee mi frente con la mano tratando de entender que pasaba. Suspire frustrada y busque mis auriculares, agarre mi teléfono e indague mi lista del canciones en la famosa app de música, puse play y trate de olvidarme de todo por un momento, la primera canción que sonó era de Avicii, moví mis caderas al ritmo de la música mientras me dirigía a la ducha para bañarme, coloque el parlante en altavoz y deje que todo se inundara con el sonido.

Todo marchaba bien hasta que Hero de Enrique Iglesias empezó a sonar. Mis ojos se aguaron nuevamente, aquella canción significaba todo lo que había perdido en mi vida. Julián atacaba mis pensamientos una y otra vez sin darme tregua, yo lo ama, lo amaba tanto que parecía mentira y como todas las mentiras… se acabó. Aprete mis puños mientras recordaba nuestra cita.

Me había cantado la canción entera mientras bailábamos en la parte de atrás del local de tiro. Esa noche hacía calor, habíamos pasado todo el día juntos, practicando y entrenando personas, cuando llego la hora de irme me invito a cenar.

- ¿Por qué no te quedas conmigo nena? – susurro mientras tomaba con su mano mi mentón – Podríamos pasar la noche juntos. – levanté una ceja y sonreí.

- Está pensando en hacer cochinadas señor Arias – carcajeo un poco.

- Para eso no necesito invitarte a cenar… - lamió sus labios y mordí los míos – Eso podemos hacerlo aquí mismo, ahora, pero… - llevo su boca a mi oreja – Quiero tener un momento especial contigo. – susurro erizándome la piel.

- Me encantaría cenar contigo – mis manos rodearon su cuerpo – Pero primero iré a casa a bañarme y cambiarme. – deje un pequeño beso.

- Siempre puedes venir desnuda – contesto pícaro.

- Todavía no te ganas eso tigre – me aleje – ¿Algo en particular que deba usar? – pregunte.

- No nena… será una cena en la parte trasera – señalo una puerta.

- Nunca he estado ahí – conteste curiosa.

- Entonces será una grata sorpresa.

Lo volví a besar y fui a casa para cambiarme, no tarde mucho en volver, había decidido usar un vestido rosa pálido de tiras que se ajustaba a mi pecho y que luego caía suelto por mi cuerpo, mi cabello iba suelto y llevaba una chatitas blancas a juego con mi accesorios, solo me había maquillado un poco, pero era perfecto para algo informal.

El local de Julián quedaba justo debajo de su departamento, todo ese terreno le pertenecía, él lo había adaptado para impartir distintos tipos de clases de defensa personal, boxeo, artes marciales, tiro, entre otras. Julián era un ex agente, que obtuvo su baja luego de un accidente en su trabajo, no hablaba mucho de eso, pero lo había marcado tanto que no volvió a ejercer la ley, ahora solo prepara personas y ayudaba como un buen ciudadano.

Yo no sabía que aquella noche nos cambiaria nuestra vida, creo que él tampoco, si alguien nos hubiera dicho, creo que habríamos manejado todo distinto, pero eso no paso y hoy… ninguno de los dos nos tenemos. Me baje del auto y toque el timbre, Julián apareció frente a mí con una camiseta negra y una bermuda de jean blanca, su perfume invadió mi sistema por completo, me sonrió coqueto y le devolví la sonrisa mientras besaba sus labios. Lo nuestro empezó rápido y raro, pero fue magnifico.

Me guio por el lugar hasta dar a la puerta del patio. Todo se encontraba iluminado por hileras de focos que colgaban sobre nosotros, el pasto era verde y estaba perfectamente cortado, algunas flores bordeaban el camino de piedra que llegaba justo hasta una pérgola de madera donde se encontraba una mesa redonda con dos sillas. Me quede maravillada con los detalles, el mantel blanco, la frappera con champagne, las copas y las rosas que descansaban en un florero.

Todo fue perfecto esa noche, cenamos, charlamos y reímos, después tomo mi mano y toco un interruptor haciendo que Hero sonara en todo el lugar. Nos encaminamos al pasto tomados de la mano, una de sus manos descansaba en la parte baja de mi espalda y la otra sostenía mi mano contra su pecho, mientras recostaba mi cabeza en él. “Estaré a tu lado para siempre”, fueron las palabras que me dijo mientras me miraba a los ojos, para luego besarme, pero no fue así, él ya no estaba y no podía hacer desaparecer mi dolor con un beso, ya no.

Mis ojos analizaron el lugar en busca de recuerdos, parecía que nadie había tocado nada desde la última vez, que seguramente yo fui la última que pisé este lugar, había frascos de varios perfumes casi intactos, una caja llena de alhajas y anillos, el piso era gris al igual que las paredes y contaba con una bañera lo suficientemente amplia para dos personas.

“Tal vez podría invitar algún guardaespaldas y provocarle un pequeño infarto a mi padre”

Rei con mi pensamiento, pero no descarte la idea, era bastante tentador producirle dolor a ese hombre y más si era ella quien se lo causaba. Abrí los grifos y dejé el agua caer sobre mi cuerpo, después de tanto tiempo había comenzado a tolerar el agua fría sobre mí. Lave mis brazos con paciencia mientras recordaba mi pasado, necesitaba soltarlo, tenía que encontrar la forma de reponerme.

La puerta sonó poniéndome alerta, cuando escuche la voz de nana avisando que mi cena estaba lista pude relajarme y terminar de disfrutar mi baño, me coloque una musculosa de tiras y un pantalón corto que saque de mi valija, mañana remodelaría toda este lugar, y compraría algo de ropa.

Me acerqué a la bandeja que descansaba sobre el escritorio blanco y me dispuse a comer aquella pasta con pollo salteado que me hacía agua la boca.

Nana cocinaba como las mejores y era una gran persona, pero se dejaba influenciar mucho por su padre, algo que era una pena. Viéndola hoy frente a él, llegue a darme cuenta que le tiene miedo y la pregunta ahora es a qué, qué pasa o qué tiene mi padre que hace que todos le teman.

Termine mi comida y agua, lave mis dientes y revise mi vestidor, todavía había ropa que usaba cuando era chica, saque todo y lo doble de forma correcta, tenía una cantidad considerable de abrigos, vestidos, faldas, remeras y demás, al parecer siempre me he obsesionado con las compras, algo que la falta de memoria no me ha quitado. Cuando terminé de sacar todo y separarlos por talles, me dispuse a buscar unas bolsas o un bolso para donar todo lo que tenía.

Salí del vestidor y observe el reloj que marcaban las dos de la mañana, había estado tanto tiempo metida en esto que no me percate de cuánto tiempo había pasado. Suspire y camine para la planta baja en busca de bolsas y un poco más de agua. La casa estaba oscura y el silencio reinaba por todos lados, supuse que dormían o estarían trabajando.

Su padre era dueño de un casino por lo que era muy probable que salieran de noche a revisar las instalaciones y personal. Gire cuando baje y me choque contra algo duro, me tambalee un poco y observe como mi obstáculo se movía de forma veloz para agarrarme antes de caer al suelo.

- Ahhh – me aleje y adapte una posición de defensa, entonces aplaudieron y las luces encendieron.

¿Las luces se prenden aplaudiendo?

- ¿Está bien señorita? – un de los pingüinos me observaba de arriba abajo.

Su cabello negro estaba perfectamente peinado, sus ojos marrones me miraron de cuerpo completo, tenía la espalda ancha y los brazos grandes. Lo mire con detenimiento hasta que mis ojos se percataron del arma en su cintura.

- ¿Qué m****a haces con las luces apagadas? – me queje y cruce los brazos – Mis ojos están aquí arriba muchacho – señale mi rostro.

- Lo siento – recupero la postura – Hago guardia señorita – miro al frente y se puso serio.

- ¿Qué fueron esos gritos? – otro pingüino llego a la escena y nos miró – ¿Se encuentra bien? – al menos él me miraba a la cara.

Todos aquí iban con traje y camisa blanca, el último guardia era más grande que el chico con el que me choque, para mí debían tener unos veintiocho el mirón y unos treinta y cinco el segundo. Su cabello era castaño y sus ojos marrones, tenía la espalda igual de ancha que el más joven y también llevaba un arma.

- Si – los esquive – Solo venia por agua y bolsas – camine a la cocina – Pueden volver a sus actividades.

Me desaparecí de su vista y comencé a buscar por todos lados las bolsas para la ropa que pensaba llevar mañana a la casa hogar o los comedores, ahí había chicas grandes que iban en busca de comida. Tal vez encontraría alguna que tuviera la edad para trabajar y podría darle trabajo en mi nueva empresa, era una buena forma de darles una oportunidad de salir de la calle.

- Las bolsas están por aquella puerta – gire para ver al muchacho con el que me había chocado hace un momento.

- Gracias…. – espere que me diga su nombre.

- Harold, Harold Johnson – me sonrió.

- Como el shampoo – gire – Soy Samantha – seguí buscando las bolsas y volví – Un gusto – me estrecho la mano.

- El gusto es mío – sus ojos marrones me observaron.

- Harold…

- ¿Sí?

- Te enteraste lo que paso con mi padre – lo mire curiosa.

- Si señorita, todos hablan de lo que pasó – rasco su nuca.

- Lo mismo te pasara a ti, si vuelves a mirarme las tetas o el culo – emboce mi mejor sonrisa y él se puso nervioso.

- Lo lamento – agacho la cabeza.

- Todo olvidado – palmee su hombro – Que tengas una linda noche. – lo saludé y salí.

No me sorprendió encontrar más guardias cuando volvía a mi cuarto, este lugar estaba lleno de ellos, lo cual era incomodo y poco íntimo y más cuando llevabas una musculosa sin corpiño y un mini short, pero así vivían aquí o me acostumbraba o no podría terminar con mi plan.

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